La Europa social
LA CONSTRUCCIÓN política de Europa es algo más que la unificación del mercado continental. Esta construcción requiere avances específicos en terrenos como el cultural o el social, de manera que la cohesión entre los ciudadanos se apoye en su identificación con unos valores y unos principios compartidos. Más concretamente, esa cohesión será dificil mientras que los ciudadanos no identifiquen cada avance hacia la unificación como un avance en el progreso social. La realidad indica, sin embargo, que es cada vez mayor el desfase entre los acuerdos logrados en materia industrial o financiera y los producidos en el terreno social.Los ministros de Trabajo de los países miembros de la Comunidad Europea, reunidos estos (lías en Sevilla, han constatado que se mantienen las divergencias entre unos Gobiernos -encabezados por el británico- partidarios del mínimo de regulación laboral comunitaria y otros -entre los que figuran los de la ribera mediterránea- más sensibles a las presiones sindicales sobre la necesidad de establecer una serie de garantías de aplicación en el conjunto de la Comunidad. Estas divergencias han retrasado la promulgación de la llamada Carta Comunitaria de Derechos Sociales -una de las prioridades de la presidencia española-, estimándose ahora que su aprobación no se producirá ya hasta el segundo semestre del año, bajo presidencia francesa.
La integración europea, en la perspectiva de 1993, implica inevitablemente ciertos factores de desequilibrio social, especialmente en relación a la libre circulación de personas. Los sindicatos han expresado (véase el monográfico de Temas de Nuestra Época incluido en este número de EL PAÍS) su inquietud ante la posibilidad de que los empresarios traten de aprovechar esos desequilibrios para distorsionar el mercado de trabajo en el sentido de utilizar las diferencias salariales o de derechos laborales para abaratar el coste de la mano de obra. En sectores como el agroalimentario, el textil o las obras públicas, los costes salariales son determinantes en la competitividad, por lo que existe el riesgo de que, si no se establecen factores correctores a la dinámica espontánea del mercado, esas actividades tiendan a concentrarse en los países más atrasados, mientras que los sectores con más alta tecnología y con mayor futuro se localizarían en los países industrialmente más desarrollados. Con ello, los desequilibrios no harían sino agudizarse, en perjuicio de esa cohesión social imprescindible para el avance en la unidad. De ahí que el establecimiento de ese espacio social europeo que garantice unos derechos homogéneos en lo fundamental para todos los trabajadores sea ya una condición del proyecto de una Europa socialmente homogénea y políticamente unida.
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