La crítica y la amistad
La primera sensacion que me produjo la lectura en estas mismas páginas del debate entre Furio Colombo y Umberto Eco, sobre si es o no posible hacer la crítica del libro de un amigo, fue la de estar en presencia de una falsa polémica. Y, sin embargo, en medio de esta falsedad, ese debate toca un punto bastante álgido y espinoso entre todos los que rodean a la crítica literaria. ¿Cuántas veces no escuchamos acusaciones sobre el "amiguismo" de la crítica, o sobre el juego de influencias, manipulaciones e intereses que la rodean?Lo que suele suceder también es que todas esas acusaciones acostumbran a ser demasiado veladas, inconcretas y genéricas, y que por lo general eluden el debate sobre la obra concreta y se dirigen a descalificar a la crítica, sueño preferido de la mayoría de los escritores que han sido negativamente criticados. Al menos la polémica entre Colombo y Eco partía de un hecho concreto, que escandalizó a Nueva York: un amigo y compañero de colegio de Jay McInerney (de quien conocemos en España su novela Luces de neón) publicó en The Wall Street Joumal la crítica del último libro del escritor, The story of my life. Al desconocer tanto el libro de McInerney -autor al que no sigo demasiado- como la crítica en cuestión, me veo imposibilitado para intervenir sobre este punto concreto, lo cual tampoco me interesa demasiado. Por el momento, sólo cabría pensar, dado el título) de la obra, que si se trata de la historia de la vida de Mclnerney, ¿quién mejor que un testigo personal podría reseñarla?
Pero lo que interesa de verdad al posible lector del libro, tanto como a su autor -y desde luego a quien lo criticó- es encontrar su verdadera legitimidad, la auténtica cálidad de la obra para dialogar con ella y extraer su propio juicio. Y en este sentido vuelvo a señalar que lo menos importante es que el crítico sea o no amigo del autor, que su crítica haya sido favorable o negativa, o que haya obedecido a estas o aquellas razones. Lo fundamental es la calidad de la obra y, más secundariarnente, la de la crítica, que puede o no impulsar a un lector a acercarse a ella. En este sentido, el verdadero debate es el de saber si la crítica ha sido buena o mala como tal crítica, y todo lo demás no es sino la habitual y escandalosa chatarra que acompaña a este desdichado oficio que apenas tiene beneficio.
La amistad es uno de los grandes acontecimientos que raramente surgen en la vida humana, y lo que más se parece al mayor de todos, ese misterio que llamamos amor y que tan desprestigiado se halla en la actualidad. Y el crítico, aunque muchas veces no lo parezca, también suele ser una persona humana, tiene su corazoncito, más o menos escondido, sus humores vegetativos, sus dioptrías, pesadillas, una biblioteca más o menos estimable y un hígado por lo general en mal estado. También suele tener amigos, aunque pocos, ya que son escasos -aunque mejores- aquellos que permanecen a su lado después de tanta y tanta reyerta. Qué le vamos a hacer, cada cual elige su vida. En mi caso, los libros sustituyen, y muchas veces con ventaja, a los amigos que faltan; si faltan, por algo será, pues los libros nunca fallan.
Conocimiento y amistad
Conocer a un escritor, cuando se admira previamente su obra, suele ser además un ejercicio bastante decepcionante. Las obras -aunque sólo las grandes- acostumbran a ser bastante mejores que sus creadores. Son algo objetivo, deslumbrador, que está ahí afuera en el colmo de su pureza, con la resistencia del diamante. Es muy difícil hacerse amigo de un gran creador después de haber conocido su obra. Si ello por azar sucede, tanto mejor, aunque suele ser bastante raro, y en lo que me concierne no ha sucedido demasiado. Los pocos amigos escritores que me quedan los hice antes de conocer su escritura. Pero, eso hace ya mucho tiempo que no sucede. Y en los casos excepcionales que queden, la obligación del crítico será la de advertir con claridad a sus hipotéticos lectores que esa circunstancia, aunque menos para no inducirle a error, que para proclamar con orgullo esa maravilla excepcional. No es posible dar más, la vida es breve, el arte largo y de vez en vez nos roza con el ala del milagro, hasta el punto de que no habrá crítica mejor que la del buen crítico haciendo crítica del buen libro de un buen amigo. En profundidad, sólo se deberían criticar los libros de los amigos, pues así el conocimiento del crítico, al ser más pleno y hondo, se transmitiría con mayor claridad y brillantez a sus lectores.
Pero todo esto es ilusorio, claro está; la concurrencia prevalece sobre todo lo demás, el mercado se superpone a lo mercadeado, lo accesorio se vuelve central, y la metacrítica (la crítica de la crítica), como el metaperiodismo (el periodismo sobre periodismo) y la metapolítica convierten los posibles productos en simples s ojos, la calidad en publicidad y la crítica en las listas de libros más vendidos. Todo se ha ido al cuerno. Pues, además, vivimos en un mundo donde mientras la amistad brilla por su ausencia, todos se proclaman amigos o enemigos de alguien a quien apenas conocen.
La vocación y el resultado de un crítico es la soledad, la más absoluta independencia, frente a escritores, editores, patronos, colegas, familia, municipio y sindicatos, y, lo que es más grave, frente a sí mismo, frente a su propia concepción del mundo, a sus amores, humores y dolores -hasta los de muelas- y, claro está, frente a sus amigos -si los tiene- y a sus enemigos, cuyo nombre es legión. Sólo en esas condiciones se podrá hacer crítica, con la sensación final de que todo esto sirve para muy poco, de que nunca se podrá hacer bien del todo, y de que entre las pocas cosas que merecen la pena están el amor, la amistad y la lectura, que también nos metaforiza el resto. No hay crítica dura ni blanda, objetiva ni subjetiva, formalista o culturalista, de amigos o de enemigos: no hay sino crítica buena o mala como tal, y esa es su única moral. El resto, el arte y su contagio, se nos dará por añadidura.
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