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DESAPARECE EL ESCRITOR DE LA CÓLERA

Hormigón

Hormigón (Beton), de Thomas Bernhard, publicada por primera vez en 1982, ha sido traducida al castellano por Miguel Sáenz. Esta novela, que aparecerá próximamente en editorial Alfaguara, reconstruye la pesada atmósfera que respira el escritor en su soledad atormentada. Reproducimos el inicio de esta novela, que aparecerá en castellano el próximo mes de abril.

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De marzo a diciembre, escribe Rudolf, mientras, como hay que decir en este contexto, tenía que tomar grandes cantidades de Prednisolon para combatir mi morbus boeck, por tercera vez agudizado, reuní todos los libros y escritos imaginables de y sobre Mendelssohn Bartholdy y fui a todas las bibliotecas imaginables e inimaginables para conocer a fondo a mi compositor favorito y su obra, y, ésa era mi pretensión, con la más apasionada seriedad por una empresa como la redacción de un trabajo bastante importante, científicamente irreprochable, ante el que realmente había sentido ya el mayor de los miedos todo el invierno anterior, mi propósito había sido estudiar de la forma más cuidadosa todos esos libros y escritos, y sólo entonces, por fin, después de esos estudios profundos, adaptados a su objeto, precisamente el 27 de enero, a las cuatro de la madrugada, poder abordar ese trabajo mío que, según creí, dejaría muy atrás y por debajo todas las publicaciones y no publicaciones escritas por mí hasta entonces en relación con la llamada musicología, proyectado ya desde hacía 10 años, pero una y otra vez no realizado, después de la partida, fijada para el 26, de mi hermana, cuya presencia durante semanas en Peiskam había aniquilado inmediatamente en sus comienzos hasta el menor pensamiento de emprender mi trabajo sobre Mendelssohn Bartholdy.La tarde del 26, cuando mi hermana se había ido real y finalmente, con todos los horrores derivados de sus enfermizas ansias de dominio y de esa desconfianza suya que devora sobre todo a ella misma, pero, por otra parte, la reanima a diario hacia todo y, en primer lugar, hacia mí y los horrores resultantes, recorrí varias veces la casa respirando para ventilarla bien de una vez, y finalmente, teniendo en cuenta el hecho de que a la mañana siguiente sería 27, me puse a prepararlo todo para mi propósito, los libros, los escritos, las montañas de notas y los papeles, y a ordenarlo todo en mi escritorio exactamente según las leyes que eran siempre requisito previo para empezar un trabajo. ¡Tenemos que estar solos y abandonados de todos si queremos acometer un trabajo intelectual!

Como no cabía esperar de otro modo, después de los preparativos, que me ocuparon más de cinco horas, desde las 8.30 hasta la 1.30, no dormí el resto de la noche, sobre todo me atormentaba continuamente la idea de que mi hermana pudiera volver por algún motivo y aniquilar mi plan; en su estado era capaz de todo; el más pequeño incidente, la menor molestia, me decía, e interrumpirá su viaje de regreso y estará otra vez ahí; no es la primera vez que la he llevado al tren de Viena, despidiéndome para meses, y dos o tres horas más tarde ella estaba otra vez en mi casa para quedarse tanto tiempo como le diera la gana.

Escuchaba todo el tiempo despierto en mi cama si no estaría ella a la puerta, alternativamente escuchaba si no estaría mi hermana a la puerta y pensaba luego otra vez en mi trabajo, sobre todo en cómo empezaría ese trabajo, cuál sería la primera frase de ese trabajo, porque seguía sin saber cómo sería esa primera frase y, antes de saber cómo es la primera frase no puedo empezar un trabajo, y por eso me atormentaba todo el tiempo para escuchar si no habría vuelto otra vez mi hermana y saber qué primera frase tenía que escribir yo sobre mendelssohn Bartholdy, una y otra vez escuchaba y me desesperaba, y una y otra vez pensaba en la primera frase de mi trabajo sobre Mendelssohn, igualmente desesperado.

Durante unas dos horas pensé al mismo tiempo en la primera frase de mi trabajo sobre Mendelssohn y escuché si no habría vuelto mi hermana para aniquilar mi trabajo sobre Mendelssohn antes de haberlo empezado yo siquiera.

Finalmente, sin embargo, por agotamiento, porque cada vez con más intensidad escuchaba si mi hermana no habría vuelto otra vez, y al mismo tiempo con la idea de que, si realmente volvía, aniquilaría irremisiblemente mi trabajo sobre Mendelssohn Bartholdy y, por añadidura, la que diría la primera frase de mi trabajo sobre Mendelssohn, tuve que dormirme; me desperté espantado, eran las cinco de la madrugada.

Aniquilación

Había querido comenzar mi trabajo a las cuatro, ahora eran las cinco, me pespantaba aquella imprevista negligencia, mejor aún, falta de disciplina por mi parte. Me levanté y me envolví en la manta, la manta de caballo heredada de mi abuelo materno y até esa manta con el cinturón de cuero que, lo mismo que la manta, había heredado de mi abuelo, tan fuertemente como pude, tan fuertemente que apenas podía respirar, y me senté al escritorio. Como es natural, la oscuridad era aún máxima.

Me cercioré de si realmente estaba solo en la casa, salvo mi propio pulso, no oí nada. Con un vaso de agua, me tragué las cuatro pastillas dé Prednisolon que me había prescrito mi internista y alisé la hoja de papel que había colocado ante mí. Voy tranquilamente a empezar, me dije. Una y otra vez me dije voy a empezar, pero, cuando lo había dicho unas 100 veces y, sencillamente, no podía ya dejar de decirlo, renuncié. Mi tentativa había fracasado. En el crepúsculo matutino no me fue ya posible empezar mi trabajo. La luz del sol destruyó definitivamente mis esperanzas.

Me levanté y abandoné, como si huyera, mi escritorio. Bajé al vestíbulo, porque creía poder alli, con el frío, porque sentado más de una hora entera al escritorio, había caído en una excitación que casi me había vuelto loco, una excitación provocada no sólo por las tensiones espirituales, sino también por las pastillas de Prednisolon, que había temido. Apreté las palmas de ambas manos contra la pared fría, método a menudo acreditado para dominare esa agitación, y realmente me tranquilicé.

Tenía conciencia de haberme entregado a un tema que posiblemente me aniquilaría, pero, sin embargo, había creído que podría al menos comenzar mi trabajo esa mañana. Me equivoqué, aunque ella no estaba ya allí, sentía en todas las esquinas y rincones de la casa a mi hermana, que es el ser más enemigo del espíritu que cabe imaginar. Sólo pensar en ella aniquila en un todo pensamiento, siempre ha aniquilado en mí todo pensamiento, ha asfixiado en la cuna todos mis planes intelectuales. Hace tiempo que se ha ido y sigue dominándome aún, pensaba, apretando firmemente las manos contra la fría pared del vestíbulo.

Finalmente tuve fuerzas para quitar las manos de la fría pared del vestíbulo y dar unos pasos. También en mí proyecto de escribir algo sobre Jenufa fracasé, fue a finales de octubre, poco antes de que mi hermana llegara a la casa, me dije, ahora fracaso también con Mendelssohn Bartholdy, y fracaso incluso ahora que mi hermana ya no está aquí.

Ni siquiera he terminado mi esbozo sobre Schönberg, ella me lo aniquiló, primero me lo destruyó y luego me lo aniquiló definitivamente, al entrar en mi habitación precisamente en el momento en que creía poder terminar de escribir ese esbozo.

Pero no se puede uno defender de personas como mi hermana, que es tan fuerte y, al mismo tiempo, tan enemiga del espíritu, llega y aniquila lo que mi cabeza ha ideado con un demencial esfuerzo de memoria, sí, sobreesfuerzo de memoria durante meses, sea lo que fuere, aunque sea el más mínimo esbozo sobre el más mínimo de los temas. Y nada es tan frágil como la música a la que realmente me he entregado en los últimos años, primero me entregué a la música práctica, y luego a la teórica, al principio practiqué la práctica al máximo, luego la teórica, pero mi hermana y todas las personas parecidas a ella, cuya incomprensión me persigue día y noche, ha aniquilado todos mis planes, me ha destruido Jenufa, Moisés y Arón, mi escrito Sobre Rubinstein, mi trabajo sobre Los Seis, en general todas y cada una de las cosas que me eran sagradas.

Es terrible, apenas soy capaz de un trabajo intelectual musical, surge mi hermana y me lo destroza. Como si lo orientara todo a la destrucción de mi trabajo intelectual. Como si en Viene se diera cuenta de que aquí, en Peiskam, estoy a punto de abordar un tema, cuando quiero abordar ese tema aparece ella y me lo destruye. Esas personas están ahí para rastrear la inteligencia y aniquilarla, se dan cuenta de que una cabeza está dispuesta a un esfuerzo intelectual y se dirigen aquí para ahogar ese esfuerzo intelectual en la cuna. Y si no es mi hermana, la infortunada, la perversa, la taimada, es otro de su calaña.

Cuántos escritos he comenzado y luego, porque ha aparecido mi hermana, quemado. Arrojado a la estufa al aparecer ella. Nadie dice con tanta frecuencia como ella: ¿no te molestaré?, una burla cuando no se le cae de los labios a una persona que siempre ha molestado y siempre molestará y cuya misión en la vida parece ser turbar, turbar a todos y cada uno y, con ello, perturbar y, a fin de cuentas, aniquilar y, una y otra vez, aniquilar lo que a mí me parece lo más importante del mundo: un producto intelectual. Ya cuando éramos niños intentaba en cualquiere ocasión molestarme, expulsarme a mi, como lo llamaba yo entonces, paraíso intelectual.

Cuando yo tenía un libro en la mano, me perseguía hasta que dejaba el libro, se salía con la suya cuando, lleno de rabia, se lo tiraba a la cara. Me acuerdo muy bien: si yo había extendido mis mapas en el suelo, mi pasión de toda la vida, ella salía de su escondite a mis espaldas, asustándome al momento, y pisaba precisamente el lugar en que había puesto toda mi atención, por todas partes donde he extendido mis queridos países y partes del mundo para llenarlos con mí fantasías infantiles, veo su pie súbita y malignamente puesto encima.

Ya con cinco o seis años me refugiaba en nuestro jardín con un libro, una vez, lo recuerdo claramente, era un tomo encuadernado en azul de poesías de Novalis de la biblioteca de mi abuelo, en el que, sin comprender realmente del todo lo que había en él impreso, leía toda mi felicidad de una tarde de comingo, hora tras hora, hasta que mi hermana me descubrió y gritando se precipitó hacia mí, saliendo de los arbustos y me arrancó el libro de Novalis.

Nuestra hermana menor era muy distinta, pero lleva muerta treinta años y es absurdo compararla hoy con mi hermana mayor, a la enfermiza y enferma, y finalmente muerta con la siempre igualmente sana y dominadora de todo cuanto la rodea. Tampoco su marido la aguantó más que dos años y medio, y luego huyó de su abrazo a Suramérica, a Perú, para no volver a dar señales de vida.

Lo que ella tocaba, lo destruía, y durante toda su vida ha tratado de destruirme. Al principio inconsciente, luego conscientemente, no ha escatimado esfuerzo para destruirme. Hasta hoy he tenido que defenderme contra esa desenfrenada voluntad de aniquilación de mi hermana mayor y no sé cómo hasta hoy he podido escapar a ella.

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