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Tribuna:LA CAIDA DE UN DICTADOR
Tribuna
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Alfredo el supremo

Ese general, de 76 años, abandonado en la sede del primer cuerpo de Ejército, decrépito, cansado, malhumorado por la noche terrible que acaba de pasar, no logra entender bien qué está ocurriendo a su alrededor. Tan sólo 20 horas atrás, todo le pertenecía: el suelo, la cama, el personal de servicio, el palacio, la guardia, la selva, la vida, los bienes y el destino de quienes le rodeaban. El 4 de mayo cumpliría 35 años de rutina en el ejercicio del poder supremo. Yo el Supremo, que diría Augusto Roa Bastos. Con todos los títulos en la mano y las medallas relucientes en el pecho: presidente de la República, jefe del Partido Colorado, general en activo y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.Uno de los suyos acaba de obligarle a firmar su rendición, la renuncia a los cargos que ocupaba, y ha dicho que tiene 12 horas para marcharse del país. El golpe ha sido audaz y atrevido. ¿Cómo se puede elegir en tan poco tiempo, el nuevo sitio donde habrá de morir después de pasarse tantos años levantando su propia estatua? ¿Qué será ahora de los rostros suyos que guiaban al pueblo desde los carteles de propaganda? ¿Y de sus protegidos? Los amigos fieles, aquellos que controlaban personalmente los casinos, promovían el contrabando, exportaban cocaína, mantenían a palos el orden de la única "democracia sin comunismo" en el mundo y ofrecían asilo a todos los "perseguidos". Sin hacer diferencias entre franquistas, fascistas, dictadores retirados o criminales nazis.

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El general, enfermo, abrumado por la incomprensión, presiente qué la sangre decide con razones propias. Ya había tenido problemas con su yerno, Humberto Domínguez Dibb, quien se alejó de su lado y se convirtió en un crítico del Gobierno por una disputa menor de poder. Y encima, este consuegro de Rodríguez, el padre de Mirta, la mujer de Alfredito, a quien había advertido de que no le convenía apoyar tanto a los "tradicionalistas" del partido. Este Rodríguez, convertido por él en parte de la familia y en el virtual número dos del régimen, a quien incluso pensaba nombrar ministro de Defensa. Quién iba a decir que resultaría un hombre ambicioso. Ahora habla de derechos humanos y de democracia. ¿Pero democratizar qué? ¿Dónde estabas tú, Rodríguez, hasta ayer?

Luchas internas

El general parece desconsolado por actitudes que exceden a su capacidad de intelectual. La cara se le contrae en muecas que reproducen luchas internas. Nunca imaginó que la batalla entre los fanáticos que le adoraban y promovían su "continuidad hasta el fin", esos que se reconocían "militantes" ultras del Partido Colorado, acabara tan mal frente a los "tradicionalistas". ¿Pero qué ha sido de los generales que promovían al teniente coronel Gustavo Stroessner, su hijo mayor, para sucederle?

Tendrá que decidirse y partir. Durante los próximos meses no habrá un lugar seguro para él en Asunción. El cuerpo destrozado de Anastasio Somoza, asesinado en sus narices, pasa frente a él y le ensombrece la mirada. A estas horas, el consuegro ya es el nuevo presidente. ¿Cómo se llevará con Alfredito? ¿Compartirán el desayuno o la cena? Es una pena no tener todavía unos años más para saber qué dirá la historia. Estos insultos de ahora, esos gritos que se escuchan lejos, detrás de la ventana, extrañarán pronto la paz de este tiempo pasado, se lamenta el general. Podrán vol tear mis retratos, destruir los carteles, arrancar las imágenes de las paredes, pero fueron 35 años de Stroessner y nada de ellos.

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