Las sorpresas se multiplican
Hubo un tiempo en el que Hispania y Panonia eran los límites opuestos del Imperio Romano. Hoy, a juzgar por las declaraciones de un alto funcionario del Gobierno y la atención con que se ha seguido el paso de España desde una situación dictatorial hasta su actual europeidad en marcha, cualquiera diría que la vieja Panonia ha vuelto a encontrar el hilo que un día la unió a Hispania a través de Roma. Los húngaros han inventado una expresión que no deja de provocar sorpresa entre los economistas occidentales: ellos hablan de un "socialismo de mercado" para referirse al camino que se disponen a emprender. A mí me recuerda aquella anécdota que se cuenta de Baroja, cuando, comentando una crítica ferozmente negativa en el diario El Pensamiento Navarro, dijo algo así como: "Sí, ya me han dicho que ha aparecido en un periódico que se llama El Pensamiento Navarro pero no sé si se tratará de una broma, porque, la verdad, eso de pensamiento y navarro... » .Lo cierto es que las sorpresas se multiplican. La ley de Sociedades Económicas, ya aprobada, es extraordinariamente liberal y permite la creación de empresas con aportación de hasta un 100% de capital exterior, aunque el mayor interés se centre en la creación de empresas mixtas; pero no es eso todo, pues se va a autorizar la repatriación de hasta el 100% de los beneficios. En definitiva, se trata de romper al fin -y de modo bastante taxativo- con la idea de planificación central y admitir una autonomía empresarial; incluso se habla de una reducción de ministerios, que hasta ahora trocean y controlan todos los sectores de producción, para promover una reducción del intervencionismo. Un fantasma recorre Hungría: el criterio de rentabilidad
Los húngaros ya aplican, desde principios de 1988, dos tipos de impuestos: el IVA y un impuesto progresivo sobre la renta. Hay quien considera estas medidas como empezar la casa por el tejado. Hay quien piensa que se avecinan tiempos en los que los fundamentos de la planificación socialista en torno a asuntos sustanciales van a ver seriamente conmovidos sus cimientos. ¿Cómo se enfrentará el Gobierno húngaro a problemas tales como la aparición de serias bolsas de pobreza, deterioro del nivel de vida de los jubilados, reforma de precios y salarios o dificultad de acceso al primer empleo?
En realidad, el paso más importante ha comenzado a darse con el conjunto de leyes que forman el denominado Paquete de Democratización. El Gobierno se dispone, pues, a hacer una reforma en doble dirección, económica y política. El paso final es la redacción de una nueva Constitución que no sea meramente declarativa, sino de estricta aplicación jurídica.
Entre el Paquete de Democra tización está ya en vigor una ley de Asociaciones -que a los españoles no dejará de recordarnos una época no muy lejana- que es un primer paso para la creación de una ley de Partidos Políticos. Pero éste es el meollo de la cuestión: si se lleva a cabo nos encontramos ante la noticia más importante de los últimos tiempos en el bloque socialista y en el mundo entero.
Un paseo por la Népkoztarsaság Utja o por el Lenin Krt. en un día de sol es algo impresionante para quien conoce la cara más austera de los países socialistas. Las calles, amplias y abiertas, están tan llenas de gente como la Gran Vía de Madrid a las doce de la mañana. Si hay algo hermoso en el conocimiento de una ciudad es que, al pasearla, está llena y viva. Budapest es una ciudad para ser paseada; si se dispone de un poco de tiempo, está al alcance de esa maravillosa pérdida de tiempo que es dar vueltas y vueltas sin miedo a perderse porque no hay forma de perderse. El extranjero tiene, además, una ventaja: viaja gratis en los transportes públicos. No se trata de ninguna facilidad para este tipo de picaresca, sino que, simplemente, es tan difícil hacerse con un billete para quien no dispone de información previa que los revisores -en el caso de que uno se encuentre con ellos- aceptan con toda benevolencia la impotencia lingüística del foráneo.
Hay en la Hungría actual una vieja guardia cargada de sentido de los valores y de pasión histórica y una nueva generación -que, por cierto, coincide curiosamente en su vestimenta y estilo con la de cualquier país europeo- para la que el sentido ético está muy presente, pero cuya valoración del pasado y cuyas ambiciones de futuro difieren vitalmente de sus predecesores. Sin embargo, poseen algo en común: les interesa todo lo que sucede o, al menos hasta donde yo he podido comprobar, no están ni por la rendición en un caso ni por el pasotismo en el otro. La crisis de los valores que tanto cotizamos actualmente en el Occidente europeo no parece germinar allí, ni siquiera como objeto de especulación intelectual.
He escuchado una protesta también común. Hasta ahora, el Estado ha venido actuando como mecenas, lo que es común a la mayor parte de los países socialistas. Así, por ejemplo, las entradas para los teatros o los conciertos están al alcance de todos los bolsillos. Los teatros -y hay muchos- están siempre llenos.
Como anécdota, no deja de ser curioso que La casa de Bernarda Alba se haya estrenado seis veces en los últimos 25 años, e incluso que se haya hecho una ópera sobre ella -en un país con un amor tan grande por la música tampoco ha de resultar tan extraño, pero para la sorda España es una noticia-. Hasta hace un año, la parte del león del apoyo oficial a la cultura se la han llevado el cine y la música, y la razón es clara: son dos artes con una fuerte capacidad de comunicación por encima de las barreras del idioma. Y los húngaros tienen una seria barrera idiomática. Son un gran centro receptor de cultura. Deberían ser también un centro emisor de cultura, pero el aislamiento que supone la lengua estrangula el conocimiento de un país que, nada más pisarlo, parece estar advirtiendo al extranjero de su gran potencial expresivo. Ahora, la vieja guardia protesta por los recortes de subvenciones en todos los campos del arte, y los jóvenes protestan porque una obra de teatro o un libro se están convirtiendo en bienes inasequibles para ellos. El Gobierno reconoce que es cierto, pero que no puede hacer más con el presupuesto de que dispone. Los intelectuales esbozan una sonrisa sarcástica y dicen: "Siempre que hay que recortar por alguna parte, se empieza por Cultura". Pero el disgusto es general; ese disgusto me recuerda las declaraciones de una niña de la guerra española a Televisión Española, al cabo de su reincorporación a España. Le habían preguntado -con esa facilidad del periodista para hacer de la obviedad virtud- si echaba algo de menos aquí, en esta España, "ques lo mejó cai en er mundo", y esta señora María contestó algo asombroso para una mentalidad española: "Pues yo estoy muy contenta, pero la verdad es que echo mucho de menos el ir al teatro, la música, los conciertos, los libros baratos..., o sea, la cultura".
Eso es costumbre en Hungría y se empieza a intuir que quizá aquí a partir de ahora va a hacer falta dinero para acceder a los bienes culturales. Al menos eso teme una gente acostumbrada a que la lectura o el teatro sean tan importantes en sus vidas como el comer o el vestirse.
Un bien sobre el que se volcará radicalmente el dinero es la enseñanza. La enseñanza es gratuita y obligatoria hasta los 16 años, y ya se contempla la posibilidad de tener que ampliar el período de estudios como una de las fórmulas para hacer frente a la temida dificultad de acceso al primer empleo. Pero este temor no parece existir entre los estudiantes; les preocupan más las bajas remuneraciones que les impiden independizarse; el estudiante que encuentra su primer trabajo, difícilmente encuentra su primera casa.
En cuanto a la enseñanza privada, es tabú. La primaria está íntegramente en manos del Estado; para la secundaria existen, además, liceos privados, todos ellos confesionales (judíos, católicos, protestantes ... ). La Universidad es también estatal, pero las huelgas de estudiantes se están haciendo en favor de una democratización de la enseñanza universitaria y han tenido un amplio eco.
Se invierte en enseñanza porque tan importante como el económico es el capital humano"; sin embargo, se detrae el dinero de la cultura. "¿Acaso la cultura no genera capital humano? ¿Acaso la enseñanza no es indisociable de la cultura? El alto funcionario, no sabe, no contesta; o quizá hace un gesto que quiere decir: "Hemos elegido y somos prácticos; ¿qué otra cosa puedo decirle?".
Budapest es cada vez más hermosa. Hungría es un país que salió de 1956 con sangre, sudor y lágrimas, pero que es hoy el país más abierto y moderno entre todos los del bloque socialista. Uno camina por los muelles de Pest, desde el Parlamento -que tiene un lejano sabor al de Londres- hasta la casa donde vivió Lukacs y donde está el pequeño museo a él dedicado, y puede demorarse y admirar el edificio de la Academia de Ciencias o la grande Redoute, el Vigado, donde imagino -en lo que hoy es un restaurante troceado por mamparas- a la alta burguesía húngara entrando y saliendo en plena agitación y los coches deteniéndose en la pequeña plazoleta que lo separa del Danubio, bajo la advocación del castillo iluminado en la noche.
De un lado se olfatea la nostalgia de lo que fue la época de las reformas y el entusiasmo, de nuevo fundacional, de finales del XIX; de otro, los desastres y la decadencia que se extienden desde el desplome del imperio austro-húngaro hasta el final de la regencia de Horthy. Y, admirablemente, Hungría está de nuevo viva, de nuevo en ebullición, de nuevo siendo una punta de lanza, ahora del movimiento que, desde el seno del socialismo, anuncia cambios que pueden ser trascendentales y decisivos en la historia de la Europa a la que siempre deseó estar unida, hacia la que en más de una ocasión ha "vuelto sus ojos en vano".
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