La sinceridad de Gorbachoy y la seriedad de Occidente
Desde que Gorbachov se marchó precipitadamente de Nueva York se ha venido planteando con insistencia una pregunta: ¿es veraz Gorbachov? ¿Es sincero?La respuesta es tan clara como improcedente: Gorbachov es formidablemente sincero; es devotamente veraz. Pero el punto clave es en torno a qué gira su sinceridad y qué realidad trata de servir su diplomacia, a menudo magistral. Se ha comparado su discurso con los 14 puntos de Wilson y con la Carta Atlántica. Destacados congresistas han especulado sobre los recortes en el presupuesto de defensa de Estados Unidos que su discurso puede permitir. Medios de comunicación y políticos europeos claman por una respuesta. El presidente Reagan ha certificado la buena fe del dirigente soviético. Al prometer el alivio de la tensión, Mijail Gorbachov ha satisfecho el anhelo occidental de una panacea automática.
La cuestión no es la de que Gorbachov sea serio, sino que Occidente lo sea. Para tratar en serio a Gorbachov sería necesarío partir de la premisa de que, como todo dirigente responsable, intenta maximizar los intereses de la sociedad que tiene confiada.
Gorbachov se enfrenta a un período de debilidad interna. Alrededor de la Unión Soviética están surgiendo nuevos centros de poder -en Japón, Europa y China- que aumentan la esperanza de que la contención se esté convirtiendo en realidad, objetivo que Occidente persigue desde hace 40 años. Todo esto debería crear las bases de una negociación global sobre la verdadera base de la coexistencia pacífica: el respeto por los intereses vitales de ambas partes. Esto significa que deben definirse esos intereses, negociarse sus compatibilidades y reducir o eliminar lo que les amenace.
Reconciliación universal
Pero este enfoque va en contra de la tradicional predisposición americana, que se niega a pensar la política exterior en términos del equilibrio de los intereses nacionales en vez de la reconciliación universal. Gorbachov tampoco ha mostrado ninguna inclinación por aventurarse en un diálogo de ese tipo. Y, en cualquier caso, desde su punto de vista es sensato debilitar la unidad de los centros de poder cercanos a las fronteras de la Unión Soviética y socavar su capacidad de decisión para que la URSS pueda beneficiarse de su ayuda económica sin correr el riesgo de que le influyan políticamente.
El problema no reside en su reto, sino en la respuesta de Occidente, que amenaza con comprometer la oportunidad que significa la combinación de una crisis interna soviética con un dirigente rea lista a su cabeza.
Con su espectacular actuación en Nueva York, Gorbachov ha servido brillantemente a esos objetivos. Tuvo de interlocutor a un presidente al que le quedan solamente seis semanas de mandato, que, por tanto, no estaba en posición de comprometer a su sucesor, y a un presidente electo que todavía no ha constituido un equípo de seguridad nacional. Aun después de acceder a la presidencia, Bush necesitará varios meses para organizar su Gobierno, analizar sus opciones y poner en marcha una estrategia. En todo ese tiempo, Gorbachov -y los países occidentales que simpatizan con él- tal vez logre dominar la escena hasta tal punto que al final el resultado pueda evolucionar hacia las modalidades de sus propuestas.
Pero ese resultado sólo se dará si Occidente sustituye la sabiduría por el análisis. ¿De dónde sale entonces la actual euforia? Ésta no puede proceder de las medidas tomadas en Afganistán, ni de la instalación de un radar ilegal en Krasnoyarska. La propuesta de un alto el fuego en Afganistán perpetuaría el control comunista de todas las ciudades clave y de las líneas de comunicación. La internacionalización de Krasnoyarska mantendría la existencia de una instalación que viola flagrantemente el Tratado ABM.
Tampoco se puede sentir euforia ante la declaración de que Gorbachov renuncia a 55.000 millones de dólares de deuda externa impagadera, e invita a EE UU a imitarle cancelando 700.000 millones de dólares de sus propios créditos a deudores más responsables. Y las partes de su discurso dirigidas a Pekín reflejan la versión soviética de la carta china, aunque el Gobierno chino es demasiado sofisticado para convertirse en la carta de ninguna superpotencia.
Pero lo que excitó la imaginación de Occidente fueron sus propuestas acerca del control de armamentos. No se puede juzgar, y menos verificar, el significado de la proyectada reducción de las fuerza.s armadas soviéticas en un 10% sin saber la composición de lo que se va a reducir. Reducir 500.000 hombres a un total de cinco millones podría ser una medida de eficacia; por ejemplo, podría representar la fusión de funciones de abastecimiento.
La anunciada retirada de seis divisiones de tanques y de 5.000 tanques de Europa central es significativa, aunque la propuesta no sea tan nueva como parece. En 1979, Breznev, decidido a frenar el despliegue de misiles de alcance intermedio en Europa, anunció la retirada de 1.700 tanques y 20.000 hombres, retirada que después se malogró.
Para que esta última propuesta tenga un significado pleno hay que clarificar alguna de las siguientes ambigüedades:
a) Gorbachov dijo que la retirada de tropas se haría mediante su licenciamiento, pero se calló sobre el destino que se daría a su equipamiento. ¿Qué sucederá con los tanques y la artillería que se retire de Europa?
b) ¿Qué tanques se van a eliminar? Es un hecho generalmente aceptado que unos 15.000 tanques soviéticos son de la época de la guerra de Corea. Puede que Gorbachov esté vendiendo un plan de modernización en nombre del desarme.
c) ¿Qué se entiende exactamente por disposiciones defensivas de las fuerzas en Europa central? ¿Se reducirá la actual capacidad soviética de lanzar operaciones defensivas, o se aumentará en algunos días el tiempo de aviso de Occidente?
Comprobar respuestas
Por supuesto, los planes unilaterales tienen la ventaja de que es difícil plantear este tipo de cuestiones, y más difícil aún comprobar las respuestas. De cualquier modo, la idea generalizada de que Gorbachov ha propuesto concesiones unilaterales es una tontería, o una verdad sólo en sentido muy formal.
Por ejemplo, es muy controvertida la modernización de las armas nucleares de corto alcance estacionadas en la República Federal de Alemania, debido en parte al miedo de perturbar las relaciones germano-soviéticas.
Es probable que incluso los obstáculos a la modernización de armas convencionales y al reparto de cargas aumenten más deprisa. En virtud del acuerdo sobre fuerzas nucleares intermedias (INF) se han retirado de Europa los misiles estratégicos estadounidenses, y mediante las conversaciones START sobre armas nucleares de largo alcance se proyecta eliminar la mitad de las cabezas nucleares estratégicas estacionadas en otras partes del mundo. El manido argumento de que esas reducciones dejan intacta la existente estrategia nuclear es una ilusión. Pero, ¿qué país de la OTAN soportará o compartirá la carga americana mientras Gorbachov reduce un¡lateralmente la suya?
El discurso de Gorbachov también ha sacado a relucir el argumento de que la reducción nuclear prevista en las conversaciones START debería vincularse de algún modo a las reducciones convencionales. Pero si se redugen las armas estratégicas, si se cuestiona la modernización de las armas en el campo de batalla y se paraliza la fabricación de armas convencionales, la OTAN podría terminar fácilmente sin ninguna estrategia militar.
Las ofertas de Gorbachov le proporcionan un amplio abanico de opciones. Se ha anunciado que la retirada soviética tendría lugar a lo largo de dos años; lo más probable es que el grueso se produjera al final. Por otra parte, es posible que la respuesta de Occidente sea inmediata e irrevocable. En cambio, si se procediera inesperadamente a modernizar las fuerzas convencionales y nucleares de la OTAN, Gorbachov siempre podría frenar su retirada y echar la culpa a Occidente.
Esto debe impedirse. Occidente podría ahorrarse todo eso si se tomara el tiempo de exponer un programa propio importante que abarcara elementos de control tanto político como de armamento.
Por último, el discurso de Gorbachov será significativo, bien por tratarse de una fase en el proceso de desarmar a Occidente o por ser el movimiento inicial de una compleja negociación. Es a Occidente a quien interesa convertirlo en un diálogo serio. Pero una negociación exige claridad de intenciones y que se subordine la política interna a los objetivos a largo plazo.
Durante años, la OTAN ha estado defendiendo reducciones asimétricas de armamento convencional sin definir lo que entendía por ello, debido en parte a que la Alianza ha temido afrontar la cuestión del vínculo entre defensa nuclear y convencional.
Pero, ¿es correcta la premisa básica del control de armas convencionales? ¿Se refuerza la estabilidad con la igualdad de fuerzas? Cada guerra europea ha demostrado lo contrario, ya que casi todas las victorias se lograron con fuerzas numéricamente iguales, si no inferiores, a base de un mejor mando y una mayor capacidad de concentrar fuerzas.
Respiro temporal
Si no se tratan estos temas se comprará un respiro temporal al precio de deslizarse gradualmente hacia una crisis. Puede que con su política Gorbachov esté apostando por desintegrar la OTAN más rápidamente de lo que la misma política unida a la perestroika disolvería la cohesión de Europa occidental. Pero si está en lo cierto, se producirá una crisis, porque Estados Unídos no se retirará de Europa sin una reacción. Y si se equivoca, se producirá el clásico estallido de Europa oriental, parecido al que desencadenó la I Guerra Mundial.
Por tanto, la Administración de Bush se enfrenta a un dilema fundamental antes incluso de asumir el poder. Necesita clarificar la doctrina de la OTAN sobre control estratégico y de armamento junto con sus aliados. Debe desarrollar una estrategia común. Asegurarse de que China y Japón comprenden esta estrategia, pues si ambos países interpretan mal las intenciones americanas se apresurarían a correr hacia Moscú.
Antes de presentar su propia propuesta, la Administración de Bush debe insistir en que la Unión Soviética aclare el programa de su retirada. Bush necesita una política que se ocupe del futuro político de Europa y no sólo de temas de seguridad.
Finalmente, la coexistencia pacífica no debe basarse en un espectáculo de relaciones públicas, sino en el respeto recíproco de los intereses vitales de la otra parte. Éste será el reto definitivo de Gorbachov y Bush.
El imperio ruso se ha estado extendiendo durante 400 años, tanto bajo los zares como bajo los soviets. ¿Puede Rusia, por primera vez en su historia, dirigirse hacia un concepto de equilibrio? Gorbachov debe prescindir de su tendencia impetuosa a atrapar a Occidente en sus propías redes, como hizo en Reikiavik. Y Occidente debe reconocer que una política de largo alcance no puede juzgarse satisfaciendo insaciables demandas de progreso. Para edificar verdaderamente es más importante tener razón que estar de moda.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.