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Tribuna:LA PLAGA DEL SIGLO XX
Tribuna
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SIDA: solidaridad. Ni más ni menos

El SIDA es un problema de salud pública que se ha desproporcionado porque en Occidente está asociado a preferencias y hábitos que son estigmatizados desde la cultura, desde tradicionales prejuicios y en algunos casos hasta legalmente. Un sidoso es una persona víctima no sólo de una grave enfermedad, sino también en muchos casos de la discriminación, el rechazo y la marginación.Sus libertades más esenciales, amparadas por la Constitución, pueden ser cuestionadas, recortadas o puestas en peligro. De allí la necesidad de un movimiento ciudadano en el que participen desde los mismos afectados, personas que realizan prácticas consideradas de riesgo, hasta toda la población interesada en una convivencia solidaria y responsable, para que se respeten los derechos de los enfermos y portadores del virus del VIH, y para que todos los individuos estén informados, en condiciones de tomar las medidas de prevención en una situación ajena al catastrofismo y el miedo. Una circunstancia que hay que asumir con serenidad y responsabilidad sin segundas intenciones.

Desde 1984, en que se constituyó en Madrid el primer comité ciudadano anti-SIDA, cuando el síndrome de inmunodeficiencia era un problema de los denominados "grupos de riesgo", la respuesta a este problema se ha generalizado. Hoy, 17 asociaciones a lo ancho y largo del Estado desarrollan una actitud permanente, instrumentos independientes y operativos tanto de orientación como de denuncia, atentos al tema del SIDA en relación al tratamiento que se haga del asunto en los medios de comunicación, atención sanitaria, escuelas, trabajo, etcétera. Su estrategia consiste en que todos sepamos qué es el SIDA, cómo se previene y cómo ayudar a los afectados, y esta estrategia. no está supeditada o condicionada a ningún otro interés.

Sólo un culpable

Se empeña en evitar que se culpabilice a los afectados y que se haga distingos entre víctimas inocentes y otras culpables, pasivas (por transfusión) o activas (por práctica de riesgo). Hay un solo culpable: el virus, e inclusive éste no es condenable moralmente. Rechaza todo intento tendente a controlar en forma compulsiva a determinados grupos de la población, realización masiva e indiscriminada de la prueba de anticuerpos, control de fronteras, requisito a cubrir a la hora de emplearse o estudiar, por entender que estas medidas violan los más elementales derechos humanos y por carecer asimismo de toda eficacia o garantía para impedir que el virus se siga propagando. Sólo la información, la educación y la solidaridad detendrán al SIDA.

Si no se entiende que el SIDA es un problema de todos, el virus seguirá gozando de buena salud. Si una sociedad no garantiza salud y libertad para todos, hoy más unidas que nunca, habrá menos salud y menos libertad para todos.

Si queremos, el SIDA es una buena oportunidad para archivar los tabúes que emanan del sexo. Es una buena oportunidad para explicar relajadamente a los jóvenes qué es el sexo y qué es, la salud, y en ese contexto, qué es el SIDA. Es una buena oportunidad para que todas las personas con hábitos sexuales no mayoritarios o con adicciones no legales gocen de los mismos derechos. Es una buena oportunidad para que la relación sanitario-paciente sea de igual a igual, horizontal.

Ayer fue la sífilis, que finalmente tuvo su Fleming. Hoy es el SIDA... Con vacunas y tratamientos eficaces o no, de lo que se trata es de gozar de la vida incorporando sin dramatismo la prevención, de hablar claro, de no esconderse en estúpidos pudores o en hipocresías represivas.

Finalmente, nos queremos referir a la asociación SIDA-muerte, una asociación inmovilizante y morbosa. No nos morimos a partir del SIDA, es una vieja costumbre que no nos queda más remedio que respetar. Todos nos vamos a morir; lo que es indignante es que las víctimas del SIDA mueren clandestinamente, como si hubieran cometido un crimen o un pecado horroroso. Hoy, un enfermo de SIDA vive mucho más tiempo que hace cinco años, y en 1989 y 1990 vivirá más aún. Podemos ser optimistas. Pero, ¿y el derecho a morir con amor, acompañados, qué?

Héctor Anabitarte Rivas es presidente del Comité Ciudadano Anti-SIDA de Madrid.

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