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El Salvador, un caso sin salida

Cuatro años de experimento democrático no han servido para acabar la guerra

Antonio Caño

El Salvador es desde hace cuatro años el campo de pruebas de las posibilidades de un Gobierno democrático para derrotar a una guerrilla marxista en un país con un 70%, de miseria entre la población, en un país donde abundan tanto las fiestas de sociedad como los crímenes políticos. El experimento continúa. En días de buenas intenciones, de acercamiento entre los bloques y compromisos como los que imperan en otros conflictos regionales, suena algo anacrónico saber que los escuadrones de la muerte han incrementado su trabajo en El Salvador, que cada año aparece en las cunetas medio centenar de personas salvajemente mutiladas.

En El Salvador, centenares de hombres y mujeres se incorporan cada semana a la lista de cerca de 70.000 personas (casi dos de cada cien salvadoreños) que han perdido la vida en un conflicto civil que dura más de ocho años, tanto como el de Irán e Irak.La guerra resulta cada día más incomprensible para una población que, siempre que puede, llena los restaurantes y pasea por los parques de la capital salvadoreña discutiendo sobre la calidad futbolística de Mágico González, un héroe del deporte nacional que juega en España. Tanto para ellos como para los campesinos a los que los bombardeos obligan a huir a los campos de refugiados, como para las decenas de miles de lisiados y heridos por las minas, la única política válida es la del diálogo y la negociación.

Las partes en conflicto llegan al final de 1988 evidentemente agotadas por el enorme desgaste, pero sin convicción ni posibilidades claras de encontrar una solución política pacífica. El Salvador sigue siendo hoy un caso sin salida. La izquierda prepara al pueblo para la insurrección, el Ejército engrasa su maquinaria para el incremento de la guerra, los partidos políticos inician su campaña para las elecciones de marzo próximo, Estados Unidos intenta remendar lo que ha sido su proyecto ejemplar para Centroamérica. Sólo un mago podría encontrar cómo conciliar todos estos intereses.

Los únicos elementos positivos del actual estado de cosas son que el Salvador ha vuelto a convertirse en un tema de atención internacional prioritaria, y que las partes enfrentadas creen llegada la hora de la decisión y ponen, por tanto, toda la carne en el asador para imponer su solución particular.

La fecha de referencia en estos momentos es la del próximo 20 de marzo, en la que se elegirá al presidente que deba sustituir al irrepetible Napoleón Duarte, quien lucha contra el cáncer para seguir con vida para entonces.

Dos hombres se disputan la victoria en esos comicios: Alfredo Cristiani, de la derechista Alianza Republicana Nacionalista (Arena), y Fidel Chávez Mena (a quien Duarte designó como sucesor en el Partido Demócrata Cristiano), El tercero en discordia es Guillermo Ungo, un aliado político de la guerrilla que encabeza la candidatura de Convergencia Democrática (CD).

El triunfo relativo en la primera vuelta está ya casi en manos de Arena, pero las encuestas más serias realizadas hasta ahora no le dan ventaja suficiente para evitar la segunda vuelta. En ese caso, los votos de Convergencia Democrática podrían ser decisivos para arrebatarle la presidencia al partido que cuenta entre sus dirigentes con el mayor Roberto D'Aubuisson, a quien Estados Unidos acusa de vinculación con los escuadrones de la muerte y a quien Duarte responsabilizó como autor intelectual del asesinato del obispo de San Salvador Óscar Arnulfo Romero.

Pero la Arena de hoy no es como el partido siniestro que sembrara el pánico en 1980. La modernización y democratización de Arena es uno de los factores nuevos de la situación actual. De la mano de Alfredo Cristiani, el partido ha logrado una imagen de moderación que hace olvidar que, en su interior, siguen existiendo fuerzas ultraderechistas.

Desde su triunfo en las elecciones legislativas del pasado mes de marzo, Arena ha tratado de hacer una política que convenza a Estados Unidos de que su llegada al poder presidencial no provocaría transgresiones inmediatas de los derechos humanos. Los norteamericanos no apuestan, desde luego, por el caballo de Arena, pero el secretario de Estado, George Shultz, manifestó la pasada semana en San Salvador que Estados Unidos apoya el proceso democrático en este país y que "cualquier opción que elijan los salvadoreños dentro de ese proceso democrático será bien recibida'.

Arena está representando hoy, a juicio de Ignacio Ellacuría, rector de la Universidad Centroamericana (UCA), "lo mismo que Alianza Popular en España, una canalización de la derecha democrática". El peligro puede venir de una posible derrota de Arena en las elecciones presidenciales y una consiguiente recuperación del poder en el seno del partido por parte de los elementos más reaccionarios.

Candidato de la Moncloa

El candidato democristiano, Fidel Chávez, es, como pocas veces puede verse tan claramente, el hombre de Estados Unidos y de Europa. Washington está políticamente volcado en su favor, aunque el embajador norteamericano le ha advertido que será imposible entregarle dinero de la CIA para su campaña electoral, como hicieron con Duarte, porque las cosas en el Congreso se han puesto muy dificiles como para tomar esos riesgos.Si Chávez Mena pierde las elecciones no será, sin embargo, por falta de apoyo internacional, incluido el del Gobierno español, sino por el escaso respaldo popular que su figura despierta.

Cargado con el peso de cuatro años de gestión democristiana durante los que ha abundado la corrupción, y carente del carisma de Duarte, Chávez Mena va a tener que subir mucho en las encuestas que ahora le dan el 20% de votos para poder ser el próximo presidente de El Salvador.

Como obstáculo añadido, Chávez tendrá que enfrentarse también en las elecciones a un disidente de la democracia cristiana, Adolfo Rey Prendes, que espera obtener los votos suficientes como para después negociar en buena posición.

Pero todo este debate electoral suena extraño en los oídos de las dos fuerzas decisoras en El Salvador: el Ejército y la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Ambos se han renovado y se han preparado para decidir por su cuenta la crisis. Ambos parecen invencibles.

El Ejército tiene desde hace tres semanas un nuevo jefe de Estado Mayor, el coronel René Emilio Ponce. Es un hombre de 41 años, número uno de una famosa promoción conocida como la tandona o la sinfónica, una generación que ha desempeñado un papel fundamental en la guerra y a la que tradicionalmente se consideraba más autónoma respecto a Estados Unidos y con una ideología próxima a la de Arena. Su llegada al alto mando fue interpretada, mecánicamente, como una derrota de la estrategia de EE UU y el anuncio de una radicalización del conflicto.

Los mejores observadores consideran, sin embargo, que esta interpretación es demasiado simplista. Es previsible, desde luego, que los nuevos jefes militares estén mucho menos preocupados por el cumplimiento de los derechos humanos que por ganar la guerra; es probable, incluso, un recrudecimiento de las acciones militares. Pero no es fácil pensar que de eso se pueda llegar a una estrategia de guerra total.

La guerra en El Salvador la paga Estados Unidos. El Gobierno norteamericano gasta en ello dos millones de dólares diarios (3.000 millones de dólares en cinco años), y no lo hace, por supuesto, para que el Ejército aplique una estrategia distinta a la que se concibe en Washington.

Estados Unidos y sus instructores militares en El Salvador planifican directamente la actuación del Ejército de este país sobre la base de lo que denominan un conflicto de baja intensidad, lo que supone la combinación de medidas militares y políticas para ir debilitando lentamente a la guerrilla. Conocedores de que la tandona significaba un movimiento discordante con esta estrategia, los funcionarios norteamericanos han ido moviendo las piezas en el Ejército salvadoreño de manera que el poder de esa generación quedara disperso y debilitado. Esto parece inicialmente conseguido, pero, por si no fuera suficiente, los norteamericanos han amenazado con retirar su ayuda al Ejército salvadoreño si éste decidiese la vía de la guerra total.

Recientemente se han presentado casos, como la matanza de diez campesinos, supuestos colaboradores de la guerrilla, en la localidad de San Sebastián, que hace temer que los norteamericanos van a tener más difícil frenar a esta nueva generación de militares que a los anteriores.

Mejor que nunca

Sin ayuda norteamericana, las probabilidades de una victoria del FMLN se multiplicarían por diez en poco meses. La guerrilla, según versiones imparciales, está mejor que nunca.

El FMLN ha ido, efectivamente, modificando su estrategia a medida que se intensificaba la presión militar, con el mérito de haber sobrevivido al mayor esfuerzo hecho por Estados Unidos en América Latina en los últimos años.

La guerrilla salvadoreña es también hoy un movimiento más maduro políticamente. Ha corregido el divisionismo interno que le llevó a crueles ajustes de cuentas en el pasado y ha moderado los objetivos políticos que, tiempos atrás, hacían ver al FMLN como una opción muchomás radical que la que representaban .los sandinistas en Nicaragua.

El FMLN se presenta hoy como una fuerza democrática que no aspira a un poder totalitario y que acepta el juego electoral. Sus aliados políticos creen que las circunstancias del país han ido obligando a la guerrilla a abrirse, pero muchos dudan de la sinceridad de esta apertura mientras sigue matando.

Las fuerzas de izquierda en El Salvador se debaten todavía en la polémica de si el poder hay que ocnquistarlo por las urnas o por las armas. Mientras la parte moderada de esa izquierda (FDR) participa en el proceso electoral y pone a prueba las condiciones democráticas del país, el sector de la izquierda armada no puede dejar de estar presente, a su estilo, en el debate actual. Los coches bombas, los ataques a los cuarteles son la forma en que la guerrilla quiere mostrar que la presentación de sus aliados del FDR a las elecciones no es un síntoma de debilidad.

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