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La poesía de 'pérdida' de Francisco Brines

Autor de la última versión de 'El alcalde de Zalamea'

Francisco Brines se considera un desterrado de la infancia. Y desearía recuperarla. Sin embargo, no es pesimista, y su interés por la vida, su amor por ella, le permiten pasar por sus 56 años con tranquilidad y equilibrio. Su adaptación del texto de Calderón El Alcalde de Zalamea, que representa actualmente la Compañía Nacional de Teatro Clásico, es elogiada por todos. Premio Nacional de literatura en 1987 por El otoño de las rosas, refleja en su poesía la preocupación que le causa la pérdida continua que sufre el hombre a lo largo de los años.

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Poesía y prosa están escritas por él desde la vida. Pero Francisco Brines es poeta. Aunque este año no haya podido dedicar los meses de septiembre y octubre a su tranquilidad, a la música y a la lectura reposada que encuentra en Oliva (Valencia) y que le predispone a la escritura. Ha preferido quedarse en Madrid hasta el momento del estreno de El alcalde de Zalamea, de Calderón, que él ha adaptado para la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Le interesaba esta adaptación para acercar la obra al hombre de hoy, que desgraciadamente no está "cerca de los clásicos". Cree que así podría conseguir en algunos una afición a la literatura e incluso al vivo lenguaje de los siglos XVI y XVII, que tanto contrasta con el de hoy, reducido y agotado.Este trabajo, a pesar de ello, no es un paréntesis en la actividad poética de Francisco Brines, porque él no se dedica a componer versos todos los días. El Premio Nacional de Literatura, que recibió en 1937 por El otoño de las rosas, reconoce 60 poemas escritos a lo largo de 10 años.Emoción en el poema También recibió el de Letras Valencianas por su obra; 20 años antes había recibido el de la Crítica de 1966, y en 1960, el Adonais. Porque él escribe sólo cuando siente necesidad de hacerlo, cuando siente "una emoción, a veces oscura, que me está exigiendo que la aclare en el poema, que la dé cuerpo en el poema...". Eso podría ser para él lo que para otros es inspiración, "no un rayo que cae sobre uno" ni ponerse delante del papel cada día. "Perder la infancia es perder el paraíso", sentencia el poeta y es al hablar con Francisco Brines la vida se presenta como una sucesión de pérdidas. Es la poesía que ensaya una despedida, la de toda su obra. Pero la conversación no es la de una persona triste, amargada o insatisfecha. Podría decirse que lamenta el paso del tiempo, aunque su razón ha logrado la fórmula precisa para amar la vida.

"A lo largo de los años perdemos, en primer lugar, el sentimiento de inmortalidad. Cuando somos niños, somos dioses. Desde que tenemos conocimiento de la muerte, empezamos a perder todo. El encuentro con la mortalidad es una pérdida tremenda... Perdemos lo esencial, la inocencia, y luego, el entusiasmo".

Francisco Brines fue feliz en la niñez. "¡Soy un desterrado de la infancia!", asegura. Y desearía "volver a mirar al mundo con la capacidad de asombro, de descubrimiento, que yo tenía...". De la adolescencia querría "descubrir la belleza del mundo físico... No es lo mismo que ahora... Ver una noche estrellada y sentir ese temblor emocional... ¡Eso era maravilloso! Descubrir el mundo, amar el mundo, aprender a amar a los demás. Enamorarte. Y enamorarte como se enamora uno cuando es adolescente, no como ahora, que sabes todos los peligros del amor y estás queriendo enamorarte y no enamorarte".

Ese sentido del tiempo que le acerca a Quevedo o Jorge Manrique sobrepasa la biografía del poeta. Como él mismo desea, la experiencia personal se convierte en un concepto vital, en universal, como le interesa a Brines. "La biografía se borra", insiste. Importa la obra, el resultado. "El poeta es un dador de belleza, de comprensión de la vida, de consuelo. Su labor es como la del filántropo, la del misionero o la del premio Nobel de la Paz. No puede haber grandes obras entregadas a los demás que se queden en el egoísmo de sus autores, aunque el nacimiento hubiera sido ése".

Ese intento de superar la individualidad se transforma en poema en Francisco Brines. "Me importa la poesía en cuanto me importa la vida. A mí no me importa un poema como ejercicio literario. Yo estoy esperando ser lector de mi poema. A veces buscas si no respuestas, plantearte preguntas. Y a veces hallas en la poesía incluso una moral". Por eso escribe para conocer, y por eso le emociona lo que escribe, y por eso, a veces, sufre. "Si supiera qué iba a escribir, no lo haría"Y además, la moralidad. "La poesía es un ejercicio de tolerancia. Por eso es tan moral el arte porque nos saca de lo que somos, del egoísmo, en el acto de la comunicación espiritual con las obras. Somos el que no somos normalmente. El padre de familia virtuoso se vuelve vicioso; el heterosexual, homosexual; el hombre, mujer; el niño, viejo. Y todo eso, en el acto de la lectura, lo somos o lo comprendemos, y empezamos a tolerar, a estimar".

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