Para qué sirve el teatro
El teatro ha desplegado ya todos sus artificios del principio de temporada y tenemos la cartelera cuajada de grandes nombres del pasado. Tirso y Calderón, Marlowe, Pirandello, O'Neffi. 0 Alberti, con su obra El hombre deshabitado. Un museo. No lo es tanto; porque se ha creado una teoría procedente del estructuralismo. El teatro vive cada vez que se representa, porque en ese instante está su verdadera belleza. Es una suma de signos en los cuales el texto no proporciona más que una especie de memoria genética sobre la que se desarrolla luego una cultura. Un espectáculo. La palabra espectáculo sustituye -en ese lenguaje- a la de obra; equivale a puesta en escena. Directores, dramaturgistas -nueva acepción del antiguo dramaturgo, que era el autor-, escenógrafos, iluminadores, figurinistas, son los creadores del espectáculo. Toda una larga fila de personas que al terminar el espectáculo salen a saludar con los actores, cogidos por las manos, en una especie de sardana triunfal.Cuando se habla de la falta de autores o de un teatro que describa el momento o la sociedad se comete un arcaísmo o se cae en la acusación de viejo estilo. No hace falta en realidad. Cualquier autor de cualquier momento y de cualquier país sirve; incluso añade un color de oro antiguo a la larga lista de creadores actuales, y hasta permite que se organicen discusiones, seminarios, actividades en tomo a él: libros, ensayos, artículos, conferencias. Es decir, algo aparte de la representación, algo que pueda ser tratado de otra forma que por los actores en el escenario. Lo que vamos a ver es este arte instantáneo e irrepetible; la misma entraña de la actualidad, porque se va consumiendo a medida que va sucediendo. Sobre esta idea se defiende la naturaleza misma del teatro frente a posibles enemigos de otra fijación, otra conservación, otra forma de hacer llegar el lenguaje dramático: el vídeo, el cine, la televisión. Ninguno de ellos es capaz de esta fugacidad.La vieja memoria¿Se está refiriendo a nosotros este teatro? Se intenta a veces en esta creación del momento traer hacia acá la vieja memoria del texto, se le retoca, se le añaden frases o se quitan otras, para que nos sintamos confortables. Para que no choque demasiado con nuestro sentido actual de la vida. Algunas escenas mudas -fuera de texto- nos hacen guiños para decimos que estamos aquí todos juntos, hoy mismo, en este peculiar mes de noviembre de esta ciudad en que nos vemos. Se ve el espectáculo: su modernidad está en sus luces. en esos guiños internos, en sus trajes, en la audacia de un decorado, en una calidad pictórica, en un engranaje de los actores -o una movilización determinada de sus cuerpos- Así se refiere a nosotros y sólo así.
Nada más. Algún teatro a la antigua usanza trata de aparecer entre los grandes monumentos de son et lumiére de hoy mismo: un teatro como frívolo, unas comedias apuntando hacia lo cómico o lo humorístico, o hacia lo sensible, se aprietan en algunos teatros con empresarios privados. Son pocos y se les considera mal porque hablan de hoy como pueden, o como creen que le puede gustar al público. Ya van desapareciendo. Los locales se transforman en otra cosa o en ruinas. Los autores -no tan nuevos; ya un poco cansados de la agotadora lucha por la vida- tratan de defenderse del espectáculo o de utilizarlo para sí mismos. Muchas veces tienen público, pero ya no basta. La casta, una cosa tan española y tan antigua, se va extinguiendo: el que escribe prefiere escribir otra cosa que no sea teatro, donde le parece que el terreno es suyo.
El teatro no es un instrumento para hablarnos de nosotros, de nuestra sociedad. Repele a los autores que intentan todavía la antigua usanza; conserva dos o tres de ellos entre mirtos y laureles, empolvados. En el futuro servirán para espectáculos: sus textos de hoy serán la memoria para los nuevos espectáculos. Deformados, achatados, entrecortados, añadidos, revisados, dramaturgizados; iluminados, dirigidos, escenografiados, musicados, vestidos. Con dos o tres que queden de esta última mitad de siglo van a tener bastantes los creadores del futuro o su público, si es que todavía hay público. Porque el público ni siquiera es imprescindible para la realización del espectáculo. Basta con patrocinadores, subvencionadores, directores de estado, funcionarios culturales. Otro mundo.
No hay tampoco que preocuparse por la necesidad de las sociedades de verse a sí niÍsmas, de interrogarse, reconocerse, entenderse, reflexionar sobre sí mismas. Ese servicio de reconocimiento no va a desaparecer. Lo está dando hoy el cine, el vídeo, la televisión; mañana, lo que venga. El teatro y sus autores ya han pasado a ser otra cosa.
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