Retrato del artista imaginario
El artista ha colgado sus obras en los lóbregos muros de este pub, donde nadie puede verlas. Es un gesto simbólico que evidencia la voluntad cultural de los dueños del establecimiento y las ansias de exponer del joven pintor, que no se deja amilanar por la espesa tiniebla que rodea sus creaciones ni por la evidente falta de interés de la parroquia. La atención visual del público se concentra en el diminuto rectángulo del escenario que acoge esta noche a un trío musical formado por una pianista belga, un guitarrista japones y un percusionista brasileño.Entre la clientela abundan los replicantes maduros, reciclados de urgencia con materiales de derribo, remozados en los saldos de las boutiques, al acecho de carne fresca para rejuvenecerse, en dura competencía con las viudas negras, alegres divorciadas, fetichistas del luto, de la media de malla y del tacón de aguja que suelen clavar en sus jóvenes e indefensas víctimas.
Todos, artistas
Y hay vaqueros de asfalto, cowboys de medianoche que consumen bourbon y se soban las puntas metálicas del cuello de sus camisas. Filósofos de barrio que peroran insomnes su historia interminable a cambio de unas copas, camellos con arreos de yuppy y yuppies que se ajustan la prótesis dental en los lavabos.
Pero, sobre todo, hay artistas. La concentración por metro cuadrado de artistas de vídeo, la música, el diseño, la fotografía, el teatro y el cabaré es mucho más alta que en el París de los cincuenta, el San Francisco de los setenta o el Nueva York de los ochenta. Se respira arte, se bebe arte, se esnifa arte, se inyecta arte.
Todos somos artistas. La profesión se ha democratizado; se puede ser artista sin obra o, mejor dicho, cada artista ha de convertirse en su propia obra. Los feroces porteros de los clubes de moda suelen introducir entre los elegidos por su fama o su dinero algunos de estos artistas-objeto para animar la decoración del local y entretener visualmente a la clientela. Basta con ser exótico, extravagante sin estrépito y cuidadoso con la higiene personal para formar parte del mobiliario del club. El medio es el envase, y el primer mandamiento obliga a cultivar la propia imagen sobre todas las cosas. Esto a veces es problemático: G., por ejemplo, cultiva con esmero su imagen de escritor duro y alcoholizado y logra componer un personaje muy convincente. Ser desalojado cada noche por la fuerza de los bares y visitar de madrugada las comisarías son actos que refuerzan su magnífico retrato, pero con su agitada vida nocturna y sus desastrosas resacas G. no encuentra tiempo para ponerse frente a la máquina de escribir y contar sus apasionantes vivencias. Si G. encontrara tiempo para escribir sus libros, éstos serían, no me cabe duda, mucho más vivos e interesantes que todos esos relatos morosos y sin enjundia que publican aburridos profesores de instituto o probos funcionarios que escriben en sus ratos libres sobre folios con membrete de sus oficinas.
Los nuevos malditos
Los malditos de antes no elegían su maldición entre un surtido de opciones vitales; se limitaban a sufrirla, aunque a veces se delectaban morbosamente en ella. Pero los nuevos malditos han de hacer verdaderos esfuerzos para caminar por el lado salvaje de la calle, sus profundas ojeras han sido ganadas a pulso en noches de insomnio profesional, su palidez espectral ha sido largamente trabajada por el alcohol y los estupefacientes, su decrepitud es el resultado de una trayectoria de sacrificio y autoaniquilación, pero las flores del mal sólo germinan en los vertederos de los elegidos; cuando estos neomalditos logran garrapatear unas líneas, emborronar un lienzo o componer una canción desesperada, el resultado no responde a las expectativas, y, sin embargo, puedo asegurar que en cualquier asamblea de poetas serían los más fotogénicos y en cualquier coloquio literario descollarían como los conversadores más amenos.
El género que mejor cultivan es el oral, pero por desgracia nadie subvenciona a los narradores de cuentos. Equivocada política, porque en sus amplias disertaciones nocturnas muchos de estos artistas esbozan argumentos geniales y describen magníficos planteamientos de imaginarias novelas. Habría que promocionar salvajemente a estos jóvenes valores, pues entre la hojarasca podrían surgir uno, diez, veinte nuevos péndulos de Foucault.
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