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LA DERROTA DE UNA DICTADURA

La victoria en La Victoria

Incertidumbre inicial y explosión final de alegría en la más combativa de las 'poblaciones' de Santiago

ENVIADA ESPECIALPoco después de las diez de la noche, hora local, se temía lo peor. Una tanqueta militar aparecía estacionada frente a la imagen de un Cristo crucificado al que nunca le faltan las luces, en una de las entradas a la población La Victoria, la más combativa, la más representativa del cinturón de la miseria de Santiago de Chile. De su ocupación por los sin casa se cumplirán 32 años el día 30 de este histórico mes de octubre.

A la una de la madrugada, cuando se supo que el general Matthei había reconocido públicamente la victoria del no, la tanqueta dio media vuelta y se, fue por donde había venido. Simultáneamente, las aproximadamente 200 personas, en su mayoría jóvenes, que quedaban esperando junto a la Casa de Cultura saltaron y gritaron, lloraron y rieron, se abrazaron como si se reencontraran después de una larga travesía. Entonces, poco a poco, los otros empezaron a salir de sus casas. En pijama, en bata, ojerosos, bostezantes, incrédulos. Dos únicas banderas, formadas cada una por la nacional chilena cosida a la del no -con el añadido "hasta vencer" del partido comunista, que en esta población tiene fuerte arraigo-, se pusieron al frente de la espontánea manifestación. Dos banderas y algo más: una guitarra, blandida en el aire por Lito, compositor y cantante poblacional.

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Clamor de alegría

La guitarra daba la medida de lo que aquello iba a ser. Un clamor de alegría y esperanza que, siguiendo escrupulosamente las instrucciones de los partidos de oposición, se redujo a los límites de la población, sin caer en provocaciones ni revanchismo. Era la felicidad y nadie podía creerlo.

Empezaron a llegar los periodistas. Se cantaba en torno a pequeñas fogatas hechas con panfletos. Se cantaba todo. Y se echaba a Pinochet-ya, ahora mismo, a grito limpio: "Y ya cayó", "la alegría llegó". Un grupo coreó una letanía rernatada por: "Y por si fuera poco, le cortamos los cocos (testículos)". La señora Olga, veterana con cabello de nieve, responsable de la olla común, lloraba en solitario. Pilina, 50 años, 15 días de tortura en la funesta Villa Grimaldi, recordaba a la hija que se murió de frío la noche en que tomaron la población. Cogidos de la mano, los vencedores del no formaban corros que giraban con energía largamente contenida. "Tenemos dignidad, señora, ya lo puede usted escribir", dijo a esta periodista un chaval como de 15 años llamado Andrés.

A medida que la manifestación avanzaba se iban sumando los recién despertados. Como en una película de las que ya no se llevan, cada vez más y más gente recorría los senderos flanqueados por murales de Allende, del Che Guevara, del asesinado padre André Jarlan, de los detenidos-desaparecidos. Los periodistas lloraban: tipos llegados de cualquier parte del mundo, que no están acostumbrados a contar victorias.

"Ahora, a cuidar el triunfo, compañeros. A quedarse muy quietos, a no provocar, a no dar motivos para que nos quiten lo que tanto dolor nos ha costado. Y a luchar para que nos devuelvan a nuestros presos políticos". La consigna iba de boca en boca. Y muchos de los que la pronunciaban eran jóvenes miembros del grupo armado Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Esa noche no hubo partidismos. Hubo Chile, el asombrado y orgulloso renacimiento de Chile. "Para que no nos vuelva a pasar lo que nos pasó", remachó el señor José con sabiduría de viejo combatiente.

Representantes sindicales, observadores extranjeros y luchadores representativos de la población formaron improvisados mítines pidiendo prudencia y firmeza.

Cuando tomó el megáfono el médico del policlínico -que les costó a todos una dura y prolongada batalla, y que se construyó con la aportación de un ladrillo por vecino-, se cuajó el silencio más respetuoso de la noche. "Él vive bien lejos, mi amiga, pero siempre se las arregló para llegar hasta aquí y cuidar de nosotros".

Recién conversos

Y no faltaron los recién conversos. Un reconocido sapo (soplón) proporcionó la radlo y los altavoces que hacían falta para que sonara la música y se bailara como en una verbena. "Ya se están cambiando la camisa. No importa, compañeros, no importa". Un par de provocadores pidieron a gritos quemar neumáticos. "El neumático arde dentro de nosotros. Es el triunfo del no", les respondieron, neutralizándolos.

El amanecer cogió a mucha gente en la calle, insomne. Por la avenida Departamental empezaron a circular coches que, al pasar por La Victoria, saludaban con el claxon. Un bebé rompió a llorar en la casa vecina a la que sirvió de cobijo a esta enviada especial. A través de los agujeros del techo llegaba el trinar de los pájaros. La gente, como si nada, salía de sus hogares para ir a trabajar. Tal como el Comando para el No había recomendado. Tranquilos, silenciosos. Armados sólo con una sonrisa apenas reprimida. Cargada de futuro.

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