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Tribuna:LIBER 88
Tribuna
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El aislamiento de la literatura española

Aquel viejo tópico que atribuía a los países extranjeros envidia permanente de todo lo español, generadora de sucesivas calumnias y causante de que se hubiese perfilado la imagen de una España aborrecible, partía de una seguridad nunca cuestionada: que lo español era universalmente conocido. Envidia tan descomunal sólo podía nacer precisamente desde una rivalidad que valoraba nuestra gloria y nuestra fama en la conciencia de que no era posible igualarlas.Sin embargo, si para basar el tópico pudo haber alguna vez razones de tal índole, es preciso apresurarse a señalar que ahora sería pueril cualquier especulación de ese tipo. Desgraciadamente, España es actualmente una gran desconocida en el mundo si consideramos la difusión de nuestra literatura, que, como se sabe, suele ser uno de los aspectos más significativos del rostro de un país fuera de sus fronteras.

Aunque se podrá contar con datos generales y completos cuando esté concluido el estudio del Index translationum -publicación de la Unesco en que se muestra anualmente el repertorio de traducciones de obras extranjeras- que está elaborando el Centro del Libro y la Lectura del Ministerio de Cultura, la situación ha sido desoladora en los últimos años, a juzgar por las obras españolas que se traducen ahora por primera vez a otras lenguas o por la presencia de la literatura española en Francia, país que ha sido tradicionalmente el que, fuera del ámbito hispánico, ha manifestado mayor interés por nuestra literatura :

En lo que toca a traducciones de libros españoles a lenguas extranjeras, desde 1984 -año en que se puso en marcha el sistema español de ayudas a la traducción- han sido traducidas por primera vez obras significativas para nuestra literatura que permanecían inéditas fuera de España. El caso más espectacular es el de La Regenta, que apareció por primera vez en sueco, francés, chino y portugués, o el de Fortunata y Jacinta, que fue traducido por primera vez al inglés. Otros títulos recientemente traducidos o en vías de traducción a lenguas mayoritarias (En las orillas del Sar y Platero y yo, al alemán; Peribáñez y el comendador de Ocaña, al inglés y al alemán; Tirant lo Blanc, al alemán y al francés, etcétera) dan idea de las sorprendentes lagunas que, respecto de la cultura española, existen en las grandes culturas del mundo occidental.Una muestra objetiva de la situación se recoge en la revista bibliográfica francesa Livres hebdo, que, con motivo de la exposición española Livres d'Espagne: dix ans de création et de pensée, celebrada en el Centro Georges Pompidou de París la pasada primavera, publicó un amplio informe titulado Literatura en lengua española, en el que se recogían los libros de lengua castellana traducidos y disponibles en Francia.

Dejando aparte a los autores latino americanos, los autores españoles disponibles actualmente en las librerías francesas son poco más de 60, a través de unos 300 títulos. De tales autores, sólo 16 son anteriores al siglo XIX, y la presencia de su obra es muy fragmentaria; por ejemplo, según tal informe, permanece inédito en Francia el Persiles cervantino. Los únicos representantes de la literatura española del siglo XIX son Clarín, con La Regenta, y Galdós, con tres novelas (Tristana, Nazarín y Fortunata y Jacinta), y está en prensa una selección de las leyendas de Bécquer.

Del siglo XX, en la etapa anterior a la guerra civil, están traducidas y publicadas obras de 16 autores, de los que seis pertenecen a la llamada generación del 27 (Albertí, Aleixandre, García Lorca, Gil-Albert, Guillén y Salinas). La única obra completa publicada es la de García Lorca. De Baroja se han publicado seis libros, poca cosa de Juan Ramón Jiménez y tres obras de Unamuno. Los demás autores -hasta 27- son contemporáneos, de los cuales 10 corresponden a la narrativa más reciente: Félix de Azúa, Cristina Fernández Cubas, Adelaida García Morales, María Jaén, Javier Marías, Ignacio Martínez de Pisón, Eduardo Mendoza, Álvaro Pombo, Javier Tomeo y Manuel Vázquez Montalbán. Si consideramos que están a punto de aparecer también en el mercado francés otros libros de autores actuales (Luis Mateo Diez, Alejandro Gándara, Julio Llamazares, Juan Madrid, Juan José Millás, Antonio Muñoz Molina, etcétera), podremos apreciar que parece marcarse en el país vecino un cambio muy positivo hacia la presencia de nuestra literatura, pero que persisten enormes vacíos para la comprensión de nuestro panorama literarío histórico.En lo que se refiere a las demás lenguas del Estado, su presencia en el extranjero es poco relevante, si bien últimamente comienza a difundirse Tirant lo Blanc en distintas lenguas y a través de editoriales importantes. Merece señalarse la especial del Diamant, de Mercè Rodoreda, traducida o en vías de traducción a varias lenguas nórdicas y al portugués. También está traduciéndose al francés O Grifon, de Alfredo Conde, ganadora del Premio Nacional de Literatura 1986.

Débil presencia

Por otra parte, nuestra débil presencia literaria fuera de España no se corresponde con un panorama de fragilidad editorial española que pudiera ayudar a justificarla. Como es bien sabido, la producción española de literatura (incluida la latínoamericana), según datos de la agencia española ISBN, creció en 1987 cerca del 16% sobre el año anterior y supuso un 6,5% del total de nuestra producción editorial (38.814 títulos), en un contexto que coloca a la producción española entre las seis primeras del mundo, tanto en número de títulos publicados como en volumen de producción en dólares y cifras de exportación.Tampoco se corresponde con una similar situación en cuanto a la presencia de obras extranjeras en nuestras librerías: El mercado español está atento a las novedades de la literatura europea y norteamericana y es fácil encontrar en los catálogos de las editoriales españolas las obras literarias más representativas de las principales culturas. Y es de esperar que tal presencia de la literatura extranjera en España se mantendrá, e incluso se intensificará, como consecuencia de la consolidación de editoriales extranjeras en nuestro país.

Por supuesto que la falta de difusión de nuestra literatura fuera de España está directamente relacionada con ese secular aislamiento, que vino a culminar en la falta de una presencia cultural española organizada institucionalmente con un mínimo de recursos, y que no puede improvisarse.

En la mayoría de las ocasiones, la literatura española ha estado representada en el extranjero únicamente por la actividad incansable y generosa del hispanismo. En muchos casos son los hispanistas quienes, con escasos medios, van rasgando la bruma de olvido que rodea a la literatura española. Por ejemplo, recientemente se ha celebrado en Japón el primer congreso cervantino de la historia de Asia. También en Japón están traduciéndose obras españolas merced a la decisión personal de un español de la diáspora. En este mismo capítulo deberían incluirse las traducciones de libros españoles emprendidas por la compañía de aviación Iberia.

En cualquier caso, no olvidemos que el principal artífice del aislamiento ha sido nuestro propio genio. Desde las reiteradas prohibiciones de exportación a Indias del Amadis, o aquel famoso edicto de 1799 que prohibió imprimir y vender novelas, la reacción antiliteraria fue firme en momentos decisivos, y el aislamiento se convirtió en parte del talante nacional durante el franquismo.

La difusión de la literatura española es una parte de la difusión de nuestra cultura. Se trata de un proceso lento, que requerirá muy diversas actuaciones. Pero sin duda uno de los elementos imprescindibles, como punto de partida, estriba en alcanzar el más exacto conocimiento de nuestra falta de presencia fuera de España, que tiende a ser olvidada a menudo, acaso desde resabios de ingenua petulancia.

José María Merino es escritor y director del Centro de las Letras Españolas.

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