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Arte, goce y sentido

Seminario en Santander sobre 'Las artes de la sensualidad'

Del 29 de agosto al 2 de septiembre, y bajo la dirección del escritor catalán Luis Racionero, se ha celebrado en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander un seminario con el título de Las artes de la sensualidad. El propósito principal del seminario ha sido, según la declaración del director del mismo, llamar la atención sobre aquellos sentidos comparativamente más preteridos u olvidados, como el olfato y el tacto. La vista y el oído han obtenido un mayor protagonismo artístico a lo largo de la historia y son los sentidos más intelectualizados, seguidos por el gusto y el tacto.

En realidad, cualquiera de los sentidos que poseemos, comparados jerárquicamente con el de la vista, que ha sido históricamente predominante en la cultura occidental y que alcanza en la actualidad un poder máximo en la llamada no en balde civilización de la imagen, quedan relegados a un rango inferior.En el seminario participaron conferenciantes españoles y extranjeros, como, entre otros, el filósofo Fernando Savater, el poeta Luis Antonio de Villena, el político Antonio de Senillosa o los escritores británicos Francis Kennett y James Boyd, estos dos últimos especialistas del tema de la historia y la ciencia de la perfumería. Como consecuencia de un largo proceso histórico, el caso es que la vista y el oído no sólo han obtenido un mayor protagonismo artístico, sino que son los sentidos más intelectualizados, seguidos muy de lejos por el gusto y el tacto, quedándose, por tanto, el olfato, el más prehistórico y residual de nuestros órganos sensibles, en la peor situación de todos ellos.

Parece ser que la causa de la progresiva pérdida de importancia del olfato a la que aludimos fue debida a la posición erguida que adoptó el antepasado directo del hombre, cada vez más alejado de la necesidad de rastrear y de guiarse por los olores. Más aún: con esta emancipación práctica de la necesidad de olfatear, al hombre le fueron resultando cada vez más repulsivos los olores naturales, incluyendo entre ellos los producidos por su propio cuerpo; estos olores han acabado casi por desaparecer con la higiene y los perfumes artificiales.

Haciendo de la necesidad o del interés una virtud, la moral ha tenido, por lo demás, una participación activa en la represión de determinadas sensaciones que se consideraban por la colectividad pecaminosas o antisociales. Un ejemplo muy claro al respecto, ya que hablamos del olfato, ha sido la denuncia de la evidente implicación sexual del olor, ese olor que significativamente sirvió para descararse a Don Giovanni, que en un determinado momento dice olfatear a las mujeres ("sento odor di femina").

Conquistas eróticas

Hoy, cuando se comercializan las fragancias y olores, y se anuncia por televisión cómo cualquier mujer u hombre pueden realizar súbitas conquistas eróticas perfumándose con una marca destilada industrialmente, los olores disfrazan el cuerpo como lo hace un vestido, eventualmente un peinado o un maquillaje.Pero es precisamente por su condición de disfraz, por llegar a ser ese recubrimiento artificialista que oculta o falsea el supuesto estado de verdad natural, cómo los sentidos han entrado en relación con el arte, y, consecuentemente, sólo así se ha podido hablar del arte de la perfumería, la gastronomía, la música, etcétera.

Convertidas sus cualidades más características en objeto técnicamente manipulable, cada uno de nuestros cinco sentidos ha generado las correspondientes especialidades llamadas artísticas.

Esta traslación ha sido posible gracias no sólo a que nuestros sentidos residen en órganos anatómicamente diferenciados y, al ser estimulados, producen efectos, a su vez, netamente distintos, sino porque cada uno de ellos es un mundo propio, que se puede considerar autosuficiente.

Esta autonomía algo que se puede apreciar con los ciegos y sordos de nacimiento, por citar los casos de carencia más extrema en nuestra cultura audiovisual. El célebre y espectacular caso de Helen Keller, la mujer norteamericana ciega y sorda desde su nacimiento que logró expresarse con la única ayuda del tacto, es un ejemplo determinante al respecto.

Pero si cada sentido es un mundo autosuficiente y por eso resulta absolutamente incomunicable a los demás sentidos, sin embargo, como lo advirtió el pensador Merleau-Ponty, "construye un algo que, en su estructura, se abre inmediatamente al mundo de los otros sentidos y forma con ellos un solo Ser".

Esa apertura es la que nos permite hablar de lo que se ha dado en llamar sensorialidad o, transformadas las facultades en sensaciones placenteras, de sensualidad.

Nuestra propia experiencia sensible y, desde luego, la historia del arte están llenas de esta intercomunicación sensitiva a la que aludimos, hasta el punto de haberse creado un término, eventualmente convertido en una especialidad artística e incluso en una disciplina científica que se enseña en las aulas, que es el de sinestesia, cuyo objeto es el de estudiar las correspondencias entre los diferentes órganos sensibles y, por extensión, el de las artes que ellos generan.

Diversos sentidos pueden converger simultáneamente para producir una misma impresión, y, de hecho, queriendo sacar un rendimiento estético máximo a esta facultad, el movimiento romántico trató de desarrollar la enfáticamente denominada por algunos "obra de arte total", que pretendía convertirse en la síntesis culminante de los más diferentes géneros artísticos.

Sea cual sea la calidad y estimación concedidas a este proyecto artístico totalizador, que popularizó Wagner con su música, de lo que no cabe duda, sin embargo, es que, gracias a los sentidos, nos instalamos en la realidad, y, por consiguiente, que sólo a través de ellos la conocemos y, nunca mejor dicho como en este caso, la sentimos. ¿Puede entonces ni tan siquiera concebirse un arte que no sea sensual, que no tenga que ver con los sentidos?

La facultad de sentir, de utilizar nuestros sentidos, no nos hace necesariamente artistas, pero sin ella el arte no podría en absoluto existir. Relacionado de una forma aparentemente mecánica y simple con los sentidos, el arte demuestra, sin embargo, a lo largo de la historia, la extraordinaria complejidad y profundidad de nuestras experiencias sensibles, en las que intervienen por igual cuerpo y alma, o, como afirmó en el seminario concluído, Fernando Savater, refiriéndose concretamente al placer, éste no es sino un fenómeno de conjunción entre el cuerpo y el alma.

De hecho, como ocurre con el placer, en el que las llamadas facultades intelectuales -pensamiento, imaginación- desempeñan un papel a veces decisivo, en el arte hay también mucho de "cosa mental", por parafrasear la célebre definición que hizo Leonardo da Vinci.

Trascender los sentidos

Curiosamente, el arte occidental, de Platón en adelante, ha estado sometido a la profunda violencia de tratar de trascender los sentidos, fuente de todo error gnoseológico y moral.Con el cristianismo, los sentidos se hicieron, encima, pecadores, de manera que no es extraño que en determinados momentos históricos de fuerte ansiedad religiosa se llegara incluso a plantear la prohibición del arte como actividad absolutamente inmoral. Pero la acumulación de escrúpulos no ha logrado, a la postre, sino excitar aún más la morbosidad sensualista del arte, como quedó demostrado en el arte religioso del barroco, que es un fondo insondable de sensualidad pervertida, a pesar de estar o, si se quiere, por estar tan influido con los ideales moralistas de la Contrarreforma.

Alegóricamente, la representación vinculativa del tema de los cinco sentidos dio lugar en la pintura moderna occidental a un género autónomo: el conocido con el nombre de vanitas o vanidades, directamente asociado con las naturalezas muertas o bodegones.

En estos cuadros, a través de la presencia de diferentes objetos simbolizando cada uno a los cinco sentidos, se recordaba a la muerte, cuya imagen generalmente era la de una calavera y unos relojes. Estas composiciones tenían, por consiguiente, una inequívoca intención moral, recordándonos la primera duración del placer y la inutilidad del arte. No obstante, trascendiendo este mensaje primario, el placer y el arte indudablemente tienen una relación directa con la muerte porque tienen que ver con la vida.

Por eso, con esa u otra interpretación, el mensaje alegorizado en las vanitas comunica una profunda verdad: el goce es mortal.

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