Derecho a emigrar
Comunico a la opinión pública mundial, en mi nombre, Natividad González Freire; en nombre de mis hijos, Laura y César Leante; en nombre de mi hijo político, Luis Cedeño, y en nombre de mi nieto, Alejandro Cedeño, que somos violentados por las autoridades cubanas en nuestro derecho a emigrar del país, al negársenos por años los permisos de salida que nos exigen para trasladarnos al extranjero a reunimos con nuestra familia. Flagrante violación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en especial en su artículo 13, que expresa: "Toda persona tiene derecho a circular libre mente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado", y que "toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a él". Si esto es así, y el Gobierno cubano es firmante de esta declaración, ¿por qué nosotros no podemos ejercer un derecho mundialmente reconocido?, ¿qué puede haber en nuestra familia que impida la emigración de los que quedamos aquí? Ciudadanos que trabajaron en sus profesiones a cabalidad hasta que debieron abandonar sus labores para solicitar la salida del país: mi hija y su esposo, licenciados; mi hijo, técnico medio que no llega a trabajar en su especialidad; mi nieto, sólo un niño; yo, crítica de teatro y danza, autora del libro Teatro cubano contemporáneo, tesis de grado para el doctorado en Filosofía y Letras. Por más, de nacionalidad española como cubana, hija como soy de madre y padre españoles; ciudadanía que también poseen mi esposo y mi hermana, y que, por supuesto, tienen mis hijos. Pero lo increíble es que todas estas consideraciones no son tomadas en cuenta por las autoridades. Se muestran Impávidas ante ellas, como si fueran de piedra, ajenas a la angustia que provocan. Su tarea es frenar la protesta del desesperado. Y lo hacen con impasibilidad ultrajante.
Otro hecho resulta de que mi esposo, el escritor César Leante, pidió asilo en España en 1981. Algo que llena de furia a la intolerancia establecida, inflexible con opiniones que no sean iguales a las suyas. De inmediato concentran su atención en la familia del asilado. En su seno puede darse el pretexto para la represalia. Y efectivamente, no obstante las intimidaciones, nosotros no repudiamos a nuestro asilado, y en cuanto pudimos, presentamos las solicitudes de salida permanente del país. Siete años han pasado desde que nos vimos él, nuestros hijos y yo por última vez. Sin embargo, esta larga separación todavía no parece suficiente. Permanecemos retenidos en contra de nuestra voluntad. Inmersos en la tortura mental que esta situación enajenante provoca.
¿Existe una forma más atroz de impugnar el derecho de asilo que corresponde a todo cubano, como a cualquier otro ciudadano del mundo, y de intervenir en la vida privada de la persona? Jamás habíamos tenido que resistir una agresión tan bárbara a los elementales derechos que nos asisten como seres humanos. Condenados a vivir alejados del esposo y del padre, que se asiló por no estar de acuerdo con el régimen ímperante en Cuba, y, por ende, de la hermana anciana, que es otra madre para mis hijos. Asediados por no desistir de nuestra decisión migratoria. Martinizados por una negativa constantemente reiterada. ¿Puede haber respuesta más indigna a la inteligencia y al respeto que deben privar entre los hombres? Respuestas que ni en textos de fórmula logran disimular la crueldad que las inspira y que resultan una amenaza perenne a nuestra integridad personal.
Denunciamos a la comunidad internacional esta violación de los derechos humanos que el Goblerno cubano está cometiendo. Y demandamos a instituciones humanitanas y organizaciones culturales, a periodistas, a escritores y a artistas su colaboración para recuperar esa ansiada libertad que reunifique a la familia.-
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