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Gregorio Ramón Cebrián: "Científico no es quien plantea preguntas, sino quien resuelve problemas"

Los sabios oficiales dicen que Gregorio Ramón Cebrián, catedrático de Física y Química de instituto que está a punto de cumplir 79 años, es un alquimista. Algunos le han llamado incluso en tono despectivo "rata de laboratorio" porque ha pasado y pasa las mejores horas de su vida entre los tubos de ensayo intentando arrancar a la materia los secretos de la vida. Ramón Cebrián, nada amigo de las "apariciones en sociedad" admite con un cierto escepticismo que se le pueda calificar como uno de los últimos heterodoxos españoles. Humanista y ácrata, situado siempre fuera de los circuitos administrativos, unas veces de forma obligada y otras por propia voluntad, dice que el científico no es el que plantea interrogantes, sino quien resuelve los problemas.

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Los últimos problemas que Ramón Cebrián está en vías de resolver se sitúan en el campo de la subsistencia de los cosmonautas en el espacio. Para ello Inagrosa-LBE (Laboratorios Químicos Españoles), grupo empresarial y científico dirigido por Otilio Fernández, para el que trabaja el investigador desde 1975, suscribió un trascendental acuerdo con el Gobierno soviético.Por el citado acuerdo los laboratorios suministrarán diversos productos conseguidos por el equipo de Ramón Cebrián para combatir la insuficiente, metabolización del calcio en situaciones de ingravidez o para estudiar los efectos en el espacio de los bioestimulantes de la nutrición vegetal (huertos del espacio).

Pero desde que acabara su ficenciatura en Farmacia y Químicas en 1932, Ramón Cebrián consiguió, en lucha sostenida en distintos laboratorios, descubrir y crear diferentes fármacos que han tenido y siguen teniendo múltiples usos en tratamiento del cáncer, síndrome tóxico, oftalmología, drogadicción y productos fitosanitarios.

Algunos de estos fármacos se han comercializado y otros se distribuyen en circuitos prácticamente marginales, o no se distribuyen, o lo hacen en el extranjero pero no en España.

Innovación

Ramón Cebrián, hijo de un agricultor y a la vez comerciante, dice que esta afición por la innovación le viene probablemente de su abuelo, a quien él veía en su pueblo natal, Paniza (Zaragoza), hacer diversas mezclas y combinaciones con el vino.

De Paniza, pueblo fecundo en hombres célebres, como Julio Palacios, Mosén Domingo Agudo, Conde Andreu o María Moliner, salió para hacerse científico y trabajar en distintos laboratorios. Su primer conflicto con lo que él considera la ciencia oficial lo tuvo cuando estalló la guerra civil porque esto no le permitió terminar su último ejercicio de una oposición a catedrático de la universidad de Madrid. Aun así, le dieron por válida la oposición, ya que había obtenido un 10 en los ejercicios anteriores. En segundo lugar, con un 7, quedó un discípulo de Ortega que después tuvo que exiliarse.

En 1978, cuando le pretendieron restituir en la cátedra, Ramón Cebrián renunció a la plaza de la universidad y pidió a cambio, ante el asombro de las autoridades académicas, que le transformaran su cátedra de universidad en la de instituto de bachillerato, "porque él no tenía méritos de enseñanza, sino únicamente de investigación y laboratorio". Se jubiló cobrando como catedrático del instituto de Aranda del Duero (Burgos), cuando él había ganado una cátedra de la universidad de Madrid.

Desde el final de la guerra civil se le cerraron las puertas de los circuitos científicos oficiales, quizá porque había intervenido en manifestaciones con la FAI -"cosas de estudiantes, que solíamos ser adictos a los follones", dice-, o quizá porque él mismo no era muy amigo "de la seudociencia, que entonces (1939) tenía su exponente máximo en el Consejo de Investigaciones".

No es que esté dolido Ramón Cebrián con lo que él llama la ciencia oficial o seudociencia, sino que considera que es bastante inútil. Al hablar de sabios señala que le han deformado los sabios oficiales, mientras que admite como sus maestros a Guillermo Rovirosa, "el gran apóstol de los años cincuenta"; Antonio Madinaveitia, químico exiliado. en México, y José Ranedo, farmacéutico emigrante.

Sabios oficiales

"¿Pregunta usted cómo se ha podido mantener en España un científico fuera de los circuitos oficiales? A base de trabajo y haciendo cosas para el extranjero. Yo he sido y soy mal visto por los sabios oficiales; los que trabajan en mi equipo son también mal vistos por la Universidad. En España no hacen ningún caso a lo que no es investigación oficial. Te dicen que eres un chalado y si pueden te meten en la cárcel. Esto ha sido así en España y parece que cuesta cambiarlo".

Hay otros aspectos relevantes de la personalidad de este científico, de honradez quijotesca, según algunos de sus amigos, que se ayuda de un bastón para caminar, "porque ya tengo mucha edad". En la memoria para el acceso al cuerpo de catedráticos decía que el genio no existe, "como tampoco existe el milagro en estas áreas". "Ya lo dijo Goethe: el genio está formado por una parte de talento y nueve décimas partes de laboriosidad".

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