Las brujas de Hollywood, en casa
La caza de brujas en Hollywood, que se desencadenó oficialmente en septiembre de 1947, pertenece al pasado histórico, pero a la vez forma parte todavía del presente, corno lo prueban las numerosas carreras truncadas y jamás reanudadas de profesionales del cine todavía vivos, y como lo prueba el incidente en el Festival de Barcelona, con la negativa de cuatro homenajeados de esta conmemoración a compartir una mesa redonda con Edward Drnytryk, a quien juzgan todavía como un despreciable delator. El pasado histórico es tozudo y su persistencia penetra al presente con implacable obstinación. Ronald Reagan, presidente del sindicato de actores por aquella época, es ahora presidente de la nación. La memoria histórica se niega a cerrar sus cicatrices, incluso en la ciudadela de la fábrica de sueños.Visto con la debida perspectiva, la inquisitorial caza de brujas anticomunista que se inauguró en 1947, aunque tenía algunos antecedentes en la anteguerra, fue fruto de la conjunción de cuatro factores políticos. El primero, naturalmente, fue el estallido de la guerra fría, cuando la Unión Soviética se dibujó como el nuevo gran antagonista político euroasiático de EE UU. La segunda razón fue la conversión de la Unión Soviética en potencia atómica. El tercer motivo radicó en la superación de la depresión de anteguerra y la euforia tras la victoria militar, que condujo, por a publicidad ejemplarista que proporcionaría encausar públicamente a algunos de sus célebres profesionales.
Purgas
De la conjunción de estos factores nacieron las purgas macartistas (nombre genérico derivado del ultraderechista senador Joseph McCarthy, de Wisconsin), purgas que constituyeron la contrafigura política de los procesos de Moscú. En un clima de creciente erosión de los derechos y libertades públicas, a veces con tonalidades claramente fascistoides, la Comisión de Actividades Antiamericanas convocó, en septiembre de 1947, a 41 profesionales de Hollywood para comparecer en el Congreso y declarar ante la Comisión acerca de la infiltración comunista en la industria del cine. Diecinueve decidieron oponerse a las actuaciones de la Comisión, por considerarlas contra son miorías al espíritu Y la letra de la Constitución. El reto de la Comisión a Hollywood provocó una conmoción en la industria del cine, ya que implicaba además una amenaza de censura ideológica a las películas, y tuvo la virtud de poner en pie de guerra a un Comité de la Primera Enmienda, en el que militaron Thomas Mann, Humplirey Bogart, Lauren Bacall, Katharine Hepburn, Gregory Peck, Rita Hayworth, John Fórd, Elia Kazan, Billy Wilder y lo más granado de los operarios de la fábrica de sueños.
En las audiencias públicas iniciadas por la Comisión en Washington en octubre de 1947, con Richard Nixon entre el equipo de inquisidores, sólo 11 de los 19 objetores a la Comisión llegaron a declarar, negándose a manifestar su afiliación política o sindical y a cooperar con una pesquisa que juzgaban anticonstitucional. Uno de ellos, Bertolt Brecht, era súbdito alemán y optó por someterse a la liturgia inquisitorial, aunque lo haría con una gran dignidad. El resultado de aquellas sesiones, que opusieron a testigos amistosos (Robert Taylor, Adolphe Menjou, Gary Cooper, Ronald Reagan, Sam Wood, la madre de Ginger Rogers, etcétera) y a testigos inamistosos, culminó con el procesamiento de estos últimos por el delito de desacato al Congreso y con diversas multas y penas de prisión. Estos diez de Hollywood fueron Alvali Bessíe (ex combatiente en la guerra de España), Dalton Trumbo, John Howard Lawson, Edward Dmytryk, Ring Lardner hijo, Herbert Biberman, Albert Maltz, Leter Cole, Adrian Scott y Samuel Ornitz.
Comienzan las deserciones
Pero pronto se hicieron evidentes las fisuras en el frente antimacartista. La cúpula de la industria del cine, que inicialmente se había mostrado hostil a las pesquisas de Washington, se había reunido en noviembre de 1947 en el Waldorf Astoria y había decidido despedir o no emplear a los 10 incriminados, ni a ningún miembro del partido comunista, a la vez que el Comité de la Primera Enmienda comenzaba a acusar deserciones.
Y ya desde el presidio, Edward Dmytryk manifestó su voluntad de cooperar con la Comisión de Actividades Antiamericanas y, al salir de él, en plena guerra de Corea, delató nombres de ex camaradas comunistas, por lo que fue rehabilitado por los estudios, para los que rodó inmediatamente El motín del Caine (1951), una apología de la obediencia ciega al poder. Las fintas y maniobras durante este ingrato período fueron ciertamente complejas. El lamentable caso de Dmytryk no fue único, y directores del fuste de Elia Kazan y Robert Rossen, ex miembros del partido comunista, se convirtieron más tarde en delatores. El actor Sterling Hayden (el famoso Johnny Guitar) delató nombres de ex camaradas comunistas, pero en 1963 publicó su autobiografía, Wanderer, en la que entonó un mea culpa autocrítico, lo que le rehabilitó ante la izquierda americana, a diferencia de Dinytryk. Claro que para entonces la presidencia de Kennedy había cancelado definitivamente la guerra fría de Hollywood.
Las 'listas negras'
Cuando se cancelaron las según das audiencias del comité inicia das en 1951, se publicó una lista oficial de 324 nombres de profesionales del cine comunistas, nombres obtenidos a través de delaciones. A esta lista, que constituye en rigor el núcleo de las famosas listas negras, habría que añadir luego las denuncias de otros 300 nombres proporcionados por la ultraderechista American Legión a los estudios, que constituirían la base de las listas grises. La heterogeneidad de las víctimas del macartismo está bien representada, precisa mente, por la discutible selección de invitados al Festival de Cine de Barcelona. Díriytryk fue en carcelado, pero luego cumplió el papel de delator. El director John Berry tuvo que huir a Francia, al igual que Jules Dassin. La actriz mexicana Rosaura Revueltas fue expulsada de EE UU. Daniel Taradash no figuró en realidad en las listas negras, pero pertenece a la tradición de la izquierda americana.
Vista desde la actualidad, la sintonía entre la conducta de Hollywood y las directrices de la Casa Blanca no hacía más que corroborar una tradición que se remontaba a los orígenes del cine americano, cuando el estallido de la guerra hispano-yanqui alumbró películas como Rasgando la bandera española (1898); cuando el pacifismo y neutralismo del presidente Wilson tuvo su eco en La cruz de la humanidad (CiWlization, 1915), de Thomas Ince; cuando la intervención en la I Guerra Mundial inspiró Armas al hombro (ShouIder arms, 1918), de Chaplin; cuando el new deal de Roosevelt resonó en las comedias de Frank Capra; cuando la II Guerra Mundíal provocó el aluvión de películas en favor de la causa aliada, desde Casablanca a La señora Miniver; cuando El telón de acero (The iron curtain), de William WeRmah, inició en 1947 la densa saga anticomunista de la guerra fría, y, por fin, cuando el ascenso de un Reagan previo a su amistad con Gorbachov nos trajo a Rambo y Amanecer rojo. El eje Washington-Hollywood ha sido un eje sólido, y la inercia progresista de la era de Roosevelt no fue capaz de quebrarlo al acabar la II Guerra Mundial. La Unión Soviética había pasado de ser un aliado a ser un imperio antagonista. Los intelectuales y artistas que no supieron cambiar a tiempo su registro ideológico lo pagaron con el desempleo, con el exilio, con la cárcel y hasta con la vida, como le ocurrió a John Garfield. Y el Hollywood de hoy no es más que una consecuencia del Hollywood de ayer.
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