Una sorpresa Nicaragua
LA ÚLTIMA ronda de negociaciones entre el Gobierno de Nicaragua y los antisandinistas concluyó el jueves sin acuerdo, con una ruptura de hecho, ya que ni siquiera ha sido posible fijar una fecha para futuros encuentros. Lo único positivo es que el alto el fuego continúa hasta finales de junio. Este desenlace ha causado sorpresa porque en los días anteriores se había producido un acercamiento de las posiciones respectivas, tanto sobre un alto el fuego definitivo como sobre diversas medidas de liberación de presos políticos, democratización del país, desarme de la contra y su integración en la vida política legal.Un eventual fracaso definitivo de las negociaciones sería sumamente grave, y no sólo para Nicaragua, sumida desde hace siete años en una guerra que ha causado más de 50.000 bajas. Todo el plan de Esquipulas, aprobado en agosto de 1987 por los presidentes centroamericanos para pacificar la zona, se está desplomando. En El Salvador -con el auge de la extrema derecha golpista-, en Guatemala y Honduras -con las amenazas militares sobre el poder civil-, los tímidos avances del proceso de pacificación y reconciliación, encaminado a consolidar la democracia, están en entredicho. Quedaba la esperanza de que en Nicaragua se lograse una solución pacífica. Sobre todo porque la superación de la crisis nicaragüense es el objetivo esencial del plan ideado por el presidente Arias, refrendado luego en Esquipulas. Ahora el horizonte se ha oscurecido.
Cuando fracasa una negociación tan compleja es difícil establecer quién es el responsable. Los sandinistas han hecho, desde los acuerdos de paz alcanzados en Esquipulas, repetidas concesiones que han sorprendido a la comunidad internacional. La última ha sido aceptar las exigencias de la contra de negociar sobre medidas políticas. Hasta entonces -de acuerdo con el plan de Esquipulas- solamente querían discutir los problemas de la democratización con los partidos de oposición que funcionan en el marco legal. Con este paso, no es exagerado decir que la contra había logrado satisfacción en un alto porcentaje de las demandas que había presentado.
En el seno de la contra se han enfrentado dos actitudes diferentes. Cuando, el mes pasado, el coronel Enrique Bermúdez se colocó al frente de la delegación, desplazando a Calero y acusando a éste de haber-se dejado engañar en Sapoá, estaba claro que había triunfado la tendencia dura, dispuesta no ya a arrancar más concesiones a los sandinistas, sino a demostrar que el acuerdo con ellos era imposible, para recabar sobre esa base una ayuda militar a Estados Unidos. No puede extrañar que, para un hombre de guerra como Enrique Bermúdez, la paz ofrezca escasas perspectivas.
Detrás de esa actitud dura están probablemente los sectores de la Administración de Reagan que siempre han sido contrarios al plan Atlas porque en él no se pone en cuestión la legalidad del Gobierno nicaragüense. En la cumbre de Moscú se han dado pasos para facilitar soluciones pacíficas en los conflictos regionales. Pero no se trata de un proceso mecánico, y será complicado anular a corto plazo políticas que están en marcha desde hace tiempo.
Por otra parte, en estos momentos, cuando estalla la crisis de las soluciones de tercera vía propiciadas desde Washington -como la de Duarte en El Salvador-, un acuerdo de paz en Managua dejaría a EE UU en mala posición. La buena fe y la voluntad democratizadora del Gobierno sandinista quedarían confirmadas. Daniel Ortega aparecería como el bueno de Esquipulas. La ruptura de las negociaciones, en cambio, deja el campo libre para todas las acusaciones.
Quedan 20 días de alto el fuego. Lo negociado hasta ahora ofrece una base razonable para un acuerdo, y sería absurdo abandonarlo. Estamos en la hora de la diplomacia. Diversos Gobiernos europeos -en concreto, el español- tienen canales para hacer esfuerzos encaminados a ayudar a una reanudación de las negociaciones.
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