El montaje del espectáculo y el baile de Michael Jackson cautivaron a los italianos
El cantante norteamericano inicia la gira que lo traerá a España
Michael Jackson dio anoche el segundo de sus dos conciertos romanos, inicio de una gira por Europa que le llevará también, entre otras ciudades, a Viena, Rotterdam, París, Londres, Marbella, Madrid y Barcelona. De sus actuaciones han sorprendido más la escenografía, el montaje, los efectos especiales y su particular forma de bailar que su propia voz. Pero el niño de oro del rock ha sido aplaudido y ha provocado los correspondientes amagos de desmayo entre las quinceañeras. También ha suscitado críticas. Y es que Michael Jackson, se enfade o no su casa de discos, es muy rarito.
Es rarito, pero más listo que el hambre. Y, además, controla por sí mismo cada uno de sus movimientos, de sus caprichos y de sus bufonadas. Michael ha pasado por Roma visitando en solitario la Capilla Sixtina, yendo a escondidas a la feria del anticuariado y paseando a hurtadillas los santos lugares de la romanidad metido en un autocar.Pero, llegado el momento de hacer el bien, de informar a la mano izquierda de lo que hace la derecha, este "faunito que baila en un bosque de fuego", como le ha llamado Steven Spielberg, ha contado con idéntica casualidad a la de Isabel Preysler cuando lleva a las niñas al colegio: allí estaban los fotógrafos, en el hospital infantil del Niño Jesús, al que nuestro héroe ha entregado un cheque, al parecer, de un millón de dólares.
Los periódicos le han llamado "Michael-Bambi", "el hermanito de ET", el Peter Pan del pop y, sobre todo, el niño que no quiere crecer. Es tan huidizo y tan huraño, tan esquivo y tan narciso que, por ejemplo, no ha permitido ser filmado ni grabado en sus actuaciones. Las televisiones han tenido que tomar, en circuito cerrado, los momentos elegidos por él y su troupe para lanzar urbi et orbi, para proyectar a la ciudad y al mundo, su voz y sus magníficos pasos, elogiados por el propio Fred Astaire.
Caprichos
Se ha traído puesto casi todo: desde la cámara de hiperoxigenación -porque no soporta el aire del entorno, que tan viejos nos hace, máxime ahora que se nos ha muerto la doctora Aslan- al cocinero tailandés, licencia de acceso a las cocinas del hotel 24 horas al día, no sea que le echen al niño algo-no-suficientemente-natural en las verduritas cocidas; no sea que no le sepan disolver como Dios manda las vitaminas y proteínas en polvo. No come carne ni pescado. No bebe. Se ignora si juega al balón.El espectáculo Jackson se completa con pantallas gigantes, efectos especiales, rayos láser, apariciones y desapariciones de la escena como por encanto. En el escenario se instala una gran tienda circular donde cambia de indumentaria, por lo menos, tres veces. Autojaleo de pelvis y comprobación reiterada de que todo, absolutamente todo, sigue en su sitio -las quinceañeras braman, casi sin dar crédito- ha gustado a los asistentes. En gesto de verdadera entrega a su público, y para que no se diga que huye de aquellos a quienes debe su éxito, Michael Jackson hace traer en brazos de uno de sus gorilas a una adolescente que se convierte súbitamente en escena en destinataria de su encendida inspiración musical, y a quien corona con un beso.
Bien es cierto que ha tenido críticas. Bien es cierto que ha habido calvas en el estadio Flaminio, en cuyo césped se veía, el primer día, vacía una cuarta parte: y los claros frente a la tribuna de prensa eran evidentes.
La actuación de Jackson dura alrededor de dos horas. Pero en medio hay un relativamente largo espacio instrumental. Dicen que es el momento que aprovecha Michael-Bambi para darse una dosis de oxígeno puro. Para librar una pequeña batallita con la edad. Que son ya 30 los años que tiene, no están los tiempos para bromas y, justo mientras él estaba en Roma, se ha muerto la doctora Aslan.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.