El fin de la guerra de Afganistán
El tratado de paz en Afganistán, que garantiza una retirada total de las tropas soviéticas y reconoce dos centros de poder, el Gobierno comunista en Kabul y la coalición de la resistencia armada, que probablemente trasladará sus cuarteles generales de Pakistán al suelo patrio, ya es un hecho. Es la primera gran decisión en política exterior de Gorbachov, que denota, en un grado infinitamente mayor que el tratado sobre los misiles, su temple como dirigente realista y valiente.El tratado sobre Aganistán fue una decisión valerosa por dos motivos. En primer lugar, reconocía explícitamente la humillación de las fuerzas armadas soviéticas, su primera humillación desde la campaña de Finlandia de 1940 y el terrible año de 1941. Este tratado ha generado patentemente una implacable enemistad hacia Gorbachov, tanto entre los círculos del Ejército como entre los movimientos de derechas del nacionalismo soviético, aunque, evidentemente, Breznev, el vencedor de Praga, y no Gorbachov, puede ser considerado como el autor de la derrota. En segundo lugar, éste es el primer caso en la historia del expansionismo comunista en el que la Unión Soviética abandona a un régimen satélite en cuya creación ha jugado un papel y ha sido oficialmente sostenido por sus fuerzas armadas. Además, la actual concesión no es la acostumbrada traición estalinista de los movimientos radicales, por muy agraviados que los funcionarios afganos, que ya se preparan para el exilio, puedan sentirse al respecto. Éste es más bien un acto característico de perestroika: la empresa que sólo produce pérdidas, simplemente se liquida.
El compromiso. soviético en Afganistán es una ruptura directa con la herencia de Stalin, una ruptura más eficaz que cualquier discurso crítico en un acto ceremonial. Además, supera los indecisos pasos de Jruschov en esta dirección. Por supuesto, Stalin abandonó cínicamente al comunismo chino en manos del Koumitang en los años veinte y al comunismo griego en su guerra civil en medio de las tensiones de la guerra fria. Sin embargo, su criterio nunca fue el de la relativa fuerza o debilidad del régimen que estaba a punto de establecer, en términos de seguidores y de popularidad.
Los acuerdos de Yalta
Su único criterio fue la fuerza material real de la Unión Soviética para establecer una nueva dependencia y quitarse de en medio. En este aspecto, Breznev fue un leal seguidor de Stalin, y Gorbachov es un crítico. Sólo está dispuesto a apoyar un experimento si éste puede producir dividendos y suministrar la mercancía.
El compromiso sobre Afganistán también significa el retorno de la Unión Soviética al marco de los acuerdos de Yalta, que había sido abandonado por Breznev. En este sentido, Breznev demostró un exceso de maquiavelismo. Utilizó la referencia a los acuerdos de Yalta siempre que pudo legalizar sus actos de agresión (por ejemplo, en su correspondencia secreta con el presidente Johnson anterior a la intervención en Checoslovaquia en 1968). Pero siempre que la hoja de parra de Yalta no pudo ser utilizada aplicó la fuerza bruta en aquellos lugares del mundo que no habían sido ni tan siquiera mencionados por los tres grandes en sus negociaciones de 1944 y no se preocupó de justificarlo. Para Gorbachov, un maquiavelismo excesivo parece ser contraproducente. Prefiere el acuerdo mundial de los poderosos. La concesión que ha hecho en Afganistán parece facilitar un acuerdo entre dos, quizá incluso entre tres superpotencias.
Varios acontecimientos de la política internacional sugieren la reanudación entre bastidores de las negociaciones entre las grandes potencias al estilo de Yalta. El tratado sobre los misiles, con toda su amplía publicidad, sólo fue la condición previa del proceso negociador más que el convenio mismo. Ambas superpotencias necesitaban este gesto para tranquilizar al mundo sobre sus buenas intenciones. Una vez hecho esto, podían ir al fondo de la cuestión. Las primeras negociaciones produjeron dos resultados tangibles: el compromiso en Afganistán y el compromiso en Nicaragua entre el Gobierno sandinista y los insurgentes antisandinistas. Los perfiles de un compromiso ulterior, en medio de dificultades incomparablemente mayores, surgen en Oriente Próximo. Estados Unidos hace serios y hasta ahora infructuosos intentos de intimidar a la derecha israelí para que acepte la idea de una conferencia internacional.
David y Goliat
En el otro polo de la negociación, Gorbachov hace lo que parece un intento genuino, pero hasta ahora igualmente infructuoso, de amansar a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). A la vez, hay indicios preliminares inconfundibles de la decisión soviética de reanudar las relaciones diplomáticas con Israel y de suavizar las leyes de emigración judía. Introducir elementos de moderación en la política de Vietnam podría ser, después de la concesión de Afganistán, el segundo gran paso para apaciguar a China y atraerla al nuevo escenario de una Yalla resucitada.
Sin embargo, por mucho que reconozcamos el realismo de Gorbachov no podemos olvidar que hubo un factor inicial totalmente inesperado: la resistencia afgana, que finalmente ha sido la causa del cambio. El Oeste contribuyó a su victoria, pero estuvo muy lejos de ser capaz de jugar el papel de liberador. Además, pertenece a la amarga ironía de la historia el hecho de que no se vea en el horizonte ningún tipo de libertad después del colapso, más o menos inevitable, del régimen de terror en Kabul después de la retirada de las tropas soviéticas. Pero esto atañe al mañana. Hoy no podemos evitar felicitar al David que ha derrotado a Goliat.
Traducción: Isabel Cardoña.
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