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Compás de espera

Si comparamos la actual política oficial de adquisiciones de arte contemporáneo con la llevada a cabo, hace unos años, por este mismo Gobierno, a través del MEAC, es evidente que se han producido progresos, que atañen tanto al fondo como a la forma. Recordemos, aunque sea sólo de pasada, la nefasta inversión de 300 millones en compras por parte del MEAC en febrero de 1984, uno de los múltiples incidentes que acompañaron escandalosamente el que hoy sabemos era el tramo final de la desdichada historia de esa institución. De manera que si miramos sólo hacia atrás, como comprensiblemente les gusta hacer a nuestros gobernantes actuales e, incluso, dentro de esa dinámica pasadista, compensamos el desbarre de la alocada compra antes citada, comparándola con la casi nula política de inversiones anterior a ella, se puede acabar en una equívoca y muy negativa complacencia.No se trata sólo de subrayar la obviedad de que se ha mejorado sobre una base de una casi total nulidad precedente, sino de analizar las causas de los errores anteriores y las garantías que existen hoy para que no se puedan repetir. En este último sentido, que es el único digno de reclamar la atención crítica, hay que constatar que las mejoras habidas en las compras actuales lógicamente han respondido a un comparativamente mejor diseño de los criterios políticos sobre lo que debe ser una colección oficial de arte contemporáneo, así como al nombramiento de una comisión de expertos dotada de los medios materiales y administrativos precisos.

Vanguardistas

No obstante, refiriéndonos, en primer lugar, estrictamente a las compras ahora presentadas, pues hay otros ingresos en nuestro patrimonio procedentes de otras fuentes, que merecen un análisis por separado, continúan existiendo significativos lunares. En primer lugar, la actitud errática, titubeante, por no decir excesivamente ecléctica, que revela el contenido de estas compras. Es cierto que predomina en ellas, por cantidad y volumen de inversión, la línea que pretende rellenar nuestro imposible vacío de grandes obras de nuestros principales vanguardistas históricos, y, en este sentido, son verdaderamente notables las compras que se refieren a Picasso, Dalí, Julio González, etcétera. Pero, al margen de esta línea matricial, pisamos un terreno mucho más resbaladizo, en el que saltos de calidad y, sobre todo, la indefinición de criterio se agudizan más allá de lo aconsejable.

Quiero decir que, a pesar de ser consciente de las dificultades para unificar criterios a la hora de adquirir obra de arte contemporáneo, además de saber que el mercado no ofrece instantáneamente bicocas al gusto del eventual comprador, no se pueden ni se deben tocar todas las teclas a la vez. Y analizando los saltos temáticos y cualitativos de las obras ahora presentadas, se tiene la impresión de que hay varios instrumentistas, más o menos, cada cual a su aire. Esto produce un sonido inarmónico, cuyas disonancias resultarían, en todo caso, aceptables si no se produjeran en medio de los antes señalados saltos de calidad. Dadas nuestras generales insuficiencias, se entiende hasta cierto punto la búsqueda indiscriminada de piezas, pero ¿por qué seguir comprando obras manifiestamente coyunturales, débiles y, sobre todo, por qué precipitarse a comprar obras menores de artistas mayores? En el fondo, se diga lo que se diga, jamás habrá una buena política de compras indiscriminadamente consensuada, lo que no significa que, frente al artificioso acuerdo de todos, deba optarse por una arrogante ausencia de explicaciones respecto a los fines o una falta de transparencia respecto a los medios y formas empleados.

Es evidente que han ingresado excelentes piezas en nuestro patrimonio y no sólo de vanguardistas históricos, pues no cabe olvidar, entre otras, la mayoría de las de Tàpies, S aura, Millares, Arroyo, etcétera. Pero un Museo del Prado del siglo XX, como habrá que empezar a imaginarse el Reina Sofía, si se trasladan a él selectivamente las mejores obras del fenecido MEAC y las que hoy están custodiadas en el Casón, puede y debe evitar la morralla, ya que existen, de hecho, muchos otros filtros institucionales y privados para discriminar lo dudoso.

Por otra parte, a las compras propiamente dichas, ahora se. han sumado los ingresos procedentes de otros mecanismos previstos por la nueva ley del Patrimonio. Me refiero a los pagos fiscales al Estado mediante obras artísticas. Este capítulo está, en esta ocasión, prácticamente monopolizado por el legado Miró. Ha constituido una demostración de la excelencia del procedimiento más que propiamente de la calidad de lo obtenido, lo que evidentemente no invalida la operación.

Con todo, queda todavía por hacer en este campo, en el que nuestros gobernantes se siguen moviendo con excesiva y, a la larga, costosa cautela.

En resumidas cuentas, se ha mejorado, pero quedan aún tantas cosas por resolver, y nos jugamos tanto en el empeño, que la mejora en este asunto no atenúa la incertidumbre de nuestro actual compás de espera, transformándola, de una vez, en positiva esperanza.

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