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Nueva York sucumbe a la 'warholmanía'

La demanda de baratijas y recuerdos del pintor dispara los precios en la subasta de Sotheby's

Un fantasma agita el sueño americano de los neoyorquinos. Tiene el pelo platino (hay quien dice que es una peluca) y rostro abúlico: es el fantasma de Andy Warhol, el pintor pop que se inventó su propia leyenda y está más vivo muerto que vivo. Ha tardado un año en producirse la warholmanía, pero por fin ha llegado, por mor de la casa de subastas Sotheby's. Desde el pasado 23 de abril y durante 10 días, el síndrome Warhol se extiende en forma de alfombras, bustos, muebles o ceniceros.

Andrew Warhola, de origen polaco, tímido, pintor de la sopa embotellada o de Marilyn Monroe, multimillonario sin esperarlo y coleccionista infatigable sabía que no saldría vivo del New York Hospital, al que llevó su vesícula biliar aquel helado 2 de febrero de 1987.Un año después es más popular que el béisbol, y su retrato es lugar común en los hogares de todo el país. Y no es que Estados Unidos se abandone a la necrofilia. En un país donde los muertos se entierran maquillados, deprisa, y se olvidan pronto porque los vivos vienen dando guerra, y lo único que permanece en la memoria colectiva es el dinero o la fama acumulados y su traducción en dólares, Warhol vive porque está en venta. Y el precio lo va a fijar el mejor postor.

"Es una esfinge sin secreto" dijo de él Truman Capote: cuando el escritor era todavía el cotilla oficial de la ciudad. Se equivocó. Andy Warhol era una esfinge llena de recovecos q e se poblaban de objetos que adquiría compulsivamente en bazares, tiendas mercadíllos o su bastas de todo el mundo, objetos que podían carecer de toda belleza.

Creador de gusto

"Cada vez que entraba en mi tienda compraba la figura más fea", dice uno de sus proveedores. "Al día siguiente llegaban veinte más a comprar lo mismo; creaba gusto". Objetos que nunca se usaban y ni siquiera se, exhibían y, desde luego, no se veían, pues el acceso a su mansión estaba vedado a casi todo el mundo. Y eran tantos los objetos que acumulara, comprando o cambiando obra propia por obra ajena, que había cuartos en su casa a los que ni él mismo podía entrar, de saturados que estaban de baratijas entremezcladas con obras de arte.Fred Hugues, su secretario, confidente y albacea, se puso de acuerdo con Sotheby's en traducir ese supuesto valor, y le pusieron un precio y montaron una subasta. Y paralelamente a la subasta se organizaron retrospectivas de sus películas y las grandes casas editoriales comenzaron a abrir los talonarios de cheques ofreciendo fortuna por memoria, y submemoria, y escritos, y garabatos, y lo que sea, con tal de que sea suyo.

De repente, aquel chico que "era tan callado que parecía que no sabía hablar", como le definiera un compañero de colegio, se transformaba en una máquina generadora de capital.

Sotheby's aceptó la oferta y se puso a catalogar lo poseído por Warhol, y más de uno se llevó un susto, porque ahí había de todo, y mucho bueno. Con la obra de arte acumulada se podía montar un museo; con las alfombras, tapizar un palacio; con la cubertería, servir diez banquetes, y con las joyas, colmar el deseo insaciable de cien mil huríes. Se editó un catálogo, que se vendió a 95 dólares (unas 11.000 pesetas) en su edición de tapa dura. El catálogo se agotó. Se pusieron a la venta invitaciones para la inauguración: también se agotaron, aunque el precio fuera de 350 dólares (unas 36.000 pesetas). Y fue así como se puso en marcha el dispositivo de la subasta.

Se pretendía ofrecer todo cuanto Warhol había poseído. Más de 10.000 objetos en el catálogo, que darían algo así como 15 millones de dólares (1.600 millones de pesetas). No contaba con el sarampión necrofágico, ni con la propia dinámica que una subasta genera, ni con la desmedida atención de la Prensa, ni con tantos amigos de Warhol que pretendían recuperar sus regalos de antaño, ni con tanto visitante famoso, ni fundamentalmente, con un mundo artístico en que se valora tanto la obra original como la posesión de un objeto por parte de un artista.

Y como en todas partes cuecen habas, sólo que hay algunos que ponen más especias en el caldo, pues todo el que es, o piensa que es, o aspira a ser algo en el mundo del arte, que es decir el mundo de los negocios, se dio cita en la calle 72 y York Avenue, y comenzó a pujar y a pujar. Los precios se han disparado, y ya se habla de duplicar la primera estimación. Todos compran, todos pagan. Y se descubre cuánta gente con dinero hay en el mundo.

Retrospectiva

"Andy debe de estar rabiando por no estar vivo; le hubiera encantado estar aquí", dice Frank Lebowitz, novelista. Así es. Warhol está en cada casa, en cada recoveco de Nueva York. El Museo de Arte Moderno organiza una retrospectiva de su obra para febrero. El Whitney Museum muestra las películas que dirigiera él o alguno de sus acólitos, aquellos experimentos llenos de sangre y de carne y de gente durmiendo por horas y horas. Y la Robert Miller Gallery exhibe dibujos tempranos, y se charla y se charla en charlas sesudas por toda la ciudad.Y los compradores siguen volando a Nueva York, y más de un neófito espectador de la subasta lee el folleto sobre cómo comportarse en tales acontecimientos que Sotheby's ha tenido a bien editar. Así todos pueden alzar el dedo, o hacer un guiño, o estornudar, sin temor de que su gesto pueda ser tomado como una intención de compra de un Dalí, de un salero o de una peluca, que tanto monta, monta tanto, si tiene la impronta o el sello Warhol. Pero si el dinero falta, pero sobra el tiempo (otro bien preciado en esta ciudad), compensa pasarse por ahí para ver las caras y la ansiedad de los que compran, aunque uno puede descubrir que es también observado por otros que han ido tan sólo a verle a uno la cara.

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