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Estreno absoluto de 'Bodas de sangre', de Charles Chaynes, inspirado en Lorca

La nueva versión operística, más sólida que las anteriores

ENVIADO ESPECIALUna ovación cerrada que duró casi 10 minutos premió el estreno, en la ópera de Montpellier, de Bodas de sangre, libreto y música del tulosano Charles Chaynes (1925), sobre el texto de García Lorca, según la traducción francesa de Marcelle Auclair. Es la quinta ópera destacada que se escribe sobre Bodas de sangre, después de las llevadas a cabo por el argentino Juan José Castro (1952), el galés Denis Aplvor (1953), el alemán Wolfgang Fortner (1957) y el húngaro Sandor Szokolay (1964).

Chaynes, nacido en el seno de una familia musical fuertemente ligada a la ópera, discípulo de Darius Milhaud y Jean Riviere, premios de Roma y de la Villa de París, figura entre los compositores independientes más interesantes de su país. Dentro del género dramático cuentan partituras como Para un mundo negro, Cuatro poemas de Safo y Erzsebet, presentada en la ópera de París en 1983 y Gran Premio del Disco del año siguiente. Con todo, tales obras se mueven dentro del esquema y la ideología de la cantata, y verdaderamente es Bodas de sangre la primera ópera real de su autor.

Viajero constante por España, Charles Chaynes se había acercado a lo español en una evocación abstracta de Teresa de Ávila, pero desde hace muchos años albergaba en su interior la idea de crear musicalmente el mundo lorquiano, y muy concretamente el de Bodas de sangre. Surge así, con el patrocinio del Gobierno francés, esta ópera que Montpellier se ha adelantado a estrenar y que inmediatamente llegará al Teatro de los Campos Elíseos de París, a la radio y al disco.

Conocedor profundo del mundo operístico, Chaynes ha sintetizado el drama, despojándolo de cualquier elemento accidental para seguir directamente el argumento a través del que se nos revelan las grandes pasiones que lo animan: el amor, la muerte y el campo; sobre todo ello la fuerza misteriosa del destino, del fatum inesquivable. "Vida en pasión sexual y muerte" -escribe Arturo Berenguer- "resuenan en un fondo agrario: toda la tragedia antigua tiene ese mundo condicionador". No en vano el propio Lorca insistió sobre la idea: "Amo la tierra. Me siento ligado a ella en todas sus emociones".

Hay en Bodas de sangre un juego de símbolos -el cuchillo, el caballo, la muerte, la luna- que el compositor y el regidor han sabido aprovechar con inteligente sentido de la belleza, y anida en el conflicto la lucha de castas, la tradición rigurosa contra el oscuro afán de libertad, la violenta realidad ("la prosa ajustada y precisa", que dice Monleón) y las imágenes surrealistas de la poesía.

En Bodas de sangre, que Chaynes hace discurrir sin solución de continuidad, lo que redunda en beneficio de la tensión dramática, se utiliza una orquesta relativamente reducida (unos 50 músicos) que constantemente se expresa de modo individualizado y en la que, directamente o en grabación previa, suenan el clave, el piano o la guitarra solista, multiplicada o no. Todo ello contribuye a una ambientación sin pintoresquismo, producto de un entendimiento de la tragedia en toda su hondura, y al mismo tiempo expresión desolada de un mundo pobre a la que el autor de los escenarios, Jean Pierre Capeyron, ha servido con fidelidad.

Chaynes y sus colaboradores han hecho de Bodas de sangre un drama sustancialmente musical -concepto bien lorqueño-, y hasta la poética parece derivarse M mundo sonoro. Los personajes, enormemente vivos en sus pasiones y caracteres, cantan con libertad -en algún momento se evoca el cante antiguo, saeta, tomá- sobre un fondo expectante de campanas, mientras en escena están los muertos de las dos castas.

Público incorporado

La luna y la mendiga (la Muerte) se unifican en su simbología y cobran gran talante de personajes. Las, armonías parecen rehuir el sentido de¡ acorde para ganar la iluminación del color.Con todos los elementos sabia, inspiradamente dispuestos, Chaynes incorpora al público a la pasión de la escena, movido por los procesos crecientes y decrecientes de tensión, aquietada en los remansos líricos sin que el compositor caiga en la menor concesión.

La mujer, heroína fundamental de la obra, alcanza su más alta dimensión dramática en la madre, cantada e interpretada excelentemente por Hélene Jossoud; en tanto la bien conocida aquí Carole Farley contrasta el enfrentamiento en la parte de la novia, y Leonardo asume la dificultad de un tipo elemental y complejo a la vez, resaltado por Jean-Marc Salzmann. La mise en scéne de Michael Lonsdale y la dirección musical de Cyril Diederich enaltecieron la representación, así como la luminotecnia -fundamental- de Paul de Larminat.

Creo que estas Bodas de sangre operísticas de Chaynes pasarán con facilidad al repertorio, lo que no había conseguido, hasta la fecha y en un determinado ámbito, nada más que la translación, fuertemente dramática, de Szokolay.

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