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'CUMBRE' ATLÁNTICA

Reagan promete no sacrificar a Europa en el altar de la nueva distensión

Francisco G. Basterra

Ronald Reagan, ya con un pie en la historia, se presentará hoy ante los aliados de la OTAN en Bruselas con la retórica de que "un ataque de la URSS contra Múnich es lo mismo que un ataque contra Chicago", y con la promesa de que su boa de miel con Mijail Gorbachov no significa que Estados Unidos vaya a entregar a Europa en el altar de la nueva distensión con Moscú. El presidente, tras la firma del tratado sobre los misiles de alcance intermedio (INF), reforzará la imagen del frente aliado sólo tres meses antes de su nueva cumbre con Gorbachov.

Pero la realidad presupuestaria norteamericana y la creciente desilusión de la opinión pública con unos aliados a los que se considera reacios a pagar la cuenta de la defensa común hacen muy probable que el próximo presidente de EE UU, sea del color que sea, reconsidere el compromiso americano con el Viejo Continente, iniciando un progresivo desenganche. Reagan intentará disipar estos temores en la capital belga y, al mismo tiempo, elogiará los esfuerzos por reforzar el pilar europeo de la Alianza, ya sea a través de la cooperación de Francia y la RFA o de la Unión Europea Occidental (UEO).Reagan, que se llevó a Bruselas entre su séquito a un intérprete de español presumiblemente para dialogar con Felipe González, dijo ayer a la salida de Washington que las tropas norteamericanas permanecerán en Europa "bajo cualquier Administración, mientras los europeos lo deseen".

El presidente quisiera regresar a Washington el jueves con un cierto compromiso aliado de modernizar sus ejércitos y soportar una mayor parte de la responsabilidad defensiva, que aguanta sobre todo EE UU. La idea de compartir la carga se ha convertido casi en una obsesión en Washington. El 53% de los americanos cree que la contribución europea a la defensa común es "demasiado pequeña".

El 'siglo del Pacífico'

Estados Unidos ya no vive mirando a Europa. La clase política de la posguerra que edificó la Alianza Atlántica está a punto de desaparecer; las nuevas doctrinas estratégicas surgidas en Washington descartan el peligro del choque Este-Oeste en Centroeuropa y ponen el énfasis en la periferia del Tercer Mundo. Las noticias de estos días ponen de manifiesto la dificultad de EE UU para atender varios frentes de conflicto a la vez: Shultz, impotente para reavivar el proceso de paz en Oriente Próximo, la crisis de Panamá y de toda Centroamérica y el desarme estratégico.

Está de moda aquí este invierno hablar del declive del imperio norteamericano y del final, aunque lento, del siglo americano y la emergencia del siglo del Pacífico. Según Paul Kennedy, un historiador de Yale que ha escrito el ensayo de lectura obligada para las elites norteamericanas, The rise and Jall of the great powers, el ocaso de la superpotencia norteamericana tendrá lugar por su incapacidad, como ya antaño les ocurriera a los imperios español, francés y británico, para pagar sus compromisos mundiales.

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Ronald Reagan, en su último viaje a Europa occidental antes de abandonar la presidencia, tratará de cerrar filas y reafirmar la cohesión de una alianza cada vez menos americana pero muy lejos aún de hallar una estrategia capaz de sustituir al paraguas nuclear estadounidense. El presidente, temido por los europeos hace siete años como un político peligroso al que su ideología extrema le llevaría a un gran choque con la URSS, se presenta en Bruselas como el paladín de la distensión.

Los europeos -aterradoshace año y medio, cuando Reagan, en la cumbre de Reikiavik, ofreció sin consulta alguna a los aliados un desarme nuclear total a Gorbachov- necesitan seguridades de que el proceso de desarme no irá demasiado lejos. Y Reagan está dispuesto a darlas. El tratado INF, que inicia en la práctica la desnuclearización de Europa, no supone que el continente se quede sin protección atómica. Hay todavía 4.000 cabezas nucleares y 325.000 soldados norteamericanos en el Viejo continente. Y la doctrina de la respuesta flexible sigue vigente.

Este mensaje básico será reiterado por Reagan, que calmará a los aliados, a los que explicará que es prácticamente imposible -por lo difícil de los problemas en juego (verificación y sistema de defensa espacial)- que pueda firmar un tratado formal con Gorbachov en el Kremlin en la última semana de mayo. Antes de abandonar Washington, el presidente ha prometido que seguirá intentando el acuerdo de reducción a la mitad de los arsenales estratégicos de las dos superpotencias hasta el día en que deje la Casa Blanca.

Realismo de la Administración

Aunque el secretario de Estado, George Shultz, aún acaricia la idea de que este paso histórico es aún posible en 1988, el realismo y el, funcionamiento interno de esta Administración y del Congreso hacen más plausible la conclusión de un acuerdo marco sobre armas estratégicas, que debería desarrollar el próximo presidente y ratificar el siguiente Congreso. La aceleración en política exterior que vive la Casa Blanca en los últimos meses de la era de Reagan no implica que el presidente, por pasar a la historia, esté dispuesto a firmar cualquier cosa en su cumbre de Moscú.

Reagan no desembarca. en Bruselas con una nueva estrategia para la nueva era de la defensa europea que se abrirá tras la eliminación de los misiles INF. Este nuevo pensamiento a largo plazo tardará en llegar y no existe aún entre los aliados el consenso necesario. Un ejemplo es la decisión de postergar el vidrioso debate sobre la modernización de las armas atómicas de corto alcance. La Administración norteamericana se conforma con que el encuentro de 48 horas en Bruselas sirva para dar la impresión de cohesión y unidad, despejando las dudas surgidas tras el acuerdo sobre los euromisiles.

Éste, asegurará Reagan, es un éxito de la unidad y la determinación mostradas por la OTAN y de la política de negociar desde la firmeza seguida por Washington. La Administración desea que la cumbre sirva para definir los objetivos de la Afianza y el calendario en los próximos meses, acordando una posición de partida que sirva para iniciar la negociación para reducir el desequilibrio de fuerzas convencionales entre el Este y el Oeste. Y confía en que sirva también para que la Alianza retome la iniciativa perdida ante la habilidad mostrada por Mijail Gorbachov para lograr la confianza de los aliados, adelantándose a nuevos y seguros golpes de efecto del líder soviético.

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