¿Necesitamos aun un movimiento pacifista?
Desde que se firmó, en diciembre, el tratado sobre misiles nucleares de alcance intermedio ha habido muchos comentarios periodísticos sugiriendo que el movimiento pacifista mundial tuvo poco que ver con el logro de ese pequeño primer paso hacia un desarme real (a diferencia de la prohibición de los ensayos espaciales y de los acuerdos SALT, que sólo limitaban el crecimiento de los arsenales nucleares). El argumento más general que se utiliza para descalificar a los pacifistas es el siguiente: el secretario general Gorbachov necesitaba un alivio en el coste de la carrera armamentista, y el presidente Reagan deseaba ser recordado por algo más digno de admiración que su papel en el Irangate. De modo que Gorby y Ron hicieron un arreglo para librarse de algo menos del 10% de su capacidad total de ataque nuclear. Hicieron méritos como para un modesto primer paso en el desarme, y las ruidosas manifestaciones realmente tenían poco que ver con los resultados.Por supuesto que el motivo para desacreditar así al movimiento pacifista es lograr la exaltación de los dirigentes políticos y de sus asesores presuntamente realistas, sugerir que Big Brother lo sabe mejor y que la presión pública es innecesaria. Es el mismo tipo de razonamiento que usaban los que argumentaban contra el movimiento por los derechos civiles. en Estados Unidos y los que ahora se oponen a las campañas de Amnistía Internacional contra la tortura y la pena de muerte. El planteamiento es que las actividades disidentes sólo empeoran las cosas, y que una negociación tranquila entre las autoridades existentes es la mejor forma de conseguir un adelanto. En el caso de los derechos humanos, sé, por mi experiencia personal, que las autoridades sólo les prestan atención cuando hay una presión pública, y estoy convencido de que lo mismo sucede para cualquier avance que se haya hecho o que se pueda llegar a hacer relacionado con el desarme.
Desde 1945 una parte significativa de las comunidades científicas tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos se ha opuesto a la carrera armamentista nuclear. Publicaciones como el Bulletin of the Atomic Scientists y organizaciones como The Union of Concerned Scientists y Physicians for Social Responsability han trabajado incansablemente para convencer a presidentes, gobernador es, parlamentarios y dirigentes militares de la absoluta necesidad de evitar la guerra nuclear. Los científicos soviéticos han desempeñado un papel similar dentro de la URSS. A pesar de la guerra fría y de la división que se dio en Europa en los bloques OTAN y Pacto de Varsovia, los científicos soviéticos y occidentales se han encontrado anualmente en las conferencias Pugwash con el fin de preparar el terreno para un eventual desarme, y los médicos, tanto soviéticos como americanos, han hecho declaraciones conjuntas previniendo sobre los efectos catastróficos de la guerra nuclear tanto para el presente como para el futuro de la humanidad.
En todos los países occidentales, excepto Francia, se han dado activos movimientos contra la guerra y por el desarme, movimientos que no siempre figuran en las primeras planas, pero que están actuando siempre en las iglesias vecinales y en las organizaciones cívicas, en los sindicatos y en las organizaciones estudiantiles. ¿Alguien puede suponer realmente que sostenedores de la guerra fría como Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Helmut Kohl estén apoyando el tratado sobre los misiles de alcance intermedio y que ese cambio de posición no tenga nada que ver con cientos de miles de ciudadanos manifestándose en las capitales, con las jerarquías católica y protestante declarándose contra la posibilidad de guerra nuclear, con los científicos nucleares advirtiendo sobre el invierno nuclear, que destruiría la mayor parte de la vida que restara después de unos pocos días de guerra nuclear, con las mujeres de Greenham Common asediando las bases militares británicas y los verdes socavando felizmente la imagen militar histórica de Alemania? No cabe duda de que a los reaccionarios de todo el mundo les gustaría minimizar, y si fuera posible revertir, la fuerte presión real que obligó a esos dirigentes a negociar el primer pequeño paso hacia el desarme nuclear.
Pero más importante que insistir en el aporte reciente del movimiento pacifista es enfatizar que su. importancia es permanente. Es probable, por cierto, que el tratado Gorbachov-Reagan sea ratificado por el Senado de Estados Unidos. Pera ya se oyen voces diciendo: "Hasta aquí, pero no más allá", reconociendo (los señores Kissinger, Brzezinski, Rostow, etcétera) que, desafortunadamente, el nivel público de ignorancia creará la demanda de una ratificación que es realmente peligrosa para la seguridad de Estados Unidos, aunque finalmente, y gracias a Dios, el tratado sólo nos obliga a destruir 500 misiles, mientras los soviéticos están comprometidos a destruir 2.000.
Siempre fue evidente que la SDI de Reagan jamás hubiera podido proteger realmente a Estados Unidos de un ataque nuclear amplio. Más allá de las ilusiones del presidente, los científicos que lo sustentan sabían que los beneficios reales de la astronómica inversión tomarían la forma de múltiples e imprevisibles adelantos de la tecnología militar. Ésta también es la base del temor soviético: no un blindaje espacial invulnerable, sino una ampliación del desequilibrio tecnológico entre las dos superpotencias. Por lo menos tres de esos beneficios ya son visibles: rayos láser más poderosos, bombas inteligentes, con cargas explosivas más pequeñas y dirigidas con más precisión, y cañones electromagnéticos posmodernos que destruirán los tanques más fuertemente blindados.
Se necesitará un movimiento pacifista mundial continuo tanto para ayudar al presidente Reagan como al secretario general Gorbachov a resistir las presiones de sus propios efectivos militares cavernícolas, efectivos que se están movilizando para evitar todo lo que se parezca a una reducción del 50% de las armas nucleares estratégicas. La opinión pública mundial tendría que dar un apoyo activo a los esfuerzos diplomáticos de los seis (Argentina, Grecia, India, México, Suecia, Tanzania), de modo que su línea política no pueda ser tratada simplemente como las ilusiones de un puñado de jefes de Estado liberales.
Frente a la creciente complejidad y variedad de los proyectiles atómicos pequeños y de las armas químicas y biológicas, es necesario insistir en algo que todavía ni siquiera se ha comenzado a considerar seriamente: un compromiso internacional para terminar con la investigación de armas sofisticadas. La humanidad habrá ganado muy poco si la destrucción de los misiles actualmente existentes se acompaña con la proliferación de las mortales armas convencionales, que con toda precisión matan a decenas de miles en lugar de la matanza indiscriminada de cientos de miles.
El espíritu internacional del movimiento pacifista también es necesario para fijar la atención en los problemas ecológicos del planeta. Hasta ahora no disponemos en absoluto de una forma segura de deshacernos de toneladas de residuos radiactivos, algunos de los cuales serán radiactivos durante 10.000 años. ¿La humanidad tiene alguna responsabilidad mayor que la de no envenenar la biosfera por un tiempo dos veces más largo que la existencia misma de la civilización actual? Para no mencionar asuntos menores, tales como la destrucción de los bosques tropicales y la desertización del suelo. El movimiento pacifista, que piensa en términos de humanidad antes que en términos de naciones, bloques o sistemas políticos, no sólo es necesario para continuar con el proceso de desarme, sino también para hacer que el mundo sea consciente del desastre ecológico que está amenazando la supervivencia de la humanidad.
Traducción: Rosa Premat.
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