La doncella terrorista
Yudita es una maketa, pero está dentro de la organización terrorista; guarda a un enemigo -un rehén- al que debe dar muerte si las negociaciones de rescate fallan. Habrá que encontrar en el nombre de la muchacha el de Judith, que pasó las líneas del enemigo para cortar la cabeza de Holofernes. Pero la tesis es la contraria: esta Yudita, antes que matar, prefiere dejar en libertad a su prisionero y suicidarse. Razón que cuenta la autora, Lourdes Ortiz: la "unión contra natura que representa una doncella capaz de dar la muerte". Es encomiable su fe en las doncellas: la historia y las páginas de sucesos muestran que esa contradicción sucede. La doncellez, por otra parte, no parece ya un estado muy original que signifique un comportamiento especial.Para representar esta situación, Lourdes Ortiz escoge una casuística muy específica: Yudita es maketa, su padre ha sido explotado por ello y sus hermanos, condenados a la delincuencia y la droga, por lo cual se hace revolucionaria; pero sus compañeros de organización también la desprecian por la misma razón. Yudita tuvo un novio aborigen y comprometido, pero le torturaron y mataron en una comisaría; ella sospecha que fue denunciado por la propia organización porque tenía otra conciencia. La han obligado a participar en la matanza de cuatro niños inocentes: ve sus fantasmas. Querría salir de la organización, incluso buscarse una documentación falsa y huir; pero tiene miedo. Sus compañeros son brutales. Sospecha que la situación en que la han puesto -la guarda y ejecución del secuestrado- es precisamente una forma de deshacerse de ella. Y ya es demasiado tarde para todo. Además, el secuestrado le cae bien, aunque no deja de reconocer que esa clase es la culpable de que su padre y sus hermanos, etcétera. En consecuencia, Yudita deja escapar al prisionero y se suicida. Fin de la obra.
Yudita
De Lourdes Ortiz. Director: FranciscoOrtuño. Intérpretes: Marta Belaustegui y José María Sacristán. Círculo de Bellas Artes.
Lourdes Ortiz dice en sus notas al programa que no quiere hablar del terrorismo: no hace otra cosa. Sin embargo, rodea a su personaje de una casuística tan particular que lo que dice del terrorismo está referido a una óptica individual, y no a la gran discusión o debate que el tema requiere. Incluso la forma de monólogo que da a su obra incide en esta no-discusión, o no-esclarecimiento, o huida de la cuestión: el prisionero está amordazado, de forma que ninguna de las cosas que le dice Yudita tienen respuesta. Tras esta forma se ve que es la autora la que ha puesto la mordaza en su personaje para que no entre en el debate, que aun así sería incompleto.
Queda, entonces, la cuestión de la doncellez y la piedad. Está tan fuera de lugar que no forma tesis. Por muchos antecedentes y muchas justificaciones que se den de la criatura no parece que con ese espíritu dubitativo, con esa conciencia virginal, haya podido llegar a la situación de fanatismo en que se la sitúa.
La actriz Marta Belaustegui tiene muy buenas condiciones de presencia y voz; y la entidad artística suficiente como para lanzar y matizar, hasta donde puede, su monólogo. La falsedad de la situación, sin embargo, puede con ella. No siempre los intérpretes son responsables hasta más allá de su texto.
El público -no muy numeroso; principalmente femenino, y no muy joven, el lunes por la tarde- escuchó con atención la obra y pareció aceptar las premisas de la autora y el trabajo de la actriz: aplaudió con sinceridad visible.
Babelia
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