El mundo frente al SIDA
LA 'CUMBRE' de ministros de Sanidad del planeta celebrada la pasada semana en Londres bajo los auspicios de la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha constituido una llamada para reforzar la conciencia solidaria de los Gobiernos frente al problema mundial del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA). Los delegados de los 148 países que se han dado cita en la capital británica han apostado por la información y la educación frente a las medidas discríminatorias y la marginación en los planes de prevención puestos en pie contra la expansión de esta enfermedad. Inclinarse por esta opción no ha resultado fácil. Las diferencias culturales, económicas e incluso ideológicas que separan a los asistentes a esta conferencia internacional empujaban a la confrontación política en el tratamiento a seguir frente al SIDA. Al miedo irracional y hasta al pánico que sigue generando esta enfermedad en las sociedades desarrolladas se añade la escasez de recursos para combatirla en los países subdesarrollados. La penuria impide a muchos de estos últimos disponer de hasta los más sencillos planes de prevención. La más elemental solidaridad exigiría que una parte importante de los fondos de la OMS para combatir el SIDA se destinaran a estos países. Sería una forma de luchar contra la tentación, nunca dominada desde la aparición del SIDA en 1981, de enfrentarse a esta enfermedad con el método de la segregación social y del aislamiento sanitario de quienes la padecen o viven en su proximidad.La llamada declaración de Londres con que ha concluido este cónclave mundial sobre el SIDA ha abierto, a falta todavía de una vacuna contra el virus, un portillo a la esperanza al sancionar como un eficaz método de prevención el "comportamiento responsable y bien informado". Nada más fácil a primera vista, desde luego, si no fuera porque el siempre dificil ejercicio de la responsabilidad personal exige un nivel de educación y de conocimientos del que se hallan lejos determinados grupos sociales y hasta países enteros. Tampoco facilitan la tarea los prejuicios y misterios que todavía rodean a esta enfermedad y que se oponen a que la población disponga de información precisa sobre sus vías de transmisión. Sin embargo, el desafio de la información responsable está ganando la batalla a los miedos irracionales y a las políticas inquisitoriales predispuestas más bien a acabar con los enfermos antes que con la enfermedad.
A la actitud egoísta del sálvese quien pueda ha sucedido una visión global del problema más científica y más solidaria entre los Gobiernos del mundo. Gracias a ello, el ritmo de progresión de la enfermedad se ha hecho más lento, aunque la cifra de afectados no haga sino aumentar, y así seguirá ocurriendo mientras no se descubra una vacuna o cura eficaz. La cumbre de Londres ha supuesto un espaldarazo -es de esperar que definitivo- a esta posición. A partir de ahora, los Gobiernos están más autorizados que antes si cabe a incorporar a sus respectivos planes contra el SIDA todo tipo de medidas que lleven a la conciencia de la población el convencimiento de que la enfermedad puede ser contenida con prevención y cuidados.
El Gobierno español, que ante el SIDA mantuvo en un primer momento una postura oscurantista, se ha manifestado en Londres como uno de los paladines de la información clara y abierta sobre las formas de transmisión de la enfermedad. El ministro García Vargas, representante español en la conferencia, se opuso con firmeza a las políticas que supongan "condena moral y angustia sobre los que sufren" y abogó por el respeto de los derechos humanos en los programas de prevención. Su propuesta -aceptada por la conferencia- de que la lucha contra el SIDA debe implicar también luchar contra la droga tiene sólida base estadística: en España, el 59%. de los 789 enfermos de SIDA declarados oficialmente son drogadictos, y en otros países el porcentaje se sitúa entre el 20% y el 25%. Y es también una manera de actuar solidaria ante una forma de transmisión de la enfermedad que hace estragos en tantos países.
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