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ANTE EL 31º CONGRESO DEL PSOE

¿Un congreso más?

Tiene lugar, pues, el congreso en un momento oportuno. Es un acontecimiento importante. No será, sin embargo, una reunión dramática. El dramatismo suele impregnar una asamblea partidista o cuando hay que potenciar la vida de la formación para recordar el perdido poder político o bien cuando las tendencias dentro de la formación adquieran el carácter de proyectos difícilmente conciliables sin una novación de doctrina o/y aparato dirigente. Nadie dentro de la familia socialista aspira a obtener la investidura para un liderazgo no necesitado de renovación profunda de carisma. Nadie que no esté cegado por la pasión o por una irrefrenable nostalgia de posibilidades teóricas que la historia ha apartado de su camino deja de valorar el papel de vertebrador del partido socialista en esta construcción, todavía difícil, del sistema político surgido de la transición. Pocos son los que establecen un balance globalmente negativo de la labor gobernante de los socialistas. Pero son muchos los que esperan renovación y reforma en ciertas orientaciones dentro del partido y en la tarea de la, gobernación del país. El congreso es una ocasión más, pero estatutariamente la más indicada para enfrentarse con los grandes temas:1. ¿Qué debe y puede ser la acción de los socialistas en el poder aquí y ahora? ¿Qué se puede hacer en esta Europa occidental parcialmente integrada mediante un proceso en que tanto han contado la voluntad de mantener la identidad e intereses continentales como el punto de partida definido por el desplazamiento de la misma como centro de poder, como modelo y como identidad con consecuencia de la división en bloques y de los largos períodos de guerra fría?

2. ¿Cuál es la relación del socialismo como corriente que aspira a gobernar y representar al país como un tono con las clases que legitimaron su emergencia como ideología primero y luego como alternativa de gobierno?

3. ¿Qué tipo de organización partidista interna más adecuada para coadyuvar, impulsar, corregir cuando es necesario la acción del Gobierno o preparar, eventualmente en su momento, el nuevo paso adelante?

El partido y aun la opción socialista serán juzgados por la acción del Gobierno. Al menos en un primer momento. Si bien es cierto que en el complejo o bloque electoral que se manifestó en 1982, y en menor medida en 1986 y 1987, se acumularon aportes, motivaciones y reflejos no explicitadamente socialistas y reformistas, no es menos real que en futuras consultas y, en lo que más cuenta, en el clima desde el que cotidianamente se vive la cosa pública, cuenta y contará tanto el pragmatismo en la acción diaria como el mantenimiento de una identidad que permita que la referencia a lo que se vota o rechaza sea suficientemente clara.

Hoy por hoy, el PSOE y lo que representan sus análisis y sus líderes son el principal factor de vertebración de nuestra sociedad política. También de la esperanza del asentamiento de unos valores que definan una cultura política todavía en período de consolidación. La conciencia de ello pesa sobre los hombros de aquellos a quienes ha correspondido la gobernación y tienen conciencia de que la separación de lo que se esperaba, de lo realizado, y a veces realizable, les enfrenta con sus propias esperanzas originarias.

Socialismo occidental

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En las sociedades occidentales, el socialismo en el poder se ha encontrado con tres graves lastres: con la estructura de la comunidad internacional en forma de bloques, con efectos reductores y descalificadores; con la crisis de las lecturas intelectuales y políticas globales; con el tropismo fruto de lo anterior, hacia el refugio en ámbitos y solidaridades individuales y de grupo inmediato, con olvido -o paréntesis- de la solidaridad general y del valor -innegable en otras realidades- del proyecto utópico.

Sin esta conversión, esta salida, el socialismo ejerce, cuando no se avergüenza de su atribuida desmesura, como elemento estético compensador y complementario de la resignación y la búsqueda de la adaptación y goce individuales y no transferibles. Pero, sin una lectura reformista hasta la raíz, la salida no es posible. Impera hoy la fragmentación y el refugio y consuelo en la parte del fragmento que nos corresponde. Votar socialista, y aun militar en el socialismo con la conciencia de que mecánicamente la sociedad será igual porque no hay modelo total de lo que la sociedad debe ser es actitud lícita, pero asentada en arena tan movediza que no permite la construcción de nada que dé sentido general al propio refugio individual. Toda crisis profunda encontraría a la colectividad desarmada. Cuando no provocase respuestas airadas, decisionistas, violentas.

La división en bloques y su acentuación en períodos de guerra fría, la tregua armada, más la necesidad de no separarse demasiado, de los modelos y prácticas de quienes dirigen el grupo ha convertido en Occidente a los socialismos, al menos desde finales de los años cincuenta, en un elemento compensador -y legitimador- de políticos definidas por los parámetros macroeconómicos. Válidos éstos y decisivos en sí mismos, pero, en muchos casos, aislados del contexto social y cultural en que se desarrollan. El socialismo en la reducción sirve para garantizar un orden mediante procedimientos civilizados, lo que no es poco. Pero no basta cuando la conversión ciega las puertas de un proyecto de futuro que, en sentido profundo, incluso equilibra el paso de las inercias retardatarias que toda sociedad hereda y trata de perpetuar.

La crisis y los naturales defectos de gestión en el mismo estado benefactor han sido empleados para invalidar el keynesianismo. El modelo ahora es lo que los socialistas alemanes denominan el de los tres tercios: uno se enriquece, prospera e innova; el segundo (servicios y profesionales) se agarra el faldón de los afluyentes; el tercero se excluye, vive al margen del sistema productivo y se refugia en la consolidación inmediata. La cobertura social se desligitima intelectual y moralmente. Lo que cuenta es el resultado global macroeconómico y el resto es objeto de estudios sobre las subculturas de la marginación.

Esta crisis del reformismo socialdemócrata sigue a la crisis esencial que ha afectado radicalmente a la izquierda: la del marxismo, al menos del marxismo elemental, que es el operante para el gran número. Pero esta crisis abre grandes avenidas de futuro a la izquierda. No se puede decir mejor y más brevemente que lo que expresó Paolo Flores d'Arcais en estas páginas (EL PAÍS de 12 de noviembre de 1987).

La izquierda, decía, ha pasado del ser (las leyes científicas del desarrollo capitalista) al deber ser, de la necesidad histórica a la moral, de la certeza a la duda, del proceso al proyecto, del sentido de la historia al horizonte abierto. Cada uno de los términos de este diagnóstico merece una reflexión, pero la enumeración de las reconversiones de los supuestos en que se asentaba la acción de la izquierda indica que entramos en una época en que no puede excluirse, sino que se impone, el acercamiento ideológico.

La versión neoliberal

Los socialistas, no resignándose a lo que consideran anacronismos de su época clásica, han rehuido la propia interpretación general y se han resignado a jugar un papel fragmentado en una cultura fragmentada. Han aceptado ser contrapeso de políticas que la derecha ha legitimado desde valores de pretendida aplicación general. Pero esta versión neoliberal entra en crisis. En primer lugar, porque la llamada sociedad civil autónoma nunca ha sido instaurada, ya que el grado de integración social que imponen la civilidad y la concordia no puede prescindir de la corrección política desde valores éticos que el mero mercado no genera mecánicamente.

El paro, incrementado por el cambio tecnológico, la tendencia al individualismo y a la insolidaridad, la internacionalización del capital, la defensa del reducto de bienestar como una cuestión privada, la reducción de los mitos de la lucha social como consecuencia del fracaso del comunismo, las dificultades para rebasar una actitud reivindicativa concreta de una lectura coadyuvante para salir de la crisis desde una posición de izquierdas han coincidido en una crisis de legitimación del sindicalismo en Occidente.

Pero los sindicatos no sola mente han civilizado la lucha de clases, sino que han sido factor esencial de la vertebración social. Debilítense los sindicatos, reduzcámoslos en pro de una pretendida modernización y tal vez -lo que dista mucho de ser comprobado por la experiencia- crezca la movilidad laboral y la tasa de beneficios empresariales. Pero los conflictos industriales cobrarán un carácter impredecible, desordenado, salvaje. La racionalización de oposición de clase y coordinación dejará el paso a la marginación individual, cuando no a las respuestas debilitadas global mente, pero enormemente disruptivas para el orden social. No desear una mayor vitalidad racionalizada y modernizada del sindicato no es ya solamente una infidelidad a las señas de origen socialista: es un aventurerismo visceral cubierto con razonamientos y lenguaje tecnocráticos.

Juicio histórico

El PSOE va a ser sometido a un juicio histórico en base a las realizaciones del Gobierno que ha generado y apoya. No es tan evidente la inversa: el Gobierno puede apoyarse en el bloque de opinión que en 1982 le llevó al poder sin que en su emergencia concurriese un juicio o análisis muy concreto, sino montado en la esperanza de cambio. Pero partidos y gobiernos son en democracia elementos para una síntesis y para unas alternativas sucesivas. Los elementos de esa síntesis para que se constituya una verdadera cultura democrática deben ser claros, a la vez que abiertos a un mínimo de consenso. Para que esta cultura democrática en su función socializadora siga fraguándose, la organización que apoya la opción con mayores posibilidades de perduración debe abrirse a la sociedad e internamente favorecer un clima de debate y decisión por convencimiento. Al inaugurarse el nuevo régimen, la improvisación política era tal que la era un valor de urgencia imperiosa. La cohesión sigue siendo un valor irrenunciable. También su racionalización. En este tema, el 31º congreso puede dar pasos adelante con mayor libertad y eficacia que en la renovación de principios y talantes políticos generales, que dependen más del desarrollo general de la sociedad y del intercambio ideológico.

El 31º congreso se inscribe en un proceso de maduración política general que se ha iniciado, sin gran espectacularidad, es cierto, antes de su convocatoria y que continuará luego que sea clausurado. Un congreso no dramático, pero de gran importancia para el movimiento socialista y para la sociedad civil española.

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