Música en la iglesia
Con motivo de la funesta decisión del papa Juan Pablo II de prohibir en las iglesias la celebración de conciertos de música clásica y moderna, creo que son necesarias muchas y variadas reflexiones sobre el verdadero papel de la Iglesia en la cultura. Pero sobre todo y fundamentalmente, creo que han de plantearse muy seriamente temas como el de los beneficios económicos y las aportaciones, tanto económicas como de infraestructura y medios que, con dinero de los contribuyentes, se destinan, entre otros, al patrimonio de la Iglesia.No parece serio que el Estado dedique recursos económicos para las necesarias y en muchos casos urgentes obras de restauración de gran parte de los bienes culturales eclesiásticos, y que a cambio las respuestas sean éstas: la negativa al uso y disfrute de tales bienes, patrimonio real del conjunto de la sociedad, que es, en definitiva, la que ha sufragado los gastos de conservación y restauración. Así, habremos de preguntarnos qué sentido ha tenido, por ejemplo, la campaña de recuperación de los órganos históricos, emprendida por el Ministeri de Cultura, si ahora resulta que no vamos a poder escucharlos.
No nos extrañemos si el siguiente paso adoptado sea el de la apertura de las iglesias únicamente para la celebración de sus ritos, prohibiéndose por mandato la contemplación de éstas con fines no religiosos-
El papa Juan Pablo II acaba de cambiar el orden del mundo. Con la prohibición de interpretar música no religiosa en las iglesias (EL PAÍS, 9 de diciembre de 1987) no sólo nos priva a los profesionales y a los aficionados de un placer verdadero -pocos ámbitos disfrutan de la acústica y la belleza de un templo-, sino que además impide la realización como hasta ahora de festivales y cursos que afloran en el verano español y mundial -Daroca es, con los conciertos en su colegiata, un buen ejemplo-, y de audiciones musicales en pueblos donde el único lugar apto para ello es la iglesia. Esta medida supone también que ya no podremos jamás escuchar música profana para órgano en nuestras vidas (¿de qué nos sirve ya ser el país con más y mejores órganos antiguos?), con lo que genios como Cabanilles, Soler o Cabezón quedan censurados en no pequeña fracción de su obra.- José Luis Zamanillo y 17 firmas más. Madrid.
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