Renace con fuerza la producción cinematográfica en el interior de Chile
Una delegación compuesta por casi 40 jóvenes cineastas, formados en la escuela de los sin escuela, sin otros maestros que el peligro, la escasez y la dificultad, han convertido Chile en el país no sólo con mayor, sino con mejor representación extranjera en el festival de La Habana.
Hasta ahora, el cine chileno seguía tejiendo los hilos de su historia, interrumpida por el sanguinario golpe militar de 1973, fuera de sus fronteras. Pero inesperadamente ha surgido aquí la evidencia de que en la penumbra, del interior de Chile, las luces del cine han vuelto a encenderse por sí solas.Bien conocido en España es el caso del cineasta chileno, uno de los pioneros del Festival de Viña del Mar en 1967, Miguel Littín, que desde el exilio penetró con sus cámaras en el interior de su país para filmar los capítulos de Acta general de Chile, ya emitido por Televisión Española y que ha dado la vuelta al mundo. Menos conocido, pero igualmente digno de atención, es el trabajo de Patricio Guzmán, cuyo filme documental En el nombre de Dios, también producido por Televisión Española, ha obtenido una de las más sonoras ovaciones oídas en el festival.
Este notable filme, realizado, como el de Littín, cámara en mano y en el interior de Chile, penetra, a través de la obra de la Iglesia o de la parte de ella enfrentada frontalmente con el régimen del general Pinochet, en el corazón de la tragedia de este país, aplastado y sojuzgado por una de las dictaduras más atroces y persistentes de cuantas ha conocido la historia reciente de América Latina.
Emitido por TVE
Por desgracia, En el nombre de Dios fue emitido hace unos meses por la Televisión Española sin previo aviso, casi intempestivamente, lo que le ha privado de los análisis que se merece por parte de la crítica especializada de nuestro país. Para él ha sido el premio extraoficial de la revista cubana El Caimán Barbudo. Tanto el filme de Littín como el de Guzmán fueron productos de dos audaces iniciativas de producción española. Ambos llegaron desde fuera a buscar dentro de Chile los rasgos de su catástrofe y la permanencia de la voz de sus gentes por debajo de las botas de los militares que hoy la amordazan.
Por debajo de estas mordazas han sonado las voces, desde dentro, de dos singulares cineastas: Pablo Pedelman y Juan Carlos Bustamante, quienes, con las latas de sus películas -respectivamente, Imagen latente e Historias de lagartos y banderas- bajo el brazo, han puesto en el corazón del festival habanero un estremecimiento de verdad y de poesía. Es un orgullo para cualquier asistente a esta muestra de cine latinoamericano descubrir que el mejor cine visto aquí ha venido silenciosamente, sorteando todo tipo de obstáculos, precisamente del más desdichado de los países latinoamericanos.
Imagen latente es una apasionante exposición de una averiguación política, que acaba convirtiéndose en averiguación existencial del propio encuestador, en el infierno de las matanzas, en el Santiago del año 1975. Las huellas de aquel atroz suceso laten bajo la conciencia dormida de muchos chilenos de hoy.
El filme, con una claridad, un rigor formal extraordinario, fuera de lo común, describe las interioridades del despertar de una de estas conciencias y convierte a su autor, Pablo Pedelman, pese a tratarse ésta de su primera película larga, en una de las primeras figuras del cine de este continente. Su filme ha venido a medio hacer, sin el acabado de una copia estándar, y es posible que esto le impida el acceso al palmarés final. Pero este accidente técnico es un asunto trivial para una película de gran hondura que se abrirá paso por sí sola.
Fantasía
Historias de lagartos y banderas, de Juan Carlos Bustamante, que ha venido también sin terminar, es un filme diametralmente distinto y, sin embargo, misteriosamente complementario del anterior. Si aquél era un puñetazo de realismo, éste consta de tres sacudidas de fantasía. Y, no obstante, intensas conexiones los unen indisolublemente y los convierten en las dos caras de una misma moneda de oro cinematográfico puro: el brote repentino de dos sensibilidades muy diferenciadas, de dos temperamentos de cineastas casi opuestos que, en lugar de excluirse recíprocamente, contribuyen al unísono a recordamos que la libertad de los hombres chilenos sigue, bajo el sojuzgamiento, dando frutos en forma de grito y de ejemplo, de verdad y de inventiva.
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