El cuerpo y lo social
Uno puede ser feliz en su vida privada. Uno, cualquiera, puede estar amargado por su entorno, público. ¿Cómo escribir desde la felicidad privada de la insatisfacción social?. Si uno se queja de la forma en que se encauza el denominado progreso, del dominio del tener sobre el ser, de los viejos fantasmas corporativistas que siguen siendo los dominadores de los resortes del orden y la ley, de que padrinos, especuladores, autócratas, arribistas siguen campando por sus fueros en las huestes gubernamentales, piensan que uno es un nostálgico, un resentido, un frustrado.¿Es que no va a poder siquiera soñarse desde la izquierda? Porque hablar, escribir, es difícil, por no decir imposible. ¿Dónde las publicaciones? Aburridos órganos teóricos pagados por los dineros oficiales han suplantado las ágiles, críticas, afortunadamente contradictorias revistas del pasado.
El intelectual corre, en la mayor parte de los casos, desesperadamente a bañarse, aunque entre como Invitado por la puerta de atrás, en las fuentes del poder. Del poder político. Que el otro -Iglesia, justicia, ejército, multinacionales- sigue asentado y bien asentado. Bien está hablar, debatir del cuerpo. Mejor está vivirlo. El cuerpo no necesita otras leyes que las dictadas por su propio placer. Se sabe sujeto a los estragos del tiempo. No ignora la cortedad de su vida. Por eso difícilmente pueden atarle los dogmas, las represiones, cuando es guiado por una mente lúcida, libre. No está el disfrute del cuerpo al alcance de todos los humanos. También él, en la mayoría de los casos, es una mercancía. Como la literatura. Por eso determinados seminarios o reuniones hablan de un cuerpo también clasista, que sólo los privilegiados pueden dominar.
El monotema
Dejemos, pues, que el cuerpo se dé a sí mismo lo que apetece y puede conseguir, y volvamos a lo social. Porque el discurso político de nuestros años se ha vuelto peligrosamente monotemáfico. Sólo se habla de ETA, de terrorismo. Pienso que si ETA no existiera el Gobierno tendría que inventarla.
Me recuerda este exhorto diario que desde el jefe de Gobierno hasta el último parlamentario, pasando por todos los medios de comunicación, ocupa casi nuestro quehacer político cotidiano, a los fantasmas o realidades de la masonería y el comunismo con los que el franquismo nos atosigaba en todo momento -y no trato aquí de comparar medios o fines, sino simplemente de presentar situaciones- Eran los únicos peligros, las únicas ocupaciones de aquel régimen. Y ETA parece serlo del actual. No se Hama a la Moncloa a dialogar a las fuerzas políticas sobre la dependencia de nuestra política exterior, sobre el fabuloso poder de la concentración bancaria, sobre la decrepitud de ciertas instituciones, sobre la ininterrumpida especulación de la vivienda, sobre la degradación de la enseñanza, sobre... Para qué seguir; situaciones que Gobierno o poder ciertamente socialista tendría que intentar corregir. Eso es lo social, algo que no interesa, parece ser, en la política de nuestros días. Pero, ¿y a la izquierda? ¿Dónde está la izquierda? ¿Ha olvidado la necesidad que tiene de no bailar al son que le marca el poder, cualquier poder, sino de elaborar proyectos, alternativas para el presente y el futuro?
Demos vida al cuerpo. Pero que el pensamiento se ponga a trabajar por la hoy considerada nefanda palabra de la revolución. Porque si existe futuro, éste pasa por no acomodarse, resignarse, sin más, a la miseria del presente. Pues ésta, por muy felices que seamos en nuestra vida privada, es nuestra propia miseria.
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