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Otro Alfred Döblin

La excelente serie de televisión basada en Berlin Alexanderplatz ha catapultado al novelista alemán Alfred Döblin a una gloria póstuma bien merecida. Este hecho se dio tanto en Alemania como en España, así como en todo otro lugar donde se exhibiera. Para él, la literatura fue una actividad que combinó con la práctica de la medicina en los hospitales públicos de Berlín, antes y después de la guerra de 1914-1918, y los materiales que utilizó para la vida de Franz Biberkopf provenían de sus observaciones como médico. Al mismo tiempo, siempre fue un hombre inquieto y espiritualmente atormentado, que en diferentes momentos de su vida fue un judío religioso, un judío seglar, un fervoroso patriota alemán en 1914, un socialdemócrata en los primeros años de la República de Weimar, un crítico literario, un anarquista filosófico, un teórico de la ética, un místico, un exiliado antinazi, un converso al catolicismo de Roma, un ciudadano francés y, eventualmente, un oficial de la zona de ocupación francesa en Alemania después de la derrota de los nazis.Las obras completas de Döblin contienen no menos de 10 novelas, una de las cuales, Amazonas, sería de especial interés para los lectores españoles. Durante los años 1935 a 1937, aquel que en ese momento era escritor y médico exiliado mantuvo su cuerpo abrigado y su mente ocupada en la Biblioteca Nacional de París. Leía a Kierkegaard, en un esfuerzo por aclarar sus propios razonamientos sobre el papel del libre albedrío en la religión. Leía literatura etnográfica, biográfica e histórica referida a los imperios español y portugués en Suramérica. Estudiaba mapas del Amazonas, del Orinoco, de la cordillera de los Andes, y de los pantanos de Maracaibo. A partir de esa lectura de libros y mapas produjo un trabajo épico imprecisamente estructurado, y nunca totalmente revisado, sobre los fatales conflictos entre las tres diferentes culturas: la europea, la incaica y la de las tribus indígenas tropicales de la región amazónica.

Los hombres blancos llegan con sus caballos, sus armas y su determinación de establecer la única religión verdadera y de tomar posesión de las nuevas tierras en nombre del emperador Carlos V. Son curiosos, seguros de sí mismos, increíblemente resistentes a las penurias físicas y decididos a labrar su fortuna personal, tanto en la guerra corno en la paz. Su tez carece de color, y están fascinados por la exuberancia humana, animal y vegetal con la que entran en contacto. Son igualmente capaces de matar a los indios; de establecerse como granjeros, mineros o comerciantes, o de adoptar la vida primitiva de las tribus de la selva dejando atrás toda su herencia europea.

Los pueblos del imperio inca tienen diferencias físicas, son respetuosos con los extranjeros y poseen una falta de iniciativa y de confianza, en sí mismos que proviene de la organización jerárquica estricta con que los incas mantienen su imperio. Tienen magníficos tintes, tejen hermosas telas, crean toda clase de ornamentos con el abundante oro y la plata, que no valoran fuera de su utilización artesanal. Tienen impresionantes ciudades, muy correctas estructuras de irrigación. y una agricultura que produce una variedad de frutas y verduras mucho mayor que aquella a la que están acostumbrados los caras pálidas. Hablan docenas de lenguas aparentemente no relacionadas entre sí, se comunican de pueblo a pueblo por miedio de tambores y flautas, ofrecen hospitalidad y contacto sexual, rinden culto a sus antepasados y a su jefe supremo, y tienen una compleja estructura de creencias religiosas que incluye el canibalismo y la práctica de sacrificios humanos.

Las tribus del Amazonas son las menos organizadas y las que más se acercan a la naturaleza tropical en sus formas de vida. Viven prácticamente desnudos, y se sienten emocionalmente más cercanos a los pájaros, a los monos, a los tapires, a los jaguares y a las serpientes que a las tribus vecinas. Tienen algunos campos toscamente cultivados, en los que las mujeres hacen el trabajo de la tierra en la mayoría de las tribus, excepto en aquellas dirigidas por mujeres amazonas, en las que lo realizan los hombres. Cazan y pescan mucho; desconfían de los forasteros, aunque no necesariamente con hostilidad; están comprometidos en el culto de los antepasados y en el canibalismo. Casi no tienen idea de la geografía que rodea sus poblaciones, aunque algunos de ellos oyeron algo muy vago sobre una "tierra sin muerte" en dirección al Este, que es hacia donde fluye el Amazonas, madre de las aguas.

Con sobriedad y pesar, el médico novelista exiliado muestra los encuentros básicamente violentos y de mutua incomprensión de las tres culturas. Cuando el abogado granadino y gobernador del imperio Jiménez de Quesada llega a Cundinamarca, las autoridades incas ya habían entregado grandes cantidades de plata y oro. Quesada quiere saber qué significa la enorme concentración de prisioneros encadenados en la plaza de la ciudad. Zippa, sacerdote gobernador inca, explica que están disponibles para ser comidos. Los soldados ríen ante la idea del canibalismo y Quesa da trata de ocultar su disgusto. Zippa pregunta por los caballos, ante los cuales se inclina como dioses extraños, y por cómo se hace para encantar las armas, en respuesta a lo cual se le ofrece una incruenta salva. Un cura católico se adelanta para invitar a Zippa a aceptar el cristianismo, pero el viejo caballero siente que no puede abandonar a sus ancestros. Unas horas más tarde, cuando algunos soldados borrachos entran en las casas indias buscando oro y mujeres, se produce una matanza general que ni Quesada ni Zippa pueden controlar.

En otro capítulo, el capitán alemán Nicolás Federmann dirige una expedición combinada de conversión y búsqueda de oro a través de las praderas ocupadas por tribus de pigmeos. En cada parada, el cura anatematiza los ritos paganos y busca agua para hacer una rápida conversión masiva. La tropa se muestra desdeñosa por la desnudez y el canibalismo, frustrada por los diversos lenguajes y un poco enloquecida por las igualmente incomprensibles señales de los tambores. Federmann insiste en que las relaciones amistosas son el único camino para encontrar el país del oro. Un jefe amistoso les explica por qué la tribu considera que la palmera es dios. El árbol provee de fruta, de savia para la cerveza, de material para construir las chozas, las canoas y las hamacas, de fibras para sus escasas ropas. Los hombres blancos son invitados a presenciar un festival de la muerte. Los hombres de la tribu desentierran el cadáver de un viejo jefe enterrado hace 15 años. Mientras bailan, queman el cadáver, mezclan algunos de los huesos con savia de palmera y beben esa poción con la que honran a sus ancestros. Los soldados europeos quieren matar a los participantes, el cura está histérico por la conducta de sus recientes conversos, pero Federmann mantiene firmemente la paz. Además del conflicto cultural, el novelista está fascinado por el papel de la Iglesia. En el período en que escribía estaba fuertemente atraído por el catolicismo, pero no totalmente convencido de su validez universal. Los capítulos dedicados a las reducciones jesuíticas en Paraguay se refieren a esas colonias como un noble pero inevitable esfuerzo fracasado en el intento de crear una utopía cristiana en la Tierra. Los padres jesuitas tienen que pelear constantemente, tanto conta la cúpula de los tratantes de esclavos portugueses como contra el obstinado paganismo de sus propios conversos guaraníes. A nivel del mundo, la lealtad de los indios depende del punto hasta el cual los jesuitas pueden protegerlos de los paulistas. A nivel religioso, según el punto de vista de Döblin, los jesuitas se equivocan cuando esperan proveer a sus infantiles súbditos con una utopía terrenal antes que con una vida de sufrimiento cristiano. Al mismo tiempo, algunos de los padres son seducidos por la lujuria sensual del trópico.

Fue en virtud de la gran amplitud de los intereses de Döblin que deliberadamente llamé a este ensayo otro y no el otro Alfred Döblin. Amazonas, en especial, debe su riqueza a la combinación de los siguientes factores: la fascinación de un médico por el trópico, fascinación tanto biológica como botánica; la fascinación de un escritor creativo producida por las muy diferentes culturas y religiones; la experiencia de un exiliado respecto al conflicto cultural, a la persecución religiosa, a la emigración forzosa y a la casi pobreza, y el esfuerzo de un ser humano profundamente religioso por descubrir en sus propios términos qué es lo que pertenece a la naturaleza, qué al César, qué a la Iglesia y qué a Dios (dejando aparte tanto al César como a la Iglesia).

Traducción: Rosa Premat.

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