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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa tal como es

EL CONSEJO Europeo de Copenhague no ha llegado a un acuerdo. Los problemas económicos y presupuestarios, decisivos para la existencia y el funcionamiento de la Comunidad, no han sido resueltos.¿Qué estaba sobre el tapete en Copenhague? Se trataba, grosso modo, de traducir en números el proyecto ambicioso del Acta única. Ésta, modificando lo que ha sido hasta ahora la CEE, fija el objetivo de un mercado único en 1992 y, a la vez, de una Europa basada en la cohesión; es decir, "en un desarrollo armonioso", procurando en particular "reducir las diferencias entre las diversas regiones y el retraso de las regiones menos favorecidas". Aceptar estos principios no fue fácil. El problema de fondo es que, hasta ahora, la mayor parte del presupuesto de la CE se invierte en beneficio de la agricultura de los países más ricos, lo cual da lugar a unos sobrantes enormes cuyo almacenamiento se convierte en gravísimo y costoso problema. El Acta única y el sentido común exigen una reforma radical de ese presupuesto.

El Consejo Europeo de Copenhague ha abordado la reforma de los gastos agrícolas y, a la vez, el aumento de los recursos de la Comunidad y una elevación de los llamados fondos estructurales; es decir, los destinados a materializar la cohesión, o sea, la reducción de las diferencias entre las zonas más y menos desarrolladas. Estos diversos temas están estrechamente entroncados por su misma naturaleza, y sobre todo porque la CE no parte de cero: hay toda una práctica presupuestaria anterior al Acta única y contraria a algunos de sus contenidos esenciales, que no se puede modificar de golpe.

Contrariamente a otras reuniones, no parece que en ésta se pueda individualizar un culpable del fracaso. Margaret Thatcher, especialista en imposibilitar el consenso con su intransigencia y estrecho egoísmo británico, estuvo más flexible. Con acierto dijo el jefe del Gobierno español, Felipe González, que en la reunión "no hay voluntad política". Es, sin duda, el problema de fondo. Las cosas no marchan, no sólo por dificultades técnicas, sino por carencia de esa voluntad política sin la cual es evidente que un proyecto tan innovador como una Europa cohesionada no puede dejar de atrancarse.

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El papel de España en la reunión ha sido claramente positivo. El rechazo de proyectos que, de hecho, dejarían las cosas como están, sin dar entrada a lo nuevo que el Acta única aporta, no ha sido exclusivamente española. No hemos estados aislados. Tampoco se ha caracterizado la posición española por una utilización instrumental de la contradicción entre países mediterráneos y países ricos del Norte. Las actitudes no se han decantado exclusivamente por esa línea. Sin embargo, es evidente que el peso hoy de los países del Sur es mayor y que resulta más difícil ignorar sus intereses.

Esta es la Europa real. La que existe, distinta de muchas ilusiones; pero que responde, con todos sus defectos, a una necesidad histórica insoslayable para España y para los otros pueblos que participan en su construcción. A través de tropiezos y desacuerdos se enfrentan no sólo los intereses nacionales, sino concepciones distintas, unas más modernas, otras atadas a la estructura que ha prevalecido hasta ahora, definida por muchos como "Europa de los mercaderes". No es fácil que se puedan hacer progresos en la actual coyuntura. Pero en la cumbre prevista para febrero la presión será mayor para que se tomen decisiones.

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