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Tribuna:CRÍTICA Y POLÍTICA TEATRAL / 1
Tribuna
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Enemigos del teatro

En todos los oficios relacionados con la creación artística se considera de mal gusto que el artista responda a las críticas adversas que desde los papeles públicos se le hacen. El artista siente una especie de pudor ante el hecho de coger el bolígrafo y defender su trabajo y se encierra en un mutismo elegante que, por lo general, es la salida más airosa ante los rigores de la opinión del crítico. Y eso es bueno. Pero el problema se presenta cuando, amparado por la falta de respuesta, el crítico empieza a transgredir las leyes éticas de su oficio y, saltando de la ironía al sarcasmo, de la dureza a la injusticia, de la brillantez a la trivialidad, entra en un terreno en el que parece que todo, esté permitido, puesto que nadie dice lo contrario.Es obvio que la opinión del crítico es una opinión subjetiva, pero también debiera ser obvio que el afán del crítico fuese la búsqueda de la máxima objetividad posible.

Sin rigor

No creemos que los artistas y creadores debamos soportar por más tiempo las contradicciones, ambigüedades, deformaciones y errores que se publican a menudo a costa de nuestro trabajo, para mayor relumbre de quien las escribe. Algunos críticos han pasado con mucho esta frontera y su labor dista años luz de la modesta y rigurosa labor de explicación de un fenómeno artístico y social y de valoración y ubicación de un artista en su contexto, facilitándole al futuro espectador unos datos y unas claves tan claros y precisos como sea posible, para una mejor comprensión del espectáculo. No. La mal llamada crítica se reduce en muchos casos a unas crónicas frívolas -a veces mal intencionadas- cuyo único horizonte es el propio crítico, el cual, sin ningún recato, se convierte en el protagonista de su escrito y su gusto más superficial se deriva en ley contra la que nadie puede protestar, so pena de ser considerado petulante. Creemos que eso no puede seguir así. Una crítica mal hecha, gratuita, desinformada, tendenciosa, personalista, revanchista, desde el momento en que ve la luz pública en las páginas de cualquier publicación constituye un elemento gravemente perturbador de la comunicación del artista con el público, genera un estado de opinión desfavorable hacia un espectáculo, desmoraliza a sus creadores, retrae a las instituciones ante las ayudas que se hayan solicitado, ahuyenta a un público ya de por sí asustadizo y cansado; en definitiva, puede hacer abortar proyectos de futuro, y esto ha pasado ya demasiadas veces.

Un buen crítico -un buen maestro- no debe vender opiniones caprichosas; su difícil labor consiste en dar elementos suficientes para que cada espectador pueda formar su propia opinión de un espectáculo. Es responsabilidad suya informarse de los puntos de partida del artista y aclarar los horizontes a los que el creador se proponía llegar. Debe saber valorar las dificultades con las que un proyecto se tropieza en el momento histórico en que se plantea y debe señalar los errores en que se haya incurrido.

Montar un espectáculo es una labor durísima, requiere mucho tiempo y mucha energía... y mucho dinero; cargárselo es sumamente fácil: en 20 minutos de redacción se pueden echar por los suelos los proyectos más costosos, centenares de horas de ensayo..,

El crítico debe ser consciente de este tremendo desequilibrio entre su labor y la del artista; debe acercar el hecho teatral al espectador desde su privilegiada butaca. Y debe hacerlo con el máximo respeto si no quiere convertirse en enemigo del teatro a base de abusar de una situación demasiado cómoda. ¿Acaso hay que volver a recordar que el teatro sin los profesionales de la crítica seguiría siendo el mismo, mientras que la crítica sin actores, ni directores, ni trabajadores del teatro se queda suspendida en la pura nada?

Para ejercer de crítico hay que saber medir muy bien; hay que comprender muy bien lo que el artista se propone. Un artista debe ser medido según su propio lenguaje. No es lícito enjuiciar a alguien partiendo de otras claves que no son suyas. Es claro que no puede hablarse de un espectáculo de music hall aplicándole medidas operísticas, ni viceversa. El resultado será una crítica mala, no para el sujeto criticado, sino para el crítico, que incurre en la tremenda responsabilidad de cortar la comunicación de un artista con el público, y todo por su torpeza.

Nadie se encarga de criticar al crítico, y demasiadas veces la dirección de un periódico se limita a buscar la firma de un apellido sonoro sin preocuparse más por la calidad de sus contribuciones. Así es como en periódicos serios en casi todas sus secciones el apartado de la crítica teatral se ejerce a un nivel muy bajo.

Como modestos empujadores del carro del teatro en estos últimos años, nos vemos en la obligación de denunciar la trayectoria de unos críticos que, a nuestro entender, no han sabido convertirse en rueda de transmisión entre el escenario y la platea, sino todo lo contrario. Han sido y son impunemente elementos que muchas veces han alejado -mediante críticas mal planteadas- al público de la escena; han hundido proyectos interesantísimos a base de enfatizar únicamente los aspectos más débiles de un espectáculo, silenciando los aspectos positivos, a veces con una mezquindad incomprensible. Han ensalzado con aires ditirámbicos espectáculos puntuales (la mayoría de ellos extranjeros) para derrumar, mediante otras, creaciones de igual calidad.

Falta de solidaridad

En los años que llevamos en la profesión hemos visto cómo el teatro catalán renacía a base de esfuerzos tremendos por parte de actores, directores, compañías y profesionales del espectáculo. Y es triste comprobar que toda esta labor se ha desarrollado, salvo algunas excepciones, pese a la crítica, contra una crítica más dispuesta al derribo -incluso a veces al insulto- que a la construcción. No vamos a caer en la tentación de los ejemplos; hay tantos que podríamos rellenar un libro entero, pero sí vamos a reclamar de las direcciones de los periódicos y publicaciones en general una mayor seriedad en el tratamiento del hecho teatral; de los organismos públicos, un debate serio sobre el tema de la crítica; de los compañeros de oficio, una pérdida de pudor ante la trivialidad con la que en muchos casos se escribe acerca de los espectáculos; y del público en general nos atrevemos a reclamar mas confianza en la labor del artista y en su propia opinión acerca de ello, que no en la cada vez más personalizada e insustancial crítica.

No queremos olvidar tampoco el hecho triste pero cierto de la falta de solidaridad del artista para con sus compañeros de profesión. Esta falta de solidaridad que se puede observar en el hecho de que en nuestra profesión teatral el fracaso de crítica de un espectáculo es recibido muchas veces con alivio por parte de profesionales que ven en su compañero a su competidor. Este lamentable punto de vista es una de las razones más profundas que deberían solventarse si se desea llega a disponer de una crítica justa y solvente, fiable; en una palabra: profesional.

Son todavía pocos los actores, directores, escenografías, etcétera que se indignan a la vista de una reseña mal planteada de un espectáculo ajeno; abunda la creencia de que "si a los demás les va mal, mejor. Más posibilidades tengo yo de destacar". Una visión más solidaria de la gente del teatro acerca de los éxitos y fracasos de su propia profesión constituiría una de las defensas más elocuentes ante las desautorizaciones y arbitrariedades de los críticos. Es evidente que el éxito de un espectáculo redunda en beneficio de todo el mundo teatral -público y crítica incluidos-, y no deja de ser sorprendente la satisfacción de muchos actores ante la crueldad con la que se zahiere a un colega.

El mal crítico y el mal actor tienen una cosa en común: el resentimiento. Ambos han olvidado, o no han sabido jamás, que su arte trasciende con mucho las pequeñas camarillas y cenáculos.

Mientras el oficio de actor se mueva en las resbaladizas pendientes de la competencia personal más miope, los horizontes se mantendrán cerrados y cualquier persona que le venga en gana autotitularse crítico de teatro podrá seguir dando sus palos de ciego con el regocijo de unos cuantos y la impotencia de los afectados. En definitiva, un triste panorama.

Los grupos Els Joglars Comediants y Dagoll Dagom, Tricicle, el actor Pepe Rubianes y los teatros Condal (Mario Gas) Villaroel y Victoria firman este artículo colectivamente.

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