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Tribuna
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Ha llegado una estrella

Hace 31 años, cuando el Ballet del Teatro Bolshoi de Moscú iniciaba en Londres su primera gran gira europea -cuyo mayor atractivo era la legendaria bailarina petersburguesa Galina Ulanova, símbolo del renacimiento de la escuela rusa después de la revolución y la guerra-, el público occidental descubrió a otra gran bailarina soviética, Maya Plisetskaya, a la que no ha dejado de adorar desde entonces. Plisetskaya fascinó por la brillantez de su gran salto y de su allegro, por el lirismo desmelenado de sus brazos, por su capacidad de dominar a la vez la expresión dramática y la técnica más deslumbradora.A su lado, las bailarínas francesas parecían más relamidas que nunca; las inglesas eran realmente monjas; las americanas, gimnastas. En 1961, tras una temporada con el Ballet de la ópera, París terminó de consagrarla, no sólo como estrella de la danza, sino como estrella a secas.

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Los grandes papeles

Maya Mijailovna Plisetskaya había nacido en 1925, en una fámilia de artistas y bailarines muy ligada al Gran Teatro de Moscú (es sobrina del ilustre pedagogo del Bolshoi Asaf Messerer). Se graduó en plena guerra mundial (1943), ingresó como solista en la compañía y fue primera bailarina desde 1945. En esos años y los siguientes bailó casi todos los grandes papeles del repertorio clásico (Kitri, Aurora, Myrtha, Masha, Odette-Odile) y del repertorio soviético (Zarema, de La fuente de Bajchisarai; Laurencia; Aegina, de Espartaco; la Flor de piedra; Romeo y Julieta), despertando siempre el mismo unánime entusiasmo, el mismo clamor admirativo.Plisetskaya representó el nuevo tipo de bailarina del Bolshoi -técnicamente fuerte, pero esbelta; imbuida del estilo clásico que hasta entonces había estado asociado casi exclusivamente a la Escuela del Kirov y con una personalidad dramática indiscutible- que marcó una época.

Durante los años sesenta, Maya Plisetskaya fue reclamada por los coreógrafos europeos: bailó con la compañía de Maurice Béjart (Bolero, Leda), con Roland Petit (La rosa enferma), y nunca disimuló su admiración por los coreógrafos innovadores como Alberto Alonso, que montó para ella su célebre Carmen.

Su relación con el director y principal coreógrafo del Bolshoi desde 1964, Yuri Grigorovitch, es desde hace tiempo tormentosa, y las broncas intemas de la compañía -aguzadas el pasado verano con la publicación del libro de Vadim Gayevski Divertissement, que, según se dice, fue inspirado por la hoy directora del Ballet del Teatro Lírico Nacional- convierten la historia reciente de nuestra compañía clásica en un juego de niños. En el fibro se reprocha a Grigorovitch su tradicionalismo desfasado, su cerrazón a las corrientes más renovadoras dentro del ballet y su autoritarismo como director, y se apela urgentemente a una perestroika para la danza. Lo cierto es que Grigorovitch -que proviene del Kirov- es un coreógrafo respetado en Occidente, que sacó al Bolshoi del marasmo en que se encontraba al comenzar la década de los sesenta, remozó los clásicos, creó las únicas coreograrfías,nuevas que han tenido cierto éxito (Espartaco, La edad de oro) y fue decisivo en cuanto a la renovación técnica de la compañía, que a pesar de las continuas inyecciones de maestros de Leningrado, como Ulanova, nunca acababa de estar a la altura de la verdadera cuna de la Escuela de Rusia que es el Kirov.

Parodia y éxito

Desde hace unos años, y debido a la incompatibilidad con Grigorovitch, Maya Plisetskaya realiza giras con un pequeño grupo del Bolshoi, con el que visitó España en 1983 y el pasado verano.La mala calidad de los montajes, que convertían aveces en parodias los ballets presentados, no impidió el éxito multitudinario y personal de Maya, que, aunque muy lejos ya de su mejor forma, consigue aún transmitir como un eco de su pasada magia escénica.

Plisetskaya ha hecho algunos intentos como coreógrafa (Ana Karenina, La gaviota, La dama del perrito), al parecer menos memorables que sus legendarias interpretaciones, y también es una. excelente actriz, como se pudo ver en la versión cinematográfica de Ana Karenina, que se distribuyó aquí a finales de los años sesenta y en que interpretaba admirablemente un papel secundario.

Su nombramiento como directora de nuestra compañía nacional ha despertado no sólo el interés entre los aficionados, sino una inusitada expectación entre un público mucho más vasto, que ha entendido la trascendencia del momento.

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