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Tribuna
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Apariencia y realidad de la política italiana

Dónde está la apariencia y dónde la realidad en la política italiana. En la primavera, el Gobierno italiano formado por los cinco partidos (democristiano, socialista, socialdemocrático, liberal y republicano) cayó en crisis por la imposibilidad de ponerse de acuerdo sobre el referéndum popular contra las centrales nucleares -apoyado desde fuera del Gobierno por los socialistas y por el resto de la oposición de izquierdas- Éste tendrá lugar el próximo 8 de noviembre y los cinco partidos ya han puesto mucha agua en su vino: no será un enfrentamiento histórico. Todos aquellos encendidos noes que acabaron prematuramente con la legislatura se han disuelto o se han transformado, como se dice en Italia -ni sí ni no, sino en ni- Por ello no habrá ni vencedores ni vencidos, y en cualquier sentido que voten los ciudadanos el Gobierno podrá decir: "¡Ah, muy bien! También nosotros éramos de esa opinión".Los equilibrios de poder, en particular entre la democracia cristiana y el Partido Socialista Italiano, tienen hoy mayor importancia que los problemas sobre los que se gobierna. El incremento electoral socialista (en tanto por ciento relativo) en relación con el descenso de los democristianos ha dejado a Bettino Craxi una gran libertad de movimientos frente al Gobierno desde su puesto actual en la sede del partido, donde ha vuelto tras su cese. Pero lo mismo hace el secretario de la Democracia Cristiana (DC), De Mita, para el que tenemos un Gobierno con democristianos y socialistas que es, sin embargo, bombardeado desde los dos partidos. Esto ha sucedido con la expedición italiana al golfo Pérsico, por la que el secretario general de la DC se declara públicamente "preocupado", y lo mismo está sucediendo con la instrucción religiosa en la enseñanza, asunto en el que Craxi ha dado cautamente una mano a la Iglesia.

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Pero veamos este complicado problema. Desde la unificación en 1870 de Italia no tuvo ésta relaciones con la Iglesia hasta 1929, cuando Mussolini firmó el concordato. Por éste se restablecieron las relaciones diplomáticas, se declaraba al catolicismo religión del Estado, se reconocía a la Iglesia la facultad de celebrar matrimonios en la que el sacerdote asumía el carácter de funcionario del registro civil, privilegiaba a las asociaciones católicas con financiación, exenciones fiscales y derechos específicos.

Tras la liberación, este problema fue examinado por la Asamblea constituyente, en la que el partido comunista se unió a la posición de los democristianos y de la derecha (salvo los liberales). Según Togliatti, abrir una "guerra de religión" hubiera sido una desgracia y un olvido de los verdaderos intereses que las masas, católicas o no católicas, tenían en común.

La Italia republicana vivió, pues, como un país católico hasta 1984, cuando el concordato fue retocado sólo ligeramente por un Gobierno de dirección socialista en una dirección un poco menos confesional. Hubo escándalo, pero no excesivo: la progresiva laicización de las costumbres había hecho en la práctica perder peso al concordato. Además, la Constitución garantizaba libertades contra las que nadie podía imponerse. Quedaba un punto doloroso: la escuela.

El problema de fondo era que el Ministerio de Instrucción Pública había sido durante décadas un feudo democristiano, incluso cuando por breves períodos lo había dirigido un independiente: los subsecretarios y los directores generales administran de hecho, desde las filas de la DC, el enorme aparato de los nombramientos, de los concursos y de los fondos asignados a toda la instrucción pública, desde las escuelas de párvulos a la Universidad. Tan sólo en esta legislatura se está discutiendo la separación de la Universidad y la investigación en un ministerio aparte, confiado a un independiente.

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Pero el resto de la educación sigue dependiendo del Ministerio de Instrucción Pública. En los programas de todas estas escuelas, que abarcan desde los tres hasta los 18 años, aparece la obligación formal de la enseñanza de la religión.

Los alumnos podían ser exceptuados de la clase de religión "a petición de la familia" en razón de las creencias de la misma: hebreos, protestantes, budistas o ateos. Esta excepción aislaba al niño cuyos padres la pedían.

Y hete aquí que en 1985 (bajo la presidencia de Craxi) una ministra democristiana belicosa, la señora Franca Falcucci, decide poner orden en este asunto. El nuevo concordato del año anterior no había tocado este punto más que de refilón, diciendo que "el Estado italiano está obligado a la enseñanza de la religión católica", pero que es "facultativo" para el alumno seguirla o no. ¿Y qué es lo que exige de acuerdo con la CEI -la Conferencia Episcopal Italiana- esta tenaz señora? Que la enseñanza se haga con seriedad y que todos aquellos que deseen seguirla lo declaren antes del fin del curso precedente, a fin de prepararse en las diócesis, con cursos de puesta al día, los que tendrán que encargarse de las clases en cuestión.

De este modo, lo que en la práctica había sido algo que se arreglaba sencillamente entre los padres y los directores de los establecimientos, se transformaba en un verdadero censo que produciría problemas psicológicos entre los alumnos, en particular entre los más pequeños. Además, ¿qué iban a hacer durante esta hora aquellos que no querían seguir los cursos? ¿Pasearse por los corredores? ¿Se debía dar una alternativa, una clase de educación cívica? En este caso, serían los otros los discriminados.

El año pasado se encendió la disputa. Los partidarios de la clase de religión fueron mayoritarios, aunque esta mayoría fue impugnada por los laicos con un argumento: "Nadie quiere dejar a su hijo en la calle. Por esto no es una elección libre". Y ahora, de pronto, cuando el Parlamento debía discutirla, una nota de la Santa Sede enconaba el problema en el estilo de Wojtyla. La nota sugería al Estado italiano que, como la República se había obligado a la enseñanza de la religión católica, el seguir esta enseñanza "no debe ser correctamente calificado de facultativa (sic)". Esto indujo a la mayoría parlamentaria a interrumpir la discusión, aplazándola para el 9 de octubre, ya que se trataba de una relación entre Estados.

Nueva polémica

La polémica se ha encendido de nuevo. Precisamente el filósofo socialista Norberto Bobbio calificaba de capciosa la comunicación vaticana: si en Italia hay libertad de conciencia, el concordato puede hacer que el Gobierno asegure la enseñanza de la religión católica, pero no puede obligar a nadie a recibirla. Por ello, la libertad de conciencia exige que un niño pueda no seguirla, colocando la hora de religión como primera o última de la mañana, de modo que el alumno no quede en el vacío. En este sentido parecía que iba a responder el Gobierno cuando, cual rayo en un cielo sereno, desde el partido socialista, Bettino Craxi publicaba un comunicado en el que, tras unas premisas muy constitucionales, decía que "la enseñanza religiosa no debe ser discriminada y debe estar colocada en el horario con las demás asignaturas a fin de no originar una función tan sólo aparente"... Júbilo de los obispos y del Osservatore Romano. Craxi ha sobrepasado al presidente democristiano Goria -precisamente cuando éste debía reunirse con su homólogo en la Santa Sede, monseñor Casaroli- ofreciendo a ésta todo lo que podía desear.La confusión y el descontento son muy grandes, porque a nadie se le pasa por la cabeza que Bettino Craxi haya sido fulminado en el camino de Damasco. Es un juego a ver quién tiene más poder en el Estado italiano, más iniciativa o en dirección a Estados Unidos (envío de los buques de guerra al golfo Pérsico) o en dirección al Vaticano. El verdadero blanco de Craxi es el secretario de la DC, Ciriaco de Mita, el hombre fuerte de la Democracia Cristiana, al que se trata de desestabilizar por cualquier medio.

Y puede ser una táctica victoriosa. Pero queda el hecho de que mientras esperan reducir el peso político del partido de los católicos hay marineros italianos embarcados en una aventura peligrosa y estúpida en el enfrentamiento entre Irak, Irán y Estados Unidos, y que los estudiantes italianos es posible que hagan una hora de religión facultativamente desde el punto de vista jurídico y obligatoriamente desde el punto de vista práctico. Y esto sin contar que esta concesión a un desvarío de la Iglesia, como lo es la nota del 27 de septiembre, inducirá a Juan Pablo II a seguir adelante.

Es un pontífice que no ha digerido nunca ni el divorcio ni el aborto y se prepara al contraataque contra los dos -en especial contra el segundo- La enseñanza religiosa puede ser un peligroso precedente sobre hasta qué punto pueden llegar las concesiones del Estado italiano a una Iglesia que ha tenido demasiado peso y ocupado demasiado terreno en la historia.

Traducción: Javier Mateos.

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