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Crítica:CABARÉ
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Euskadi cañí

"Eres niño y mujer, juglar de bodegón, princesa y maricón". Así, con tan admirable honestidad, se define a sí misma la Otxoa, un transformista vasco que debuta en Madrid precedido de gran popularidad en Euskadi. El espectáculo huele a sacristía por doquier, porque la Otxoa utiliza la mística como música de fondo de sus exabruptos. Su espectáculo es un ejercicio de devoción, devoción a la lujuria, al despendole y a la sal gorda. Un ser anfibio reparte a la entrada estampitas con la imagen de santa Otxoa y jaculatorias mostrencas. Durante toda la representación hay en el escenario un altarcillo con santa Marilyn Monroe rodeada de cirios. El pianista sale al estrado con alas de querubín. Y en el momento culminante de la celebración, la Otxoa se parapeta en una especie de hornacina y obliga a ponerse en pie para entonar el himno a santa Otxoa, en el que se implora "protección para las mariquitas; abajo los chulos y viva el amor".La Otxoa es una santa cimarrona, asilvestrada, noctambularia, esperpéntica, fanfarrona y abertzale. Cuando era más joven fue futbolista en Bilbao, y de esa época le ha quedado una emocionante veneración por las pelotas y alguna que otra disfunción, ya que afirma que se está hormonando, "pero en vez de crecerme las tetas, me crecen las pelotas". Como todas las folclóricas y no pocas bienaventuradas, gusta de ser aclamada por los fieles. Ella incita al respetable a que le llamen de todo, pero cuando más se enternece y ruboriza es cuando el público, a grito limpio, le llama cabrona. Para agradecer la galantería, Otxoa se ofrece a obsequiar a un espectador con el 74, que no es otra cosa que el 69 con IVA incluido.

Sexual y autoritaria

Intérprete, Otxoa; piano, Miguel Tubía; arreglos musicales, Agustín Fierro; coreografía, Begoña Crego. Café de Maravillas, Madrid. Desde el 22 de septiembre.

Ya metida en harina, tiene la valentía de desvelar algunos detalles de su vida: tiene piedras en el riñón por acostarse con albañiles, razón por la cual anda a la caza de un joyero; aconseja no encapricharse con productores de cine, porque "en cuanto te ven encinta, allá películas"; hace un entusiasta elogio de los cereales, y anima a sus fieles a que se alimenten de pajas, al tiempo que reparte por la sala pajitas que lleva en un carcaj suspendido de una teta; declara su devoción por Pasionaria y Agustina de Aragón... Todo ello con un desparpajo y una retórica montaraz que sólo es tolerada a los bienaventurados y a las víboras.

La verdad es que no canta bien, sino todo lo contrario. La verdad es que no es fina, sino todo lo contrario. La verdad es que la lujuria por ella pregonada no provoca tentaciones carnales, sino carcajadas. La verdad es que en su espectáculo se da una visión tópica y estereotipada de las mariquitas. La verdad es que los números musicales son flojitos. La verdad es que sobran las ikurriñas que ha colocado por toda la sala. Pero es una santa, y con eso tiene bastante.

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