¿'Delenda est' Documenta?
¿Delenda est Documenta? La recién concluida octava edición de la Documenta de Kassel, sin duda la muestra artística internacional de más prestigio intelectual durante los últimos 30 años, parece haber perdido hasta la capacidad de sorprender por la espectacularidad de sus montajes. Desde que tuvo lugar la primera, en 1955, la Documenta ha servido de punto de referencia sancionador para la legitimación crítica de las sucesivas vanguardias artísticas, tarea que cumplía a la perfección por sus especiales características de independencia, perspectiva temporal holgada y, en fin, infraestructura material en cuanto a espacio y medios difícilmente superable.Ninguna de estas envidiables condiciones ha faltado en esta ocasión y, sin embargo, ya se puede afirmar que la octava Documenta pasará sin pena ni gloria, como una muestra más entre las muchas que sobre la actualidad artística internacional se han organizado en 1987. La mayoría de las críticas aparecidas en medios especializados coincide en esta apreciación, más que propiamente negativa, desencantada, reflejándose en ella melancólicamente el posible fin de una iniciativa que ha perdido su razón de ser. Y es que, al margen de que la octava Documenta carezca por sí misma de cualquier poder de persuasión, porque lo que trata de decir no tiene hoy demasiado interés y, sobre todo, porque lo dice mal, se ha quebrado su operatividad como cauce normativo de difusión y crítica de la actualidad artística más innovadora y polémica.
¿Qué ha ocurrido? En primer lugar, la crisis del concepto de vanguardia como sucesión lineal de movimientos y tendencias, pero también, en no poca medida, la progresiva aceptación social del arte más renovador, lo que está haciendo cambiar profundamente las estrategias tradicionales de promoción. Algo de todo esto pareció barruntar Rudi Fuchs, el responsable de la edición de 1982, al sustituir el habitual planteamiento ideológico de la Documenta, basado en una presentación de contenidos, por una espectacular escenografía operística en la que se cuidaba teatralmente de fascinar al espectador con efectismos muy calculados. Renunciando incluso a dar un título monográfico a la exposición, Fuchs utilizó las obras más dispares dentro de un esquema enfáticamente subjetivo, con la intención de crear una atmósfera de encantamiento romántico, en la que el visitante volviera a recobrar la actitud reverencial por la dimensión mítica de lo artístico.
Acaloradas polémicas
Con un planteamiento así, independientemente de las acaloradas polémicas que suscitó, nadie se preocupó de analizar quiénes faltaban o la oportunidad de los entonces seleccionados. Se acusó a Fuchs de oportunismo, arbitrariedad e incluso de ambigüedad política, pero no de falta de talento, de habilidad, de poder de sugestión y, desde luego, en absoluto de ausencia de arrojo.A la vista de la que ahora nos presentó Manfred Schneckenburger, que ha logrado un rechazo unánime pero sin que nadie se sienta ofendido, se puede afirmar que definitivamente con Rudi Fuchs se acabó el escándalo. ¿Puede, empero, permitirse semejante lujo una Documenta?
¿Puede una Documenta simplemente aburrir? Apartarse de las figuras y corrientes más de moda estos últimos años, contaminadas por espurios intereses comerciales, volver a centrar al arte dentro de las preocupaciones sociales, dar cabida a todos los nuevos medios de acción y expresión artísticos y, en fin, interrelacionar al máximo el contacto entre los mismos, algunos de los objetivos programáticos confesados por un Schneckenburger tan Heno de viejos tics del más rancio vanguardismo de la pasada década como de mala conciencia e inseguridad por seguir teniéndolos. De esta manera, no hay que extrañarse que el resultado sea confuso, vacilante, mistificador y, lo que es más grave, completamente irrelevante.
La sensación de error inútil acompañaba todo el recorrido. La escasa representación pictórica, quizá como reacción frente al exceso de la misma en la anterior Documenta, no sólo ha carecido de hilazón, sino que ha dado la sensación de estar voluntariamente desnaturalizada. Junto a algunos nombres mayores -Kiefer, Richter, Robert Morris, FischI, Golub, Koniar y Melamid...-, otros verdaderamente irrelevantes, pero todos ellos seleccionados por sus contenidos figurativos de sátira y denuncia. Con la escultura, que aparece con una presencia en este caso comparativamente privilegiada, el problema se ha agravado más, pues nunca había tenido la oportunidad de ver tantos buenos escultores desaprovechados, desde Mucha a Hamilton Finley o Richard Serra. Las también abundantísimas instalaciones y vídeos han sido de una vulgaridad atroz por su efectismo primario, llegando a la caricatura kitsch en algunos casos, como el cursi porno de Mari-Jo Lafontaine o el sentimentalismo mitificador de Nam June Paik, que exalta a Beuys con unos efectismos barrocos totalmente antibeuysianos. De una u otra manera, el espectro, que no el espíritu, de Beuys ha estado obsesivamente presente por toda esta Documenta, en la que, sin embargo, no ha habido manera de encontrarle un sitio, quedando desangeladamente aislado en el espectacular montaje de su pieza Blitzschlag, tratado como un monstruo sagrado de ultratumba.
Ideología gastada
¿Y qué decir de la interpretación del viejo tópico romántico de la interrelación entre las artes, que induce aquí a los escultores a hacer mala arquitectura, a los arquitectos mala escultura y a los diseñadores lo que les viene en gana? En definitiva, demasiada ideología gastada, cuya torpe cosmética sólo logra acentuar lo patético de una senilidad no asumida. El esfuerzo de sintetizar una impresión todavía reciente y referida a algo muy complejo me está haciendo caer en la caricatura. No quisiera, empero, que este diagnóstico sobre la pasada Documenta indujese a falsas conclusiones, como la de suponer que no ha habido nada en ella que no merezca interés. Ha habido muchos artistas y piezas de calidad excelsa, entre los que, dicho sea de paso, los representantes de nuestro país -la escultora Susana Solano, el pintor Ferran García-Sevilla, el diseñador Mariscal y el arquitecto Óscar Tusquets- no han desmerecido. Lo que ha fallado, por tanto, es el planteamiento y, sobre todo, la viabilidad del proyecto mismo de la Documenta, que parece no poder soportar el fenómeno de la crisis de la vanguardia como una sucesión lineal de movimientos, que es, al fin y al cabo, para lo que fue diseñada.Ante el dilema de renovarse o morir, el arte parece estar dotado del raro privilegio, enunciado desde Hegel, de sobrevivirse, incluso cuando conceptualmente todo indica que está muerto. Desde esta perspectiva, la duración de la Documenta quizá no se halle realmente comprometida, pero comprobar que simplemente dura lo que fue vida inspirada y ejemplo universal no deja de producir melancolía. ¿Delenda est Documenta? No sé, aunque tengo la sospecha de que ya no volverá a ser llamada por nadie "el Luna Park de la modernidad", como en otras épocas más gloriosas se le ocurrió decir a Corrado Maltese.
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