Roszak: "La tecnocracia resultó y ser más fuerte de lo que imaginé"
El autor de 'El nacimiento de una contracultura' acudió a la Universidad de Verano de Gandía
Es posible que, de haber tenido dotes de profeta, Theodore Roszak no hubiese titulado El nacimiento de una contracultura el libro que hace 20 años reunió bajo un mismo color a diversos fenómenos sociales en apariencia dispersos: el pacifismo anti-Vietnam, una primera conciencia ecológica, los intentos de experimentar la realidad de otra forma..., porque apenas quedan rastros de todo aquello. Visto con cierta perspectiva, no fue tanto un comienzo como un tiempo con principio y fin, aislado en la historia de Estados Unidos. "La tecnocracia resultó ser mucho más fuerte de lo que yo nunca imaginé", dice Roszak, que ha participado en los debates sobre el futuro en la Universidad de Verano de Gandía, Valencia.
The making of a counter culture tuvo una resonancia internacional cuando fue publicado en 1968 y traducido a 12 idiomas. En España, las varias ediciones de la editorial Kairós convirtieron el libro, a partir de 1970, en un infrecuente éxito de ventas entre los universitarios. Con un lenguaje ágil, una evidente capacidad de perspectiva sobre movimientos que aún eran material periodístico y, sobre todo, una admirable incapacidad para el pacto con el sistema, cuyos mecanismos desmenuzaba con pericia, Roszak logró conectar con toda una generación y ser recordado. Recordado, citado y preguntado sobre el libro tantas veces que hace unos años se decidió a escribir otra obra, Persona / Planeta (Kairós), para contestar de una vez por todas a la muy frecuente pregunta de qué había quedado de la contracultura.
Lo primero que hace Roszak cuando le hablan de la contracultura es intentar saber qué entiende la otra persona por tal, pues a menudo se asocia la palabra sólo con los hippies, el movimiento pacifista o la marihuana. Profesor de Historia Contemporánea en la universidad estatal de California, en Berkeley, Roszak no pudo por menos que interesarse por lo que ocurría -porque ocurría algo distinto- en las universidades de Estados Unidos en los años sesenta.
Pronto comprendió, cuenta, que las principales ideas que manejaban los estudiantes ya se encontraban de alguna forma en el ambiente. Es sugerente en su libro el paralelo que traza, por ejemplo, con el movimiento romántico. Ahora bien, existía una incuestionable novedad en esa preocupación por el medio ambiente, el deseo de aprendizaje en lo primitivo, o la búsqueda a través de la droga, que no era un entretenimiento trivial, sino la voluntad de experimentar la realidad de otra forma. "Creían que estaban encontrando una nueva manera de aprehender el mundo", dice Theodore Roszak, que personalmente no es partidario de la droga por considerarla artificial.
Abordar la realidad
En apretada síntesis, en la contracultura concurren tres corrientes: primero, las preocupaciones políticas, ya conocidas en la historia, como la guerra de Vietnam o los derechos humanos; segundo, preocupaciones culturales novedosas, como las dudas, inéditas, sobre las bondades de la industrialización, algo que la izquierda tradicional no había cuestionado. "Marx nunca dudó que las ciudades fuesen algo bueno". Y tercero, la preocupación sobre si se podía cambiar la forma de abordar la realidad, lo que Roszak llama Ia calidad de la experiencia". "Fue un período único en la historia de Estados Unidos", dice Roszak. "Nada parecido se había producido antes ni se ha producido después". El movimiento tuvo su epicentro en las universidades de EE UU, y ese simple hecho es notable, explica, pues, al contrario de las europeas, las universidades norteamericanas no tienen una tradición política y son, por el contrario -lo volvieron a ser tras esa década-, sumamente conservadoras.
¿Por qué acabó ese movimiento que le sugirió a Roszak la palabra nacimiento para el título de su análisis? "Primero, el agotamiento. La gente se cansó. Esos estudiantes decidieron que querían terminar su educación, construir una familia -objetivos muy válidos-, y no hubo otra generación para el relevo. Y no la hubo porque ya no había una guerra contra la que protestar".
"En segundo lugar", añade Roszak en su lenguaje claro, "se habían conseguido algunos objetivos: el Watergate había demostrado que algunas protestas, como la desconfianza hacia el establishment, tenían fundamento. Y en tercer lugar, la reacción conservadora se organizó mucho mejor. No es casualidad que la carrera política de Reagan comenzara, para la elección a gobernador de California, con un programa centrado en la contracontracultura, en la promesa de domar a los estudiantes. En torno a él se formó la mayoría moral, de gran resonancia en grandes capas de la sociedad americana".
La impresión es que no queda nada de aquello: los hippies son reliquia, y Vietnam, historia. Mas quedan dos cosas, según Roszak: el ecologismo creció y hoy es un movimiento a considerar en EE UU. Y esa tendencia a la liberación, a mirar la vida de una forma elegida y no como nos han dicho, se ha plasmado en actitudes hoy familiares: el feminismo, el movimiento homosexual, las minorías étnicas, el movimiento grey (gris, en alusión al pelo de las personas mayores).
12 años tristes
Con la lucidez que reflejan sus libros, Roszak reconoce que esos éxitos de ecólogos o feministas son apenas visibles en el pantano de la homogeneización general. "Los años ochenta son un tiempo triste en la historia americana", dice cuando se le pregunta si hoy despunta en EE UU algún movimiento interesante. No se ha producido ninguna creatividad política, la economía ha sido ruda y, al igual que en los años veinte, el énfasis se pone en el lujo. "No, no veo ningún movimiento interesante. Los últimos 12 años han sido muy tristes. Uno espera que las cosas mejoren". En Gandía, una magnífica playa estropeada por un urbanismo silvestre, Roszak observa con curiosidad "cómo pasan los europeos sus vacaciones". Se ha llevado algunas sorpresas, como descubrir a Sylvester Stallone (Rambo, Rocky) en las carteleras de los cines más grandes y enterarse de que Dallas tiene una gran acogida en el país. "Yo pensé que eso sólo era posible en Estados Unidos. Como profesor, tiendo a creer que a la gente le gusta usar la cabeza".
Babelia
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