Una figura ejemplar de nuestras letras
El recientemente desaparecido Gerardo Diego es, de entre los grandes escritores que florecieron en España durante el primer tercio del presente siglo, uno los tres o cuatro que mayor influencia han ejercido, y siguen ejerciendo -aunque de esto último no parezcan ser conscientes muchos de sus deudores- en la evolución y la apreciación de nuestra poesía contemporánea. Y ello ha sucedido de una manera ejemplar, debido tanto a la generosidad con que este poeta ha leído y valorado la obra ajena como a la discreción de que ha hecho gala frente a la propia.La práctica totalidad de los poetas, críticos y lectores de las generaciones actualmente activas se han Iniciado al conocimiento de la poesía española de nuestro tiempo mediante la lectura de las dos grandes antologías en las que Gerardo dictaminó, con un criterio casi infalible, sobre los valores absolutos y relativos de los protagonistas de nuestra lírica, sin incurrir en la falsa modestia -puesto que la suya siempre lo fue de ley- de autoexcluirse, a lo que se decidió sin duda alguna, y venciendo a su natural timidez, en beneficio de la veracidad histórica y de la objetividad crítica. Y es que su obra poética es imprescindible en todo panorama sobre los inicios de nuestra contemporaneidad, pues en ella tienen parte la tradición de la que se nutre y el experimentalismo que la ha impulsado a partir de los todavía poco comprendidos tiempos de la vanguardia histórica.
Es la suya, en efecto, una obra que sintetiza la historia de nuestra mejor poesía, desde el romancero y la lección ejemplar sobre él (dictada por la lírica de Juan Ramón Jiménez hasta las vanguardias del primer cuarto del presente siglo, pasando por la lección léxica y musical del gongorismo. Todo lo cual es prueba de una ejemplaridad ética no demasiado frecuente entre los hombres de letras. O, si se prefiere, de una memoria histórica que pone en claro varios puntos artificialmente oscuros de nuestra más cercana crónica literaria. Me refiero ante todo a que Diego se singularizó desde el principio por no haber renegado de los estímulos que, para su imaginación y su acción poética, representaron el ultraísmo y el creacionismo, movimientos sin los cuales hubiera sido impensable la escritura del grupo del 27 y el lugar de excepción que se ha otorgado a sus miembros.
Poesía con espíritu
Mirando, además, al creacionismo de nuestro poeta, es de recibo aclarar que mientras la poesía vanguardista puede mostrar, con el paso del tiempo, una vigencia meramente coyuntural, debido al predominio de los valores polémicos y experimentales sobre los puramente estéticos, la gerardiana se ha mostrado inmune, de manera que juzgo definitiva, al desgaste producido por estas circunstancias.
¿A qué se debe ello? Sin duda alguna, y ateniéndonos a la terminología juanramoniana, a que la de Gerardo es una poesía "con espíritu", es decir, con valores sentimentales y metafísicos suficientes para quedar inscrita en la línea eternizadora a que se refería el moguereño. Recientemente he escri:to un estudio, que todavía se halla en prensa, sobre su admirable poema a Vicente Huidobro, en el que procuro demostrar que se trata de una composición en la que se manifiesta de manera clara, aunque hasta el presente inadvertida, no sólo la terminología del alquimismo cristiano, sino también el pensamiento de esta milenaria escuela esotérica, informadora de obras de tan perenne vigencia como el Fausto de Goethe.
Otras muchas son las remuneradoras sorpresas que nos reserva sin duda el cada vez más perentorio estudio de la obra ejemplar de Gerardo Diego. Y no sería la menos significativa de ellas la comprobación de la influencia que, a partir de los años setenta, viene ejerciendo en nuestra mejor poesía joven la libertad verbal y rítmica de sus versos, así como sus poliédricos y caleidoscópicos enfoques de la historia y de la actualidad de la cultura contemporánea, valores éstos que han permitido comparar a la casi desconcertante variedad de la obra gerardiana con la de la pintura de Picasso. El santanderino no es inferior en nada al malagueño, puesto que en la obra de ambos prima e impera la imaginación, pero una imaginación no gratuita, sino coherente y cargada de significado, como producto que es de un prodigioso equilibrio de la sensibilidad y el conocimiento.
Que la lección de Gerardo Diego, estímulo para quienes fuimos sus amigos y discípulos, lo sea también para cuantos siguen acercándose -y ojalá sean cada vez más- al universo de su poesía.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.