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FESTIVAL DE GRANADA

Un gran pianista para la 'suite' 'Iberia'

Otra vez el recuerdo a Rubinstein, y de nuevo unido a los pentagramas españoles que mejor quiso: la suite Iberia, de Isaac Albéniz. La interpretó de manera sensacional, el pasado jueves, uno de nuestros mejores pianistas: José María Pinzolas, residente en Hamburgo y presente en los principales centros musicales del mundo.Tenía Albéniz poco más de nueve años cuando vino a Granada, al filo de las fiestas del Corpus, en 1882. Vivió, como recuerda un azulejo de Fajalauza, en el recinto mismo de la Alhambra, en la casa lindante con la puerta del Vino. Cuánto símbolo en unos pocos metros cuadrados: Albéniz, altemando los jardines alhambristas y el barroco granadino; Claude Debussy componiendo su preludio La puerta del Vino a partir de una postal que le envió Falla, y, en fin, la elegía guitarrística de don Manuel al músico francés.

Tocó Albéniz, cuya fama en aquel momento era casi exclusivamente pianística, en la Casa de los Tiros y en la del conservador de la Alhambra, Rafael Contreras, por cuya hija, Lina, sintió, según Seco de Lucena Paredes, un rápido e intenso enamoramiento. Para Albéniz, Granada encarnaba la suma de los valores andaluces más hondos. Y como para otros catalanes -el pintor Rusifiol, el pianista Malats-, Granada supuso para el futuro autor de Iberia una verdadera revelación. Hablaba y escribía a sus amigos preconizando algo así como un eje sentimental y artístico Barcelona-Granada.

El piano fresco del joven Albéniz obedece a esas emociones en la serenata Granada o En la Alhambra mucho antes que el genial Albaicín revolucionara, junto a las otras 11 piezas de Iberia, el pianismo europeo. Si, fuera de España, salvo analistas como Messiaen y Boulez, no han sabido ver en Iberia sino la evocación de la España meridional, allá ellos; la verdad es que, como técnica y como ideación pianística, Iberia salta sobre su tiempo y llega a la modernidad.

Un camino seguro

Esas aglomeraciones de acordes preanuncian los célebres clursters y poseen un valor instantáneo de gran plasticidad. Y es que el punto de partida, la España jonda, fue para Isaac Albéniz, como lo sería para Manuel de Falla y Federico García Lorca, un camino seguro hacia la modernidad.Piano genial y trascendente, original y endiabladamente difícil, debe encuadrarse con frecuencia en un sentimiento más bien ligero y garboso, y valga Triana de ejemplo. Iberia, o se toca al pie de, la letra, o al pie del espíritu; la fidelidad a los dos valores parece irrealizable. En el camino hacia esa utopía, quien más y mejor consigue se lleva la palma. Es el caso de José María Pinzolas, un ejemplo superlativo, ya que a cuanto demandan los pentagramas añade su óptica personal, y, por lo mismo, sugestiva y polémica.

Lo importante, ya se ha repetido mil veces, es la capacidad convulsiva del arte, y, en este sentido, Pim.,olas se adueñó del público a lo largo de dos horas; hasta parecía que nadie tuviera necesidad de respirar. Aunque tras el triunfo arrollador y los largos aplausos del público que llenaba el auditorio Falla, el pianista dedicó a Rubinstein su último recuerdo con una mazurca de Chopin tocada rubinsteinianamente. Creo que no cabe mayor elogio.

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