Los pies de oro
Fred Astaire había nacido con el siglo. Sus primeros años de vida teatral con su hermana Adele como pareja en los escenarios de Broadway le permitieron cristalizar un estilo particular mil veces imitado pero nunca igualado.Su baile es la unión culta de dos fenómenos cine parten de lo popular y el folclore urbano. Por una piarte, los minstrels negros, verdaderos cómicos de la legua y los cloggers irlandeses, o lo que quedaba de ellos en las perforadas suelas de los emigrantes. El tap como tal, es un invento posterior y su nombre le debe tanto a Astaire como el código del género en cuestión.
Su estilo, a caballo entre el baile de salón y el solista del jazz band, estableció para siempre las normas de los solos y los dúos a la manera del jazz tradicional.
Incluso a veces el acompañamiento orquestal cesaba mientras el recital de talón-punta-talón resonaba en la sala. Ese era su fuerte, además de un creativo uso de la pirueta y el equilibrio informales, un aire relajado del baile en pareja en el que se precisaba una alta coordinación. Cuando a Rudolf Nureyev se le pregunta por su bailarín preferido dice: "Fred Astaire, el mejor del mundo".
Otras glorias de la danza clásica, que además le conocieron de cerca, como Alicia Alonso, Jeromme Robbis, John Kriza y Georges Balanchine sentían por el pequeño gigante de los pies de oro una admiración profunda rallana en la sana envidia: Fred Astaire poseía los pies mejor dotados de la historia del baile americano y en el sonar de sus hormas acharoladas estaba ese humor yanqui entre las sublime chulería y el colofón técnico. Pero hay que hacer honor a la verdad anatómica. No eran sólo los pies sino el ritmo interior, el cerebro que es parte fundamental de todo ejercicio corporal coronado con el éxito.
Gracia
Astaire nunca dio una clase de ballet, como era el caso de su oponente por excelencia Gene Kelly, que poseía una sólida aunque irregular formación de bailarín. Fred ni tenía un fisico apolíneo, era bajo, de hombros estrechos con orejas asoplilladas y cabeza de bombilla, pero tenía la gracia. Así de sencillo. Cuando salía a escena (o más bien ante la cámara), solo o en compañía de su partenaire perfecta, Ginger Rogers, una rubia platino a la que Astaire enseñó todos los secretos de la pista, conseguía dejar enanos a todos.
Su movimiento se basaba en el contratiempo, en crear la música con un simple compás de antelación. Esa era parte de la fórmula secreta, el resto estaba en su conocida manía de perfección.
El cine, con la posibilidad de rectificación que la tecnología del medio tiene, le allanó el camino y repetía hasta 40 veces un paso. Sus bailes filmados están hechos muchas veces a partir de fragmentos donde cada parte es una secuencia registrada en película. Otras veces, con ese aire resultón de indiferencia, se marcaba de una vez todos los giros ,posibles. Sabía sonreír y hacer aparecer su trabajo con la liquidez de ningún esfuerzo, el supremo misterio de toda danza verdadera.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.