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Stalin en venta libre

Al autorizar la libre publicación de Los hijos de Arbat, de Anatoli Rybakov, Gorbachov ha abierto el cauce para una crítica radical del estalinismo. Esto se cree en Moscú, donde hasta el último momento muchos desconfiaban de tan feliz desenlace. Este éxito de ventas, publicado con anterioridad en la revista Drujba Narodov, fue literalmente arrancado de las manos a 50 o 100 rublos el ejemplar.

Acabo de leer Los hijos de Arbat y me parece que Rybakov ha logrado darnos "el color de un tiempo, la síntesis de una época", a pesar de que algún historiador pueda retocar algunos de los detalles que conforman los retratos de los dirigentes que el autor perfila partiendo de ya lejanos testimonios.Ahí está la Plaza Roja, destellando luces en una helada noche de enero de 1934, en la que Stalin preside una manifestación monstruo en honor del 17º Congreso del PCUS. Dos meses antes allí mismo había tenido lugar el inmenso desfile del aniversario de la Revolución de Octubre, y entre los jóvenes que clamaban "Stalin, Stalin" se encontraba Sacha Pankratov, estudiante y militante apasionado. Empero, él ya no participará en esta nueva ocasión de festejo porque, entre tanto, ha caído y desaparecido en la trampa de la represión; porque, entre tanto, ha sido detenido y puesto a buen recaudo. Incluso su tío, que a la sazón dirigía la "obra más grande del mundo", la construcción de Magnitogorsk, la ciudad del acero, no llega a dilucidar el misterio del arresto de su sobrino, por lo cual instará a uno de los altos responsables de la policía política a que le diga la verdad de lo ocurrido, a lo que éste responde con una cita de Pushkin sobre la espesa niebla que disimula ciertas cosas. Respuesta evasiva que refleja su propia impotencia ante la irracional máquina de la represión.

"Los grandes cambios históricos no se hacen con flores", le dirá un día a Sacha Pankratov su tío, ese capitán de la industria, que veía en la ruda voluntad de Stalin una garantía de victoria en la batalla por la transformación de la sociedad soviética. El país, efectivamente, se ponía en movimiento y su economía experimentaba un considerable despegue. ¿Por qué, pues, había que limitar la iniciativa y el coraje de aquellos constructores de la nueva industria socialista? El autor de Los hijos de Arbat responde a esto mostrando que Stalin, contrariamente a todos los demás, no pensaba más que en sí mismo, en su papel de jefe supremo, y en la técnica del poder absoluto. A pesar de citar ritualmente a Marx y a Lenin, era en Iván el Terrible y en Pedro el Grande en quienes íntimamente pensaba Stalin. Estos ilustres personajes eran los que mejor habían comprendido -en su opinión- que un jefe dependiente de su entorno no tarda en convertirse en marioneta del mismo, y que él no podía escapar a tal suerte más que destruyendo a todos los que no eran sus propias criaturas. Cuando en el 17º Congreso de 1934, y para mejor adormilar la vigilancia de sus futuras víctimas, Stalin renuncia a pronunciar el discurso final, lo hace alegando este interrogante: ¿qué es lo que aún puedo decir, ahora que estamos de acuerdo en todo y que no quedan enemigos que vencer? Pero en realidad él ya había decidido desembarazarse de sus dos más próximos lugartenientes, Kirov y Ordjonikidze, porque, en sus casos, los congresistas los habían aplaudido demasiado y porque sus conductas independientes ensombrecían su propio prestigio. Kirov, por ejemplo, se paseaba con su perro por Leningrado, mientras que él, Stalin, el jefe supremo, nunca salía del Kremlin.

Todo esto es relatado de manera muy dosificada, sin hacer pesada la narración, que tiene por principal protagonista a Sacha Pankrutov y a sus jóvenes compañeros de la calle de Arbat. Sólo uno entre ellos, Iuri Charok, hijo de un próspero sastre, será el arribista que no duda en propinar codazos ni escatimar zancadillas para conseguir convertirse en procurador de la república...

Los demás son unos idealistas que intentan lo imposible para salvar a su amigo arrestado.

Preguntas

Pero, de hecho, ¿por que fue encarcelado Sacha Pankratov? Él mismo lo ignora y se hace incesantes preguntas al respecto. ¿Acaso se busca, a través suyo, comprometer a su tío, que está al frente de Magnitogorsk? ¿O es que se pretende comprometer al padre de uno de sus amigos, antiguo compañero de Stalin durante su deportación a Siberia en la época zarista? En absoluto. Otro era el hombre: contra quien se apuntaba, alguien que Sacha Pankratov no había visto más que dos veces en su vida y, siempre por cuestiones puramente administrativas. A Sacha, simplemente, le había tocado un mal número en la despiadada lotería de la represión estalinista.

Todo el mundo esperaba expectante la continuación de estos Hjos de Arbat, sabiendo que allí se relataría por vez primera la verdadera historia del asesinato de Kirov y otros episodios del terror imperante hace 50 años. Se sabía también que esa "alegre tribu de komsomols", según la definición oficial, perecería en la tormenta por no haber creído nunca en la culpabilidad de Sacha.

La novela de Rybakov es inmensa y sulfurosa y ha despertado también gran expectación en Occidente, a juzgar por lo ocurrido en la feria de Ginebra, donde los soviéticos la vendieron a los editores de casi todos los países europeos y americanos. Sin embargo, el rector del Instituto de Archivos de la URSS, Iuri Afanasiev, no se equivoca al afirmar que ni siquiera la mejor literatura puede reemplazar la labor de los historiadores. Rybakov, seguramente, tuvo, como Sacha Pankratov, parientes que frecuentaron a Stalin, lo que le permite describir minuciosamente sus hábitos de trabajo, su modo de ser y de hablar, mejor de lo que lo habían hecho hasta ahora los ocasionales visitantes extranjeros. Ni aun los más fidedignos y mejores testigos habrán llegado a conocer todos los íntimos pensamientos y las ideas de Stalin en 1934, ni tampoco cuando se produjeron las grandes purgas en los años sucesivos. No se podrá hacer un estudio profundo de ello más que cuando el PCUS abra por fin sus archivos y saque a la luz pública todos los documentos de los congresos y de los debates internos habidos. Esto es lo que reclama Afanasiev, y no es imposible que Gorbachov le dé la razón como diera luz ver de para la publicación del explosivo libro de Rybakov.

Traducción de Alberto Vieyra.

Babelia

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