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Tribuna:LA EXPERIENCIA ECONÓMICA DE BRASIL Y MÉXICO
Tribuna
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Las razones de una suspensión de pagos

Jorge G. Castañeda

La renuncia, a finales del mes pasado, del ministro de Finanzas de Brasil, Dilson Funaro, hizo renacer las esperanzas entre los acreedores de esa nación latinoamericana. Piensan -acaso ingenuamente- que la suspensión de pagos del servicio de la deuda externa brasileña decretada hace ya dos meses por Funaro y por el presidente, José Sarney, será reconsiderada por el nuevo equipo de Hacienda. No, es imposible, pero es poco probable que esto suceda en vista de las verdaderas. razones que dieron lugar a aquella decisión.

Desde que comenzó la crisis de la deuda externa latinoamericana, en agosto, de 1982, el principal factor que impidió el estallido de la verdadera bomba política que es la deuda externa de América Latina han sido la total ausencia de coordinación entre los más importantes deudores latinoamericanos. Cuando México se encontró en una situación difícil, Brasil y Argentina mostraron indiferencia. Cuando a Argentina se le acabó el dinero, las reservas de México y Brasil eran tan altas que sus respectivos Gobiernos pudieron participar en una operación de rescate. Ahora que Brasil ha suspendido pagos de intereses, México acaba de lograr la tan largamente esperada firma de su paquete de rescate financiero de 13.700 millones de dólares de préstamos nuevos. Pero tras las disparidades en los efectos yacen causas comunes que están acercando a los mayores deudores latinoamericanos.Las razones por las cuales Brasil decretó finalmente una moratoria del pago de intereses a sus acreedores privados fueron ante todo políticas. Ciertamente se agotaban las reservas internacionales del país y era patente que la continuación del crecimiento económico era incompatible con salidas de más de 12.000 millónes de dólares por año. Pero la razón primordial fue sin duda el hecho de que al cabo de dos años de crecimiento al 8% era inevitable un período de ajuste económico. Sin embargo, este ajuste sólo era posible y políticamente aceptable si se veía acompañado por una política radical en materia de deuda externa. En una nación en la que los acuerdos con el Fondo Monetario Internacional (FMI), son vistos como una forma disfrazadada traición nacional, y en donde las canciones populares celebran iránicamente,el poder desmesurado que poseía la anterior encargada de Brasil en el FMI, los apretones de cinturón no son tarea fácil. Y resultan todavía más difíciles en el vacío institucional que dejó el feliz pero incompleto proceso de democratización que destruyó las instituciones, de la dictadura militar que gobernó Brasil desde 1964 y que aún no las ha sustituido.

- El sistema político mexicano, mucho más antiguo y resistente, ha permitido hasta ahora a los gobernantes del país poner en práctica políticas de austeridad y llevar, a cabo reformas estructurales sin crecimiento económico y sin una suspensión del pago de la deuda. Incluso el más reciente rescate mexicano asegura al Presidente Miguel de la Madrid una disponibilidad de fondos suficiente para lograr una sucesión exitosa, siempre un proceso crítico en México. Pero, al igual que en Brasil, las realidades políticas se están imponiendo a los dirigentes nacionales y, las consecuencias de seis años seguidos de un virtual estancamiento económico comienzan a mostrar su verdadera cara.

Desde 1912, la renta per cápita de México se ha derrumbado en casi un 15%. La deuda externa mexicana en relación al producto interior bruto (PIB) es ligeramente superior.

Ahora que el servicio de la deuda como porcentaje de las exportaciones es mayor que nunca, en parte debido a la caída de los precios del petróleo. México ha desembolsado más de 50.000 millones de dólares porponcepto de pagos de intereses durante el último quinquenio y no ha recibido nada a cambio. Era inevitable que el descontento comenzara a cundir entre la población. A esto se ha sumado un resentimiento justificado contra los banqueros extranjeros, que sistemáticamente se han negado a asumir parte alguna de la carga de la deuda o a desempeñar cualquier papel en la búsqueda de soluciones innovadoras al acertijo crediticio.

Quizá esto no esté directamente relacionado con el tema de la deuda, pero las tensiones crecen en torno a laafamada estabilidad política mexicana. A principios de año, un poderoso movimiento estudiantil derrotó los intentos gubernamentales de modernizar la Universidad Nacional. Por priméra vez desde los violentos acontecimientos del 2 de octubre de 1968 en la plaza de las Tres Culturas, cientos de miles de estudiantes llenaron las calles del centro de Ia ciudad de México. La Administración del presidente De la Madrid actuó con habilidad frente a la protesta, atendiendo sabiamente la explosiva señal de alirma que representaban. Pero el movimiento estudiantil era sólo el comienzo.

En marzo estalló la huelga de trabajadores electricistas de la Compañía de la Luz y Fuerza de la ciudad de México y más de 200.000 obreros ocuparon la plaza de la Constitución para protestar contra la austeridad salarial y la política de pago a ultranza de la deuda externa. Además, ha surgido una creciente división en el seno del partido del Gobierno (PRI) entre quienes apoyan la política actual y aquellos que, encabezados por algunos de los políticos mexicanos más destacados proponen una suspensión de pagos de la deuda y una democratización del sistema político. La visita que hizo a México hacia finales de marzo el presidente de Perú, García, el primer jefe de Estadio latinoamericano que ha impuesto medidas unilaterales relativas al pago de la deuda extema de su país, subrayó el contraste con la ortodoxia mexicana.

De rescate en rescate

Existe un amplio consenso en México de que el país no hubiera podido resistir un enfrentamiento de gran envergadura -como el que sostiene actualmente Brasil- con sus acreedores. Pero impera un acuerdo igualmente generalizado sobre el hecho de que México no puede seguir su agobiante política de ir de rescate en rescate y que el último paquete mexicano será sin duda el último. Como Brasil, México requiere de una reducción sustancial de los pagos de intereses y en la magnitud de su deuda externa.

Sólo una xebaj a en el servicio de la deuda -del 25% aproximadamente del valor de las exportaciones- y una disminución en la carga de la deuda para que no supere un 30% del producto interior bruto (PIB) permitirán que la economía crezca y que se efectivamente lleven a cabo las reformas estructurales que dicha economía requiere. Los efímeros suspiros de cambio estructural -el aumento de las exportaciones no petroleras y los reflujos de capital procedentes del exterior- son sólo esto: variaciones técnicas que smi duda se desvanecerían si la economía volviera a crecer a ritmos elevados y sostenidos. La ecuación política sencillamente no cuadra de otra manera: el pueblo mexicano, al igual que el brasileño, ya no está dispuesto a realizar todos los sacrificios mientras los banqueros extranjeros observan con curiosidad intelectual que tantas tensiones pueden soportar los respectivos sistemas políticos.

Una combinación de rebajas en las tasas de interés por debajo del mercado, de quitas o cancelaciones de la deuda, de aseguramiento de la nuisma y de acción unilateral por parte de los Gobiernos endeudados es inevitable y deseable para los deudores. Corresponde también a los intereses de largo plazo de las naciones y de los Gobiernos acreedores. A la larga, los problemas técnicos, cederán ante el embate de las voluntades políticas. El machismo financiero, de algunos deudores -"nuestro país siempre paga sus deudas"- será vencido por el realismo político y la sensibilidad frente a las apremiantes necesidades populares. Y la indiferencia y el cinismo eficientista de Estados Unidos dejarán su lugar al estadismo con visión de largo plazo que tanta falta le hace a ese gran país, tan mal servido por sus actuales gobernantes.

Brasil ha mostrado el camino que otros acabarán por recorrer. Su decisión no debe ser despreciada como una simple táctica de negociación o como faramalla internacional. Debe ser tomada tal y como es: como una prenda de la frustración y desesperación procedentes de años de penuna económica y de privaciones sociales. Que son comunes a todos los países del degolado y endeudádo continente latinoamericano.

Jorge G. Castañeda es profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México y actualmente investigador titular de la Fundación Carnegie en Washington.

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