Del modernismo posmodernista, o tal vez estamos en lo mismo
Lo posmodemista y la posmodernidad incluyen una espiral de interrogaciones en vilo. Desde la poesía de Baudelaire y Mallarmé con los simbolistas y modernistas, se ejerce, un juego alterno entre la naturaleza y la invasión industrial de Occidente. Lo que ocurre después con el posmodernismo parece una disolvencia sucesiva. Para el autor, Jorge Luis Borges representaría el caso póstumo del modernismo y el punto de partida para los primeros posmodernistas. Un momento en el que la novela -y dentro de ella su capacidad de jugar con el humor- tiene un papel protagonista por encima de la poesía y el ensayo.
1. Nuestros próximos pasados
Baudelaire recomendaba insertarse, dubitativamente por cierto, en la propia alegoría. Pero esa inserción hablaba todavía de una posibilidad alcanzable, de una creencia en el paralelismo entre los materiales y las palabras que la poesía transformaba. Hoy, la alegoría misma. Se difumina en los laberintos de la relatividad de la bienaventurada, contingencia, de la ambigüedad. Desde el desahucio que no liquidación, del simbolismo o del modernismo a la posmodernidad, la cosa va así. Pero si lo alegórico se relativiza, quiere decirse que el hiato entre la realidad y las palabras se ha acentuado.Este proceso en aumento -que no llamaré agónico, pues los síntomas de tal decaimiento, si los hubiera, acreditarían al fin y al cabo la salud manifiesta en la que vivimos- llega a una espiral de recursos y modalidades demostrativa de que el hombre aguanta lo que le echen y, sobre todo, lo que él se ha complacido en complicar su relación misma con el mundo.
Ya en el siglo XIX, de Baudelaire a Mallarmé, el oficio y vocación literarios recorren un espectro que hasta la II Guerra Mundial sólo ha ido acentuándose. Leyendo a Baudelaire, la recurrencia de términos como máquina, mecánicos y otros resortes de decidido cálculo crítico delatan una conciencia alertada por el empequeñecimiento de un mundo progresivamente suburbial en el que la fealdad -y sus sublimaciones, pero también su transcripción minuciosa- se reconoce como atributo parejo a una belleza sólo preciosa como contraste o insólita reversibilidad. Sería la fealdad al revés, lo que supone una manera de desenmascarar la tensa película de una belleza hipnotizada, algo estúpidamente, en el huero despliegue de sus recursos ya sobrantes como meros encantos.
Al espacio recorrido por la visión baudeleriana sucede la indagación en la página de una exploración absorta en el afán de descubrir, cabalmente, sus propios mecanismos. Parecería que asistimos a un juego alterno de papeles entre la naturaleza y la invasión industrial en Occidente: casi una premonición, de sucesiva conformaciones alienta. en simbolistas y modernistas a uno y a otro lado del Atlántico. Cabe pensar en Herrera y Reissig o en Rubén Darío pero ya Verhaeren oponía a los campos alucinados sus Ciudades tentaculares, que Mallarmé dice leer con el oído de la muchedumbre. Mallarmé se esfuerza por "dar un sentido más puro a las palabras de la tribu". Ante esa exquisitez exigente, Antonio Machado destaca otra cita, en otra suerte de lucidez seguramehte complementaria: "la poesía tiene relación con la realidad de las cosas sólo comercialmente".
En resumen, la conciencia de la realidad y de la medrada supervivencia que a su respecto puede articular el poeta de ninguna manera excluye la entrega exigente a las palabras ni el sentido, no sé si ejemplar, entre iguales. Equilibrista entre el par de citas apuntadas, Mallarmé despide a Verlaine en su célebre soneto, sabiéndole perdido en la hierba. El sentimiento se expande en una naturaleza que, calla, pero habla aún sensorialmente de quien tanto por ella gozó y sufrió.
En el silencio de Verlaine di vaga Mallarmé el eco último del adiós, clausurado así en una ausencia que se afirma. O que afirma otro poeta. La poesía va afinando sutiles estrategias entre su afirmación y su permanencia inevitable rechazado por fin todo énfasis retórico. En Valéry (Tel Quel), presencia y ausencia con vocan el espacio de un prolongado umbral simbolista, ejercitado en la superación de los guiños vanguardistas.
2. Fulgores modernistas. Y Borges
Con el modernismo, y aun con sus clásicos (de Eliot a Saint John Perse, pasando, por Valéry), que llegan prácticamente a nuestros días -ese modernismo abarcador genéfico que los anglosajones han Regado a imponer como nuestra herencia inmediata- prevalece, a pesar de todo, una escritura que no deja de anclar en la realidad, aun orillando experimentos precursores de la estética y teórica algarabía posteríor. Lo que ocurre después, posmodernismo o postrimerías novísimas de la circunvalación en torno al presente, como último refugio, parece de momento una disolvencia sucesiva o postula, alternativamente, la expedición por reiterados catálogos. Cada vez más, las editoriales alimentan un fuego cada vez menos sagrado, aunque esa lección tal vez sea saludable: es posible que ese fuego haya existido mucho menos de lo que rezan los manuales.Jorge Luis Borges representaría un caso póstumo del modernismo, enclave de enciclopédica destilación para los primeros posmodernismos. El Ficcionario, que - preparó Emir Rodríguez Mònegal, supone un resorte referencial para una actividad refleja como -a eso va pareciéndose sin remedio- la literaria. (El JLB es el elixir más eficaz para conseguir la más rendida de las admiraciones.) Esa figura es la del autor de ninguna novela cuya transversalidad inquisitiva constituye la novela por antonomasia del escritor como índice de una época: inventar y plagiar, desdoblarse y simular, desaparecer y quedarse. Quedarse con los lectores, claro, pues a través de la parodia unifica los géneros o demuestra que no los hay. Lo borgiano es ya una categoría: la del solo pronunciamiento estético que atraviesa los muros de una prosa y poesía igualmente válidas en su exclusiva dimensión literaria.
3. Balance móvil narrativo
El modernismo aglomeraría el primer siglo y medio en espiral, con y desde el Romanticismo o su estela finisecular simbolista, en pugna incesunte y trascendental a las vanguardias. En cuanto a lo posmodernista y la posmodernidad, incluye una espiral de interrogaciones en vilo, tan acusada que no puede sino remansarse en el pluralismo y los asedios especulativos de las academias.La recuperación del cuerpo teórico de Mikhail Bakhtin alimentará progresivos sondeos en la novela, y al leer la divagada narrativa de Kundera o los enfrentamientos teóricos y la producción de Grass o Vargas Llosa, no se sabe quién es más novelista. Pues el teórico soviético parece más divertido, y los creadores, algo monótonos con sus mismos entretenimientos. Lo cierto es que, de todos los géneros, la novela es aquel cuyo irredentismo le asegura un lugar protagónico en las actuales ciricunstancias: que ya lo serán menos, en cuanto acabe esta frase. Género ventosa, ahora es memoria, tal vez impenitente, o búsqueda de la felicidad, sin duda menos idiota. Porque precisamente el mundo parece haber perdido sentido, el sinsentido de la novela llega a establecer una oxigenada inteligibilidad en su relación con el mundo.
Lo esencial es divertirse sin distraerse, y, saber que la novela es la prosa sísmográfica, esa aguja que sabe registrar en los detalles la resonancia coral del mundo, siquiera intersticialmente. Hoy, por ejemplo, puedo imaginarme a Rafael Sánchez Ferlosio pergeñando un ensayo que será la mejor novela -para mí, por lo menos- de las que nos depare el futuro inminente. O tal vez Juan García Hortelano va en camino de otra indagación menos sintáctica, igualmente jugosa y desembarazada.
La defensa de algunos poetas de la novela lírica o la reivindicación del ensayo por parte de algún filósofo indican su olvido de que la novela ocupa un lugar protagánico porque es ahí donde el humor irradia con mejor disolvencia crítica ante lo que en el mundo es envaramiento o expectativas de rigor, o establecimiento de dedicaciones respectivas a cada quien.
En la novela, el único que sale es precisamente el que se mueve.
4. Y penúltimo
Más allá de la divisoria entre modernismo y posmodernisnio desde el poema ("ayer quizá su misión era dar un sentido más puro a las palabras de la tribu; hoy es una pregunta sobre ese sentido", como dice OctaVio Paz), habría que plantear incluso que la pregUnta misma de Hólderlin ("¿para qué ser poeta en tiempos mezquinos?") parece extemporánea, y su solemnidad y latente heroísmo, algo patéticos (sin duda, porque para patéticos, nosotros). Pero ahí debe levantarse el humor o la distancia ante el oficio como cura de emergencia incesante y renovada.La tan glosada poesía de Jaime Gil de Biedma, tanto que no sé si hasta él se verá algo cansado de su propio nombre, basa su predicamento inconfundible -para mí- en una poesía que ha sabido acoger también el humor. Y ante el 27, es el humor de los sucesivos poetas (poemas conversacionales en cascada de J. A. Goytisolo, y de las reticencias y desplantes de A. González al desenfado de Félix de Azúa, pasando, a su modo entrañable de cinéfilo crítico, por Manuel Vázquez Montalbán) aquello que asegura su originalidad y augura una circulación mejor ventilada por las letras.
Aunque eso es el todo -pues nada es más riguroso que el humor-, de eso se trata.
Babelia
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