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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La desnuclearización de Europa

LA VISITA del secretario de Estado norteamericano, George Shultz, a la Unión Soviética ha concluido con declaraciones del mejor augurio por ambas partes sobre las posibilidades de que se celebre una cumbre entre el presidente Reagan y Mijail Gorbachov para la limitación o desmantelamiento de los misiles intermedios y de corto alcance en Europa. Sin embargo, las reservas sobre el avance real de los contactos pueden seguir siendo considerables.En sus más de cuatro horas de conversaciones con el líder soviético, Shultz ha sido sometido a un verdadero bombardeo de propuestas sin que, como ocurrió en Reikiavik entre Reagan y Gorbachov, el secretario de Estado norteamericano tuviera a mano los recursos, por falta de equipo de apoyo, para tratar a fondo los temas planteados. En resumen, el líder soviético sugiere no sólo la desaparición de todos los misiles intermedios en Europa, sino la inclusión, en un acuerdo de estas características, de la eliminación sin contrapartida de los vectores tácticos o de corto alcance de la URSS en un plazo no superior a un año. En segundo lugar, ha definido con mayor precisión que hasta la fecha qué tipo de experiencias de laboratorio aceptaría en la puesta a punto de armas espaciales, como la llamada guerra de las galaxias, para que su realización no bloqueara un acuerdo sobre el desmantelamiento de los misiles. Por último, ha propuesto un nuevo procedimiento para descomponer en pequeños pasos el proceso de eliminación de pruebas nucleares subterráneas, a fin de orillar la tradicional objeción norteamericana a suspender de golpe la experimentación en este terreno.

Después de que fuera el presidente norteamericano quien propusiera en su día la opción cero, es decir, la desaparición de todos los misiles intermedios, y esa iniciativa fuera apoyada por los aliados europeos, la diplomacia occidental no puede decir que no frontalmente a las propuestas soviéticas. Pero al mismo tiempo, alberga dudas de que convenga embarcarse a fondo en esa negociación. Sus objeciones en este sentido se, centran en el temor de dejar a Europa occidental en una posición de fuerte inferioridad respecto a Moscú en armamentos convencionales, que los expertos de la OTAN juzgan de uno a tres en favor del bloque soviético.

La diplomacia norteamericana, por su parte, desea que se lleve a cabo la cumbre en Estados Unidos. Ello representaría un considerable balón de oxígeno para la Administración de Reagan, una especie de patente a su capacidad recobrada como interlocutor mundial después del escándalo de la venta de armas a Irán.

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De esta forma, Shultz se encuentra en la necesidad casi física de saludar de manera positiva las nuevas ofertas soviéticas para no perder la cara ante su opinión pública. Pero al mismo tiempo Occidente precisa entablar con la máxima cautela unas negociaciones que decía querer ardientemente hace unos años, cuando no creía en la probabilidad de que fueran aceptadas por el Kremlin. Todo ello explica, de un lado, el optimismo en las primeras declaraciones del secretario de Estado norteamericano formuladas antes de abandonar Moscú, y, de otro, las cautelas emanadas del propio Washington y de las fuentes de la OTAN en Bruselas al comentar ayer el aparente éxito en su misión del negociador occidental.

De todas maneras, será muy difícil explicar a la opinión pública de los países occidentales una actitud contraria a las propuestas del Kremlin sólo porque las ha formulado el Kremlin. En lo concerniente a Europa, y al equilibrio internacional, caben pocas dudas de que la realización de una nueva cumbre sería positiva. Y la reducción o eliminación de los misiles a uno y otro lado del Elba ha sido un proyecto largamente soñado por muchos líderes europeos. Pero sólo con las adecuadas garantías militares norteamericanas y la extensión al terreno de la reducción del armamento convencional de las iniciativas del líder soviético, los países de la Europa occidental podrían contemplar sin recelos ese futuro de un continente desnuclearizado.

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