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DESCONFIANZA ENTRE LAS SUPERPOTENCIAS

Reagan se aferra al diálogo con la URSS, pese a la crisis de los espías

Antonio Caño

El presidente norteamericano, Ronald Reagan, trata de limitar el impacto político del escándalo de sexo y espías que ha comprometido la seguridad de la Embajada de Estados Unidos en Moscú y no está dispuesto a que interrumpa el diálogo entre las dos superpotencias e impida un acuerdo de control de armamentos. "No creo que sea bueno para nosotros que nos echen de Moscú", ha dicho el presidente, y se ha negado a suspender el viaje que el secretario de Estado, George Shultz, realizará la semana próxima a la Unión Soviética.

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El ex secretario de Estado Henry Kissinger ha pedido que se suspenda la visita, que considera humillante en las actuales circunstancias, o que el encuentro de Shultz con su colega Edvard Shevardnadze tenga lugar en Helsinki.Reagan, aunque insista en el diálogo con Moscú, tampoco puede pasar por alto el escándalo y, para demostrar que no es un líder paralizado por el Irangate, ha anunciado una serie de acciones limitadas, con más contenido simbólico que real. El nuevo embajador norteamericano en Moscú, Jack Matlock, ha presentado una protesta formal por las actividades de espionaje de los soviéticos en la antigua embajada -abierta a tours del KGB por jóvenes marines seducidos por una traductora y una cocinera soviéticas empleadas de la misión diplomática de EEUU-, y en la nueva representación, sorprendentemente construida por obreros de la URSS sin control alguno norteamericano.

[Un tercer marine norteamericano, asignado al consulado de EE UU en Leningrado en 1981 y 1982, el sargento John Joseph Weirick, de 26 años, fue detenido ayer en California, en relación con el escándalo de sexo y espionaje en sedes diplomáticas norteamericanas en la URSS, según anunció el departamento de Estado, informa Reuter.]

Reagan ha reconocido que "el espionaje y el contraespionaje es algo que hay que admitir que se emplea por todo el mundo, pero no por eso hay que dejar de tratar con los soviéticos". El presidente no está sorprendido por lo ocurrido. "No ha cambiado mi opinión de la URSS", ha dicho. Pero, al anunciar su protesta formal, ha insistido en que "la actitud global de Gorbachov hacia el control de armamentos es estimulante y no tiene precedente en ningún otro líder soviético anterior".

El presidente ha ordenado a Shultz que convierta este nuevo episodio de espionaje en un "tema importante" de su agenda de discusiones con las autoridades soviéticas, centrada fundamentalmente en las posibilidades de lograr un acuerdo de eliminación de euromisiles y una nueva cumbre Reagan-Gorbachov. Los técnicos norteamericanos aseguran que Shultz dispondrá de una pequeña habitación, a prueba de espionaje, desde la que se podrá comunicar con Washington, sin tener, finalmente, que pasar por la humillación de utilizar una furgoneta especial trasladada desde EE UU.

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Reagan, que se dijo "profundamente preocupado por la ruptura de seguridad en nuestra embajada de Moscú", ha afirmado también que quizá ordene su demolición, si no puede garantizarse su protección frente a las escuchas soviéticas. Al parecer, hasta las vigas de acero, los bloques de cimentación y las paredes de ladrillo están plagadas de micrófonos y sistemas de espionaje de alta tecnología.

El presidente ha anunciado que los soviéticos no ocuparán su nueva embajada en Washington hasta que se compruebe que es seguro para los norteamericanos hacer lo propio en Moscú. Esto no es nada nuevo, ya que el acuerdo de 1972, bajo la presidencia de Richard Nixon, de construcción de las nuevas re presentaciones diplomáticas, preveía una entrada en funciona miento simultánea. Ahora se culpa a ese acuerdo, firmado en los años felices de la distensión, del desastre de seguridad que impide las comunicaciones secretas entre Washington y sus diplomáticos en Moscú. Nixon y Kissinger, llevados del espíritu de concordia y seguros de la superioridad tecnológica norteamericana y de la incorruptibilidad de sus funcionarios, dieron excesivas facilidades a la URSS.

A cambio de un terreno pantanoso y en un llano, para la embajada de EE UU en Moscú, permitieron a la URSS construir su nueva delegación en la segunda colina más alta de Washington, que concede a los instrumentos de espionaje electrónico instalados en su tejado línea directa con la Casa Blanca, el Pentágono, la Cía y el Congreso.

Reagan ha creado una nueva comisión, similar a la Tower que investigó el Irangate, que presidirá el ex secretario de Defensa, Melvin Laird, y que en 90 días deberá decidir si la nueva embajada ofrece garantías de seguridad o debe ser demolida. Esto es lo que recomiendan dos congresistas que han estudiado el problema sobre el terreno en Moscú, comunicándose entre ellos a través de pizarras que se borran del tipo de las que utilizan como juguete los niños. Los congresistas Dan Mica y Olympia Snowe han concluido que la seguridad de la nueva embajada está "totalmente comprometida", y requerirá una lenta labor de cinco años para limpiarla.

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