El actor como autor
El cineasta irlandés Neil Jordan tiene experiencia en el género, lleno de espectacularidad y de recovecos, del cine de terror. Mona Lisa no es una película de este género, pero se nota en ella que su director cuenta con esa experiencia y que más o menos voluntariamente la traslada y aplica a una película de amor pasional y de acción policiaca frenética.Este cruce de modelos funciona bien en Mona Lisa, e incluso su carácter un poco híbrido entre cine de terror, cine de -por seguir una frase acuñada- amor loco y cine de bajos fondos es uno de sus rasgos con mayor carga de emotividad e incluso con menor fantasía; es decir, lo que a la postre resulta ser más auténtico y veraz de un filme que, por otro lado, lleva dentro algunos desequilibrios y que junto a escenas excelentes cuenta con otras de regular calidad.
Mona Lisa
Dirección: Neil Jordan. Guión: David Leland y Neil Jordan. Fotografía: Roger Pratt. Música: Linda Bruce. Reino Unido, 1986. Intérpretes: Bob Hoskins, Cathy Tyson, Michael Came, Robbi Coltrane. Estreno en Madrid: cines Madrid, Azul y Rosales (en versión original subtitulada, a partir del próximo miércoles).
Pese a su extremada violencia, tal vez porque esa violencia está matizada por Jordan con una evidente ternura por los dos personajes sobre cuyo itinerario discurre la película, Mona Lisa es una obra, pese a sus desequilibrios, trepidante e incluso a veces muy divertida. La historia, junto a los horrores que cuenta, tiene también un lado de delicadeza, de buen humor, y por ello se escapa de ella un encanto difícil de describir, probablemente porque no es aislable ni procede de imágenes o secuencias concretas, sino que surge de una tonalidad de esas imágenes y esas secuencias, de algo inefable que se desprende como un perfume de ellas.
El imán de un actor
Y también porque Mona Lisa es una película de actor, y ese encanto suyo indescriptible se deriva en gran parte del fascinante trabajo de ese actor. Se trata de Bob Hoskins, un individuo de esa curiosa especie que parece llevar un imán escondido dentro de él, ya que provoca con absoluta facilidad en el espectador un intenso sentimiento de solidaridad y de identificación.La película gravita enteramente sobre la presencia d este sorprendente actor británico, de tal manera que cuando Hoskins no está en la pantalla -y por suerte esto ocurre pocas veces- la capacidad de convicción de las imágenes baja muchos puntos. El mérito principal de Neil Jordan en este filme es haber abierto con humildad un camino para que el talento de Hoskins suba cada vez más arriba y nosotros nos elevemos con él.
Seguir las peripecias de este actor en los mugrientos vericuetos del negocio de la prostitución en los bajos fondos de Londres es un espectáculo profundo, emocionante y que merece la pena ver. Hoskins, si está quieto, no parece haber sido dotado de gracia alguna por la naturaleza; pero si se mueve hace movernos interiormente a quienes le miramos, y su inexpresiva, casi tosca presencia, se convierte en un torbellino de expresividad, de finura y de capacidad de contagio. Su actuación en Mona Lisa, una vez contemplada, deja detrás la estela de los sucesos inolvidables, esos que se quedan pegados en la memoria y se hacen parte del equipaje de nuestro sistema de orientación en los laberintos del comportamiento humano.
Una vez más, -a la manera de Spencer Tracy, Cary Grant, Charles Laughton, Jack Lemmon, Greta Garbo, Henry Fonda, Katharine Hepburn, Jean Gabín, José Isbert o Fernando Fernán-Gómez- un actor se convierte en el autor profundo de una película ideada por otros.
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