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Crítica:'VIDEODROME'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El cocinero y el poeta

Una vez más -y esta ecuación se repite ritualmente cada década de cine- el cuento de quién fue antes, si el huevo o la gallina. ¿La oferta de cine de terror crece actualmente porque crece la demanda de él, o viceversa? ¿Estamos en uno de esos tiempos revueltos y confusos que son el más fértil caldo de cultivo para que la gente pida a sus divertidores profesionales uñas mordidas, sustos, vuelcos del corazón, estremecimientos y una especie de aparatoso pesimismo compensatorio del mucho más temible pesimismo sordo y callado de la vida común?El hecho es que el viejo género del horror reverdece y que en él los sombríos contrastes del blanco y el negro que tiñeron de sombras las dos etapas consideradas clásicas en el cine de terror del cine norteamericano -la de entreguerras y la de las series B de los años cincuenta- han sido ocupados por violentas emulsiones de penetrantes y siniestros colorines, en los que lógicamente domina el rojo-tomate de la sangre fingida.

Videodrome

Dirección y guión: David Cronenberg. Fotografla: Mark Irwing. Música: Howard Shore. Maquillaje y efectos especiales: Rick Baker. Efectos especiales de vídeo: Michael Lenmck. Productor: Claude Heroux, para la Universal. Norteamericana, 1982. Intérpretes: James Woods, Sonja Smits, Deborali Harry, Peter Dvorsky, Les Carlson, Jack Creley, Lynne Gorman, Reiner Schwarz. Estreno en Madrid: cine Madrid.

Emociones fuertes

Uno de los campeones de este reverdecimiento del género es el canadiense David Cronenberg, cineasta esmerado, buen estudioso de las leyes del género, muy hábil en el sostenimiento de encuadres difíciles, con oficio muy completo, capaz de sacar tremendos escalofríos de la más inocente tibieza y que ha dado algunas hábiles lecciones de prestidigitación visual: ese peculiar y espectacular feísmo de laboratorio que extrae confortabilidad de lo repulsivo y que mueve con hilos de esparto algunas sensaciones de seda. Un experto cocinero del cine y un concienzudo fabricante de emociones fuertes.Su guiso se llama esta vez Videodrome y en él utiliza ingredientes muy próximos, tan familiares como la televisión y el videocasete, pero que, combinados con ingredientes seudometafísicos, de ficción científica aplicada a la vida cotidiana y de un oportuno toque pornográfico, adquieren en las manos de Cronenberg cierta lejanía e incluso un poso de extrañeza.

De ahí que su filme adquiera unos aires parabólicos, en forma de pesadilla real, sobre el mundo que vivimos y sus insospechados peligros. La fórmula es eficaz y está llevada a la imagen con buen pulso, pero, al contrario que las grandes películas de su especie, carece de verdadero poder metafórico, pues en ella domina el ratón de cinemateca sobre el creador de imágenes para pasto de otros ratones. El excelente cocinero canadiense parece ser, a tenor de este filme, tan sólo un mediano poeta.

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