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Reportaje:

Radiografía de un chispazo

Un motín de cuatro horas anunció al resto del mundo la desesperación de Reinosa

El pasado miércoles, trabajadores de Forjas y Aceros de Reinosa (Foarsa) retuvieron al que había sido hasta entonces presidente de la empresa, Enrique Antolín. La Guardia Civil liberó al secuestrado en las primeras horas de la mañana del jueves. Reinosa se convirtió entonces durante cuatro horas en escenario de un motín popular. Ahora que la batalla con los guardias se achaca en el pueblo a la rabia, a la casualidad o a la histeria, los habitantes del Alto Campoo se quedan solos con lo que ya tenían antes, la conciencia de un paulatino e irreversible declive. Sin embargo, los vecinos de esta localidad cántabra han conseguido algo importante para ellos: el resto del mundo supo al fin de su desesperación.Al mediodía del pasado miércoles la noticia recorrió los talleres de la enorme factoría. Antolín había llegado para recoger sus objetos personales y despedirse de su equipo directivo. Grupos de trabajadores asaltaron la administración y retuvieron al presidente. Por la tarde lo trasladaron al bunker, un edificio que alberga una bomba de cobalto y el utillaje necesario para analizar mediante rayos la consistencia interna de las piezas metálicas.Los más críticos con respecto a los acontecimientos del jueves dicen que fue un error terrible del comité anunciar a bombo y platillo que el presidente había sido retenido, dejar que una difusa conciencia popular se agolpara a las puertas de la administración o en el camino hacia el bunker exigiendo el linchamiento del presidente. Antolín llegó a su lugar de reclusión acompañado por los miembros del comité. Desde allí se mantuvo en contacto telefónico con los directivos del Instituto Nacional de Industria, con el delegado general del Gobierno en Cantabria.

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El cuerpo a cuerpo

A las dos de la madrugada del jueves alguien cortó las líneas telefónicas de la empresa y Antolín quedó aislado. A las 8.30, fuerzas de la Guardia Civil entraron por uno de los accesos de la factoría y liberaron a Antolín. Tras ello iniciaron el repliegue. Los testigos de la liberación son unánimes al hablar de ensañamiento de la Guardia Civil con trabajadores que carecían de experiencia en disturbios. Las unidades de la Guardia Civil no conocían Reinosa. Su repliegue fue desordenado, grupos de guardias intentaron la vuelta hacia el cuartel por callejones sin salida, quedaron bloqueados en uno de los puentes sobre el Hijar.

La bisoñería de los guardias y de los amotinados pudo provocar una tragedia mayor. La retahila de enfrentamientos en las calles de Reinosa entre las 8.30 y las 12.30 del jueves fue espeluznante. Trabajadores de la Naval, estudiantes que acudieron en su apoyo, amas de casa, se enzarzaron en combates cuerpo a cuerpo. La fuente de la plaza de Cupido quedó repleta de armas hurtadas. Niños del pueblo pasearon con un tricornio en la cabeza y un subfusil en la mano. Mujeres incrustaron agudos tacones en los lomos de guardias caídos en el suelo. Hubo guardias que enseñaron pañuelos blancos en supuesta señal de rendición.

"Lo que nunca se dice", afirmaba un joven guardia civil en la inmediata resaca de los incidentes, "es que nosotros pasamos tanta hambre como los trabajadores, que llevamos cumpliendo horas extras y más horas extras sin que nos las paguen, que en todo el día hemos comido un bocadillo. Eso es lo que nunca se dice", concluye el guardia, que es la única persona locuaz en un cuartel hermético.

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Las palabras del guardia encuentran eco en el discurso de los que suscriben la rebelión de los trabajadores de la Naval. El único concejal comunista de Reinosa califica a los guardias de compañeros; los concejales socialistas consideran que la acción de la Guardia Civil fue limpia y se resisten a hablar de brutalidades, aunque los testimonios sean unánimes. Miembros activos del motín se declaran sorprendidos por su propio comportamiento tan sólo 12 horas después. "Si pillo a un guardia lo mato; fíjese qué barbaridad. Yo no sabía que podía ponerme así de histérico. Pero vi cómo apalearon a un chico de la Farga Casanova entre siete guardias", afirma uno de los que participaron en el combate.

En Reinosa hay una avenida de los Héroes de la Guardia Civil y una travesía del mismo nombre; la Casa del Pueblo está junto al cuartel del instituto, y el único episodio similar que recuerden los habitantes del pueblo se remonta a los turbios días de 1936. Los más proclives al ensimismamiento recuerdan que esta llanura aluvial que riegan el Ebro, el Hijar y el Izarilla fue escenario de batallas entre romanos y cántabros, pero los atormentados por los incidentes recuerdan que sólo en 1978 hubo una huelga de un mes en la empresa con motivo de la negociación del convenio; que hubo una vez, en tiempos de Franco, que el comité pidió un aumento lineal de 1.000 pesetas y la empresa decidió aumentar la nómina de cada uno 2.000 pesetas.

En una sede sindical, alguien afirma convencido que los obreros de Naval nunca se movieron por dinero, y casi ensalza esta docilidad. El primer turno del viernes acudió puntualmente a su puesto de trabajo, a las seis de la mañana. Los trabajadores entraron en la fábrica como si nada hubiera pasado. Limpiaron la factoría de restos de la batalla. Produjeron con un altísimo índice de productividad, según los miembros del comité. Produjeron por su propio albedrío. Ningún miembro del equipo directivo estaba presente en la factoría.

En cualquier caso, el testimonio es monótono. Unos y otros afirman que los incidentes del pasado jueves se veían venir, que en la comarca de Campoo hay una especie de síndrome, el síndrome Barruelo, un pueblo del norte de Palencia que fue enclave de explotación minera y que hoy es una aldea perdida y abandonada por sus habitantes. Hay en la comarca de Campoo una implacable conciencia de declive.

Las empresas de la comarca presentan en los últimos meses sus planes de viabilidad. Cerca de 1.000 trabajadores son declarados excedentes en una comarca que en su conjunto alberga a 26.000 habitantes.

Aún permanece viva en la conciencia de los vecinos la pérdida de la única clínica de Reinosa, los avatares para que enfermos y parturientas emprendan el largo y tortuoso camino hacia Santander. Y también la frustración de los que compaginan el trabajo en la fábrica y en el campo, enzarzados ahora en un pleito de cuotas y tonelajes. Está candente el recuerdo de la protesta de los trabajadores de Cenemesa en diciembre, el expediente de regulación de la Farga Casanova, el paulatino crecimiento del desempleo. Los planes actuales contemplan la rescisión de cerca de 800 empleos en una comarca que ya tiene registrados en el Instituto Nacional de Empleo a 1.500 parados.

Una vida en ebullición

Esa conciencia de declive irreversible ha mantenido en ebullición la vida de Campoo durante los últimos meses. La marcha de Antolín fue el detonante. El presidente abandonaba a los desesperados de Campoo y marchaba al País Vasco, donde existen otras acerías que compiten con la Naval. Los 13.000 habitantes de Reinosa reaccionaron como Fuenteovejuna porque un desempleado de la Naval induce tres desempleados en la comarca y porque las sumas y restas anuncian el fin de una comarca donde se recuerda la batalla de Julióbriga o la desolación de Barruelo, donde el aislamiento es secular y las protestas no son observadas por sus destinatarios.

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